A casi 2.000 metros sobre el nivel del mar, agricultores bolivianos dan vida a cultivos llegados al país hace cientos de años de la mano de misiones jesuíticas para producir un vino de altura que sueña con encantar a los mercados mundiales. En el departamento sureño de Tarija están los principales viñedos de Bolivia, rodeados de dos gigantes que se dedican a explotar con éxito internacional el elixir de los dioses, Argentina y Chile.
La uva se produce en Tarija desde los tiempos de la colonia en un clima templado, con un sol a menudo inclemente matizado por leves vientos. En la región hay unas 5.000 hectáreas de cultivos de uva. Las noches suelen ser frescas también y con una humedad que los especialistas locales consideran como un aditamento particular para el vino boliviano.
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Entre viñedos y barriles de maceración de una de las más conocidas empresas del país está el enólogo Nelson Sfarcich, quien saca pecho por el vino boliviano y por la capacidad de producir en la altitud. “La altura significa que tenemos menos capa de ozono, de filtración de los rayos, por lo cual la incidencia de los rayos ultravioleta es mayor a mayor altura del nivel del mar (...), eso genera una respuesta de la planta”, señala.
Como resultado de los efectos de esos rayos, explica, la planta produce un engrosamiento de la piel de la uva y un mayor contenido de resveratrol, un fenol “que se considera que es una protección del sistema cardiovascular”.
María José Granier, fundadora de la vinera artesanal Jardín Oculto, afirma que “la altura permite que las viñas puedan entrar en ‘dormancia’ [tiempo en que la planta detiene su desarrollo] en época de invierno, brotar en época de verano y tener un ciclo reproductivo importante”.
Gustos y sabores
La producción de vino en Bolivia se sitúa entre los 21 y 23 grados latitud sur y los 1.600 metros y 2.000 metros de altitud, pero en algunas zonas andinas, con clima cálido, se encuentran cultivos hasta los casi 3.000 metros.
Helmuth Kohlberg, fabricante de vinos, explica que en lo que respecta al aroma, “se diferencia mucho” el de altura al del resto, pues genera “una concentración de aromas interesante” y un color particular. “La maduración de los taninos es muy suave. Y terminamos con uvas que tienen los taninos de semilla muy maduros y muy suaves. Algo que realmente llama mucho la atención”, agrega Kohlberg.
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Granier explica que los amantes de esta bebida son “gente que le gustan los vinos elegantes, son vinos que no tienen una cantidad de alcohol muy fuerte, sino que tienen aromas y sabores suaves pero potentes al mismo tiempo”.
La sommelier independiente Carla Molina García dice a su vez que la conocida uva “Moscatel de Alejandría”, que “da vinos dulces, bastante aromáticos” se produce en Bolivia y ofrece a los degustantes un tipo “seco, que es superaromático”.
Nichos de mercado
La producción de vino es muy pequeña en Bolivia, en comparación con la de sus vecinos Argentina y Chile, pero los productores creen que se pueden ganar determinados nichos de mercado, no en volumen sino en calidad.
Tienen como destino principal el mercado nacional, donde se puede encontrar Cabernet Sauvignon, Malbec, Merlot, Tannat u Oporto. Y la creciente popularidad de los vinos coincidió con un boom gastronómico de nuevos restaurantes de moda enfocados en los sabores locales, particularmente en La Paz. Algunos productos, señala la sommelier Molina García, ya han llegado a Estados Unidos y países de Asia.
“No tenemos un espacio. No hay gran potencial de crecimiento. Pero sí en el aspecto de calidad (donde) hay demasiado por hacer todavía”, indica. “De aquí a unos años más, ojalá Bolivia realmente sea conocido como un país productor. Pequeño, pero de vinos que realmente destacan”.
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En el Valle de Cinti, ubicado en el departamento Chuquisaca, al norte de Tarija, también hay viñedos más antiguos. La historia cuenta que el vino llegó a Bolivia inicios del siglo XVII de la mano de curas jesuitas que tuvieron que cultivar uva para producir la bebida que era usada en las misas. Trajeron las plantas principalmente desde España.
Los religiosos llegaron a la región andina de Potosí, vecina a Tarija, acompañando a una importante migración de españoles y luego de criollos, atraídos por la explotación del oro y la plata. Potosí, donde se halla el famoso Cerro Rico, tenía hacia 1625 una población de unos 165.000 habitantes, entre las más pobladas del mundo en esos tiempos.
Fuente: AFP.