“Muchos de nuestros niños murieron”, recuerda conmovida Evelyn Camille, quien fue internada a la fuerza en la década de 1940 en la antigua Escuela Residencial para Indígenas Kamloops, donde se encontraron recientemente los restos de 215 niños.
Para tratar de curar estas heridas todavía dolorosas, esta “anciana” de 82 años ayudó a crear una escuela que resaltaba la cultura y el idioma de su comunidad, precisamente lo que aquellos internados querían negar.
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Evelyn Camille es miembro de Tk’emlups te Secwépemc, una comunidad indígena del oeste de Canadá. Nacida en 1939, fue separada de su familia e internada en la escuela residencial Kamloops Indian Residential School, lejos de su comunidad.
“Llevo aquí 10 años”, dijo a la AFP, señalando la fachada de ladrillos rojos bañada por la luz naranja del atardecer, venida como otros vecinos a honrar a los niños desaparecidos.
“Vinieron a sacarnos de nuestras reservas y nos trajeron aquí en grandes camiones de ganado”, recuerda, y agrega, con un nudo en la garganta, que no le gusta hablar de la vida en el internado porque sufrió abusos “físicos, mentales y espirituales”.
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“Muchos de los niños intentaron huir de aquí. Muchos de ellos nunca llegaron a casa”, explica. “Muchas de esas muertes nunca fueron tomadas en cuenta”. Hace una semana, la jefa de su comunidad anunció el descubrimiento, con la ayuda de un georradar, de los restos de 215 niños en las cercanías del internado.
Desde entonces, Evelyn Camille viene regularmente a sentarse con su familia para meditar, discutir y consolarse unos a otros frente al monumento instalado a las puertas del antiguo internado en memoria de aquellos niños.
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“Este hallazgo revela la forma en que nos trataron. Muchos de nuestros niños murieron”, susurra Evelyn, al borde de las lágrimas. Su comunidad sospechaba desde hacía mucho tiempo que los restos de los alumnos desaparecidos estaban cerca del internado.
Esta confirmación reabrió heridas que nunca habían sanado y sacudió a todo Canadá, reavivando las discusiones sobre estas escuelas residenciales, un tema tabú. “Nunca hay realmente un duelo. El dolor es demasiado profundo en nuestros corazones, en nuestras mentes, en nuestros cuerpos, el dolor es demasiado profundo. Cada pequeña cosa reabrirá estas heridas, pero estamos aprendiendo a acostumbrarnos”.
“Por fin pueden irse a casa”
Con capacidad para 500 alumnos, la escuela residencial Kamloops fue la más grande de Canadá y albergó a niños de los muchos pueblos indígenas que viven en la región. Creada en 1890 y administrada por la Iglesia Católica y luego por el gobierno federal, cerró en 1978. Otras escuelas residenciales, unas 140 en total, duraron hasta finales del siglo XX.
Se estima que la Iglesia y el gobierno canadiense internaron a unos 150.000 niños. Al aislarlos de su cultura, estos establecimientos pretendían “civilizar” a los nativos inculcándoles valores europeos mediante una estricta educación religiosa y arduos trabajos manuales.
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Muchos sufrieron allí abusos físicos y sexuales y miles de ellos murieron o desaparecieron, según el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación publicado en 2015. Desnutridos, mal abrigados, mal cuidados, los niños indígenas a menudo morían de enfermedades, incluida la tuberculosis, o mientras intentaban escapar de las escuelas residenciales, pero la mayoría de los registros están incompletos o no están.
Pese a su traumática experiencia, Evelyn Camille ayudó a construir la cercana escuela Sk’elep, con el fin de preservar por encima de todo las tradiciones de su gente, mientras se reconstruía a sí misma.
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“Ayudé a construir esta escuela porque me dije: ‘No debe volver a pasar nunca más, a ninguno de nuestros niños. Debemos construir nuestra propia escuela donde los niños conozcan su cultura, su idioma y sus tradiciones’”, dice esta mujer, madre de tres hijas, que enseña principalmente a niños de 5 a 6 años.
“Espero trabajar en ello durante mucho tiempo”, exclama, con una amplia sonrisa que ilumina su rostro, minutos antes sombrío. Tras el cierre del internado, ayudó a colocar a muchos niños en familias de acogida porque sus padres, desesperados por la tristeza de haberse quedado sin ellos, habían sucumbido al alcohol.
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El viento sopla en el improvisado tributo frente al internado, que crece día a día con las ofrendas que traen las personas, algunas venidas de lejos. Juguetes y zapatitos se mezclan con flores y mensajes de apoyo que van siendo colocados a lo largo del día al son de canciones y tambores tradicionales.
Después de consolar a los miembros de su comunidad reunidos frente al memorial, Evelyn cierra los ojos y entona una canción destinada a acompañar a los espíritus de los niños finalmente encontrados después de ser enterrados hace décadas. “Estos niños han estado deambulando por aquí durante demasiado tiempo. Ahora finalmente pueden irse a casa”.
Fuente: AFP.