Un puñado de jóvenes profesionales y apasionados por el ambiente y la conservación trabaja silenciosamente en investigar la vida que habita en los últimos remanentes de bosques de la Reserva San Rafael, entre los departamentos de Itapúa y Caazapá. A pesar de los serios conflictos y amenazas por deforestación que sufre esta área protegida, la investigación da esperanzas de seguir encontrando la maravillosa vida animal.

Por Aldo Benítez / aldo.benitez@gruponacion.com.py

Imágenes: José María Riveros - Gentileza.

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“Cuando vimos lo que la cámara trampa encontró, nuestra primera reacción fue de alegría, pero rápidamente nos dimos cuenta también que era algo preocupante. Fue una sensación rara”, dice Marcela Ferreira, una de las biólogas que trabaja en la estación biológica Kangüery, de la organización Guyra Paraguay, en la Reserva San Rafael.

Marcela se refiere a lo ocurrido el 30 de marzo del 2020 en las oficinas del equipo, cuando tuvieron el primer registro de un puma (puma concolor) gracias a una de las cámaras trampas que tienen en uno de los senderos. “Nos quedamos impactados, pero después pensamos qué teníamos que hacer con esa información”, dice a su vez Camilo Benítez, oficial de biodiversidad de Guyra.

Hasta antes de ese día, el único registro de este animal que se tenía a nivel científico para toda la zona era uno testimonial. En el 2013, un habitante de una comunidad vecina aseguraba haber visto a un puma en las inmediaciones de la reserva. Era lo único que se tenía como posibilidad de que exista esta especie en esta área, golpeada y que carga sobre sí una espesa historias de conflictos y pérdida arbórea, en donde los grandes perjudicados han sido hasta ahora el propio bosque y sus habitantes.

La presencia del puma es importante porque significa que, a pesar de toda la presión que recibe la zona de San Rafael por traficantes de maderas, invasiones o plantíos de marihuana, este animal encuentra comida y agua en la región. “Quiere decir que existe presa en abundancia para él, por lo que es un gran indicador de que el bosque mantiene su biodiversidad y que funcional el ecosistema natural, pese a todo”, explica Benítez.

El miedo de los investigadores de dar a conocer la noticia de haber encontrado un puma en una reserva como San Rafael se debió justamente a los conflictos que soporta la zona. Además de la deforestación a gran escala que afecta las regiones de Itapúa y Caazapá, donde converge el área de la reserva, el drama de los cazadores es una cuestión que aumentó con la pandemia. A eso se suma una cuestión social muy fuerte, que guarda relación con los problemas de invasión que sufre el área por parte de comunidades campesinas que reclaman un lugar donde vivir.

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A este panorama se le debe agregar el drama de los incendios. De las 73.000 hectáreas que conforman esta área protegida, actualmente 33.000 hectáreas de pleno bosque se perdieron con el infierno desatado entre noviembre y diciembre pasado. Prácticamente la mitad de la reserva quedó sin bosque. Esto hizo que extensos territorios quedaran expuestos y hoy reciban mucha presión, ya sea por grupo de personas que buscan esos campos quemados para plantaciones agrícolas o la cuestión peor: los grupos narcos que buscan extender sus territorios de cultivo ilegal de marihuana en plena reserva.

La imagen del puma (puma concolor) en la Reserva. El primer registro fotográfico y documental. Foto: José María Riveros.

Tras aquel primer avistamiento, el equipo técnico decidió manejar la información con cautela y esperar la posibilidad de volver a encontrarse con el animal en algún otro momento. Volvieron a verlo en setiembre del mismo año. Además de registrar las características en cuanto a posible peso, color, y demás, en este puma encontraron algo peculiar. Una cicatriz cerca de la pata derecha, muy visible. Trabajaron sobre estos datos los días posteriores. Pero lo que les llegó, prácticamente un año después, fue algo que no esperaban.

El 4 de mayo del 2021, otra cámara trampa ubicada en otra zona de la reserva captó a un puma (puma concolor) recorriendo. Cuando hicieron las comparaciones, los investigadores pudieron darse cuenta que no tenía la cicatriz del primero. Sí, encontraron otro felino de la misma especie habitando los bosques de la reserva San Rafael en un periodo de un año.

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Sobre la mesa de madera hay un par de termos, una computadora, cables, cámaras, cargadores, cuadernos, anotaciones y otros elementos de trabajo. Dos sillas cerca. El corredor no es muy amplio, pero sirve para las reuniones del equipo técnico. En realidad, es la vivienda donde descansan, que se llama “casa de los biólogos”. Tiene un par de dormitorios y una cocina con todos los elementos necesarios como para preparar lo básico. Ahí pergeñan los planes y las estrategias para trabajar en la conservación de los bosques de la reserva.

