A caballo, con botas y boina de gaucho, hombres mayores, pero también jovencitos pasan la noche llevando toros, vacas y terneros a sus respectivos corrales. Es el mercado de hacienda de Liniers, que vive sus últimos días en plena ciudad de Buenos Aires.
La imagen ha quedado congelada en el tiempo desde que el mercado fue inaugurado en 1889 en lo que entonces era una zona de campo. Pero con el crecimiento de la ciudad, sus 33 hectáreas quedaron enclavadas en medio del barrio de Mataderos, del cual debe salir este año para ir a nuevas y modernas instalaciones en la localidad de Cañuelas, a unos 60 km de distancia.
Su presencia dentro de la ciudad genera problemas ambientales y de contaminación de los arroyos con bosta, además de los inconvenientes que implica el tránsito por las calles de camiones con carga pesada. Pero la mudanza, postergada ya en varias ocasiones, genera incertidumbre entre sus trabajadores, muy atados a una tradición difícil de mantener.
Generación tras generación
A Ezequiel Martínez, de 27 años, su padre lo llevó a trabajar al mercado de Liniers cuando tenía 12 años. Es la cuarta generación que se dedica al oficio del gaucho en el lugar. “Mi bisabuelo Carlos traía las vacas arreándolas desde la rotonda de La Tablada”, a unos 20 km, evoca. Cuando salga el mercado “voy a llorar mucho, porque son muchos recuerdos”.
“Los capataces viejos empezaron a los 8 o 9 años y no tienen pensado irse. Por más que estén jubilados, siempre algo van a seguir haciendo aquí adentro”, afirma. Agustín Lalor también heredó el oficio de su padre, en este caso el de consignatario que ofrece cada día en remate a los frigoríficos el ganado que llevan los productores.
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A las 8 de la mañana suena la campana y comienza el remate. Megáfono en mano, Agustín describe las características del ganado a la venta y se lo otorga al mejor postor. “Este es un lugar único en el mundo”, dice con satisfacción. Las cotizaciones que se alcanzan en Liniers son referencia para el precio de la carne en el país y se publican en la prensa especializada.
Tradicionalmente el mercado trabajaba de lunes a viernes y llegó a rematar hasta 20.000 cabezas de ganado en un día. Pero con la pandemia, su actividad se ha limitado a los días martes, miércoles y viernes y las ventas han caído a la mitad.
El legado
El mercado, al que antiguamente se hallaba anexo un matadero, ha marcado la vida del barrio, que con su salida debe prepararse para una reconversión. En Mataderos abundan frigoríficos, carnicerías y fábricas de embutidos y fiambres. “Hay que tener un plan de recambio para la zona que evite que entre en deterioro urbano”, advierte Silvia Fajre, planificadora y experta en patrimonio.
Aunque considera al mercado como “absolutamente anacrónico” y poco eficiente desde el punto de vista económico, Fajre propone rescatar su valor identitario e histórico con la conservación de los edificios patrimoniales. “Puede pensarse como un polo turístico de la ciudad y se puede hacer un museo. Hay que generar oportunidades de empleo”, advierte, al señalar que se trata de un sector de la ciudad en el cual el nivel de estudios y de salarios es bajo.
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En todo caso, el atractivo del punto ya había sido establecido. Durante más de 30 años a las afueras del mercado y alrededor de la escultura del Resero, que rinde homenaje al gaucho que arrea el ganado, se ha realizado la feria de artesanías y tradiciones populares argentinas.
En sus puestos, se ofrece todo tipo de objetos vinculados con la pampa y los gauchos, desde ponchos hasta mates y platería. Suspendida por la pandemia, la feria era también el lugar donde degustar las recetas de la cocina autóctona y mostrar las destrezas de los jinetes y trabajadores del campo.
Cristian Nahuel Agrei tiene 21 años y desde hace cuatro trabaja como jornalero en el mercado de Liniers, lugar al que considera como su hogar. “En Cañuelas no va a ser lo mismo. Allá no nos vamos a poder quedar. Acá es otra casa, tengo mi cuarto, mi cama, mis cosas”, afirma ya nostálgico.
Fuente: AFP.