Carlos Marques trabaja desde hace 12 años conduciendo ambulancias en el interior del estado de San Pablo. No fue preparación suficiente para las desafiantes jornadas que vive con la explosión