Kangüery es una estación biológica propiedad de Guyra Paraguay de 6.797 hectáreas en donde se trabaja en diferentes proyectos de conservación. De esta cantidad, la organización comparte unas 580 hectáreas con la comunidad indígena Mbya Guaraní, pueblos ancestrales de la zona. La reserva es considerada una de las zonas boscosas más importantes del Bosque Atlántico Alto Paraná (BAAPA). En lo que refiere al monitoreo de animales, es un trabajo que la organización realiza transversal a cualquier programa o proyecto. Es decir, se hace en forma constante para tener registros de la vida que se tiene en este remanente de bosque.

Marcela Ferreira habla sobre lo que han encontrado con los monitoreos. Foto: José María Riveros.

En el tema del monitorio, el operativo se realiza por etapas. Desde Asunción viajan cada tanto los encargados de analizar los datos y resultados, que son Ferreira y Benítez, pero en campo están en forma constante los guardaparques y monitores forestales que trabajan en la Estación Kangüery.

Los guardaparques controlan que el operativo en los senderos sea exitoso a partir de la instalación de las cámaras, el registro que hacen y sobre todo también para la interpretación que se pueda tener a la hora de registrar por ejemplo dónde puede ser un lugar que pueda captar a los animales que no se dejan ver fácilmente.

“Para nosotros es vital que los guardaparques se involucren porque son ellos los que conocen la zona, saben cómo funciona por acá todo y están en el día a día. Los proyectos de conservación dependen bastante de ese trabajo en conjunto, coordinado”, expone Ferreira. Para Camilo Benítez, la cuestión es más tajante. “Los guardaparques no son guardias de seguridad, entendiendo la función que tienen de solamente resguardar un bien. El guardaparques es un factor fundamental para los procesos de conservación, por la naturaleza del trabajo que hacen”, señala Benítez.

Derlis von Strebert es uno de los guardaparques y opera la cuestión de las cámaras trampas y drones. Cuenta que la ubicación de estas cámaras tiene su técnica, ya que se busca la manera en que estén a la altura correspondiente y también que tengan el ángulo correcto. “Ponemos las cámaras apuntando siempre hacia senderitos que sabemos que arman los animales, entonces en algún momento las imágenes le captan”, expone.

Sobre la importancia en cuanto a biodiversidad de lo que representa San Rafael, Benítez ofrece un dato: Paraguay tiene registradas 722 especies de aves. De esta cantidad, 432 habitan la reserva.

Las cámaras han mostrado también otras especies que están en la categoría de amenazadas de extinción, como el guasu’i pytã o el tatú carreta. “Tenemos que hacer constante trabajo de control de nuestras cámaras porque también tenemos casos donde nos roban. De todo un poco hay, pero es cuestión de sobrellevar la cuestión”, dice Von Strebert.

Uno de los senderos de la Reserva. Allí trabajan diariamente los del equipo de Conservación. Foto: José María Riveros.

Ferreira comenta que están trabajando en una base de datos importante respecto a los registros que van teniendo en los últimos años. La idea es, en algún momento, poder tener rastreos más abarcantes para analizar comportamientos de los animales que habitan la reserva. Por ejemplo, las cámaras han encontrado felinos de especies muy llamativas. “Tenemos lo que nosotros llamamos ‘gatitos’ de la selva que, estamos casi seguros, son especies que han tenido modificaciones genéticas, ahí hay un gran campo que estudiar”, señala.

Trabajo con las comunidades

En los alrededores de la reserva viven varias comunidades campesinas e indígenas. Gran parte de ellas está con las necesidades básicas insatisfechas, reconoce Von Strebet. “Hay muchas familias en la zona que no tiene mayores recursos, entonces eso siempre va a terminar siendo una amenaza para el bosque. Hay mucha pobreza”, explica el guardaparque. “Ahí es donde entra el trabajo de la organización para involucrarse con estas comunidades porque eso es vital”, agrega Benítez.

Desde el 2010, Guyra Paraguay trabaja en un proyecto denominado “Conservación de bosques del Paraguay,” en el marco de la Reducción de Emisiones debidas a la Deforestación y Degradación de los bosques (REDD+) en la colonia La Amistad, San Rafael.

