En la Ciudad Vieja de Jerusalén, la emoción se lee en los ojos de los niños, vestidos con sus camisas más hermosas. Pero, en este fin del ramadán, aunque el cuerpo pida fiesta, el ánimo continúa golpeado por la violencia de los últimos días.
Los primeros rayos de sol apenas empiezan a despuntar cuando los palestinos van llegando a la Explanada de las Mezquitas, tercer lugar santo del islam, para las oraciones matinales del Aíd al Fitr.
En el centro histórico de Jerusalén, los vendedores ambulantes montan sus puestos de juguetes de plástico, en tanto los que venden ka’ak, un gran bagel cubierto de sésamo (una especialidad de la ciudad), intentan convencer a los paseantes.
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En la Explanada, los fieles rezan por el fin del ramadán. En la puerta de Damasco, en la muralla que rodea la Ciudad Vieja, dos enormes racimos de globos de helio, con la forma de Mickey y de Spiderman, se elevan hacia el cielo.
Hace tan solo tres días, en esta zona, la policía israelí lanzaba granadas aturdidoras y rociaba con agua a los manifestantes, tras un fin de semana de enfrentamientos en Jerusalén Este, la parte palestina de la ciudad ocupada y anexionada por Israel.
En unos días, centenares de palestinos y varias decenas de policías resultaron heridos en unos choques que, en muchas ocasiones, tuvieron la Explanada de las Mezquitas como escenario.
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Desde entonces, la violencia se ha desplazado a la Franja de Gaza, contra la que Israel está perpetrando bombardeos y desde donde grupos armados como Hamás, el movimiento islamista que gobierna en ese enclave palestino, disparan cohetes hacia Israel, apuntando sobre todo contra varias localidades mixtas -judías y árabes-.
Más de 80 palestinos han perdido la vida en los bombardeos en los últimos cuatro días, según Hamás, en tanto Israel anunció la muerte de siete personas en su territorio a causa de los cohetes. En Jerusalén, de vez en cuando, el estruendo de las granadas aturdidoras rompe con un ambiente tranquilo que, según los lugareños, podría ser engañoso.
“¿Usted ve problemas aquí, ahora? No”, suelta Jabbar, un sexagenario, señalando hacia la multitud de palestinos y hacia los policías israelíes apostados en la puerta de Damasco. “Pero eso puede volver a empezar de golpe”, asegura.
Línea roja
“Si Dios quiere, todo volverá a estar en orden”, confía Fefka, una habitante de Issawiya, un barrio de Jerusalén Este. “La violencia tiene que cesar, pero todo esto no es solo para los colonos”, protesta. “Jerusalén también es nuestro”, agrega, denunciando la colonización israelí en el sector palestino de la ciudad.
Hiba y Suyud, de 26 y 21 años, han acudido a la Explanada de las Mezquitas todos los días desde el viernes. Ese día estallaron los primeros enfrentamientos con la policía, en un contexto de tensiones por la amenaza de expulsión de varias familias palestinas de sus casas en Jerusalén Este, en beneficio de unos colonos judíos.
“Permanecimos en Al Aqsa mañana y noche”, comenta Suyud, en alusión a la gran mezquita de la Explanada. “No queremos problemas [con la policía] pero esta mezquita es nuestra, tenemos que defenderla”, afirma el estudiante de Secretaría.
En la explanada, mientras varios niños juegan con un payaso, los palestinos ondean banderas de Hamás y cuelgan pancartas en honor al movimiento islamista. “Jerusalén es una línea roja”, reza una de ellas. En la calle Al Wad, que cruza la Ciudad Vieja, varios peatones lucen la bandera palestina en su camiseta y otros la llevan dibujada en las mejillas. Muchos llevan una kufiya, el pañuelo que se ha convertido en emblema de la causa palestina.
“Hoy, por el Aíd, nos sentimos tristes, a causa de la situación, de la violencia”, explica Hiba, que lleva una kufiya atada a la cabeza. La joven cita los bombardeos en Gaza, los altercados entre judíos y árabes en las ciudades israelíes. “No podemos estar feliz con lo que está ocurriendo en Gaza y en otras partes”, concluye.
Fuente: AFP.