Esto significa que Guyra se encarga de pagar un monto anual a las familias que viven en esta colonia como recompensa por no deforestar. La Amistad está situada en medio mismo de la zona boscosa de San Rafael, bordeando el río Tebicuary, y tiene una extensión de 1.182 hectáreas. Al menos 67 familias trabajan con Guyra en este proyecto.

Un informe de Global Forest Wacht indica que Paraguay es el segundo país más deforestador de América Latina, superado solamente por Brasil, que sigue siendo el mayor del mundo.

Estación Biológica Kangüery. Foto: José María Riveros.

“La organización les paga a cada familia por lo que nosotros conocemos como servicios ecosistémicos. Esto significa que se le compensa monetariamente y en forma anual para no deforestar sus bosques y se calcula año tras años qué cantidad de gases de efectos invernaderos se evitaron con este sistema”, expone Benítez. Resalta que es el primer programa de este tipo que se implementa en Paraguay y que ahora, con tantos años de funcionamiento, está dejando sus resultados. Sobre todo, en lo que respecta a la conservación de la zona boscosa en un área que se comparte con una comunidad humana.

En La Amistad, el trabajo es constante. Se hace un control casi sistemático de aves y también el registro de la cobertura arbórea. Para la organización es el mejor ejemplo de que trabajando con las comunidades, el resultado para la conservación puede tener afectos más alentadores, aun si se implementa este tipo de programas en otras comunidades.

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Del otro lado de la reserva, en la zona sur, la Organización Pro Cordillera San Rafael (Pro Cosara) también desarrolla proyectos de investigación que se basan en monitoreo a través de cámaras trampa y el registro de huellas.

“Las trampas huellas consisten en un sistema simple que es preparar una zona específica del bosque con arena, en puntos donde sabemos o creemos pueden pasar los animales, y después queda el registro de sus huellas”, indica Gustavo Benítez, uno de los guardaparques que se encargan de llevar adelante los proyectos de conservación. En total son cinco personas que trabajan en forma permanente en el proyecto.

La vida animal es riquísima en la región de San Rafael. Un ejemplar Aguará (Cerdocyon thous) captado por una de las cámaras de ProCosara. Foto: Gentileza.

Gracias a este sistema de trabajo han logrado identificar la presencia de guasu pytã (mazama americana), tatú hû (dasypus novemcinctus), akutipak (cuniculus paca), aguará popé (procyon cancrivorus), agutí sa’yju (dasyprocta azarae), aguará popé (procyon cancrivorus) y hasta del lobo pe (lontra longicaudis).

La organización se instaló en la zona en 1997 y desde entonces también hace monitoreo con cámaras, además de buscar trabajar con la comunidad en temas de capacitación para bomberos forestales. De hecho, la organización formó la primera unidad de bomberos de la zona. Esto es esencial para la región debido a que cada año, toda la reserva y comunidades aledañas se ven afectadas por focos de incendio.

El año pasado, Pro Cosara tuvo que refugiar a unas 20 familias de comunidades aledañas que se quedaron sin casa después de los incendios que arrasaron la zona.

Sobre los programas de conservación, trabajan también con otras instituciones. “A menudo trabajamos con estudiantes de la UNA u otras universidades para que ellos nos ayuden a clasificar especies o nos brindan apoyo técnico para realizar las investigaciones”, dice Celia Garayo, gerente operativa.

En el 2019, Pro Cosara lanzó un libro de guía de aves, producto de la cantidad de avistamientos en la zona y de los registros que van teniendo.

Sobre la participación del Estado en toda esta historia, lo que se tiene son los acuerdos de cooperación entre Guyra Paraguay, Pro Cosara con el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) y el Instituto Forestal Nacional (Infona). Con la primera institución se trabaja mayormente en el acompañamiento para patrullajes de control de toda la reserva, aunque la realidad es que el Mades tiene escaso presupuesto para destinarlo a estos trabajos.

El Infona coopera con Guyra principalmente en programas de producción sostenible, con entrega de plantines y otras ayudas. Es toda la presencia estatal en una área muy sensible.

Según informe de la organización WWF, la deforestación en la reserva San Rafael llegó a las 3.200 hectáreas, de acuerdo al monitoreo satelital que abarcó el periodo 2004 hasta 2020.

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El avistamiento de dos pumas en la región de San Rafael motivó a un grupo de jóvenes a seguir trabajando en explorar la zona y, sobre todo, seguir progresando en registrar nuevas especies. Es una fuerza que los motiva a seguir penetrando senderos y bosques, haga frío, calor, bajo amenazas extrañas o enfrentando incendios.

Porque para ellos vale la pena descubrir que hay vida en San Rafael a pesar de todo.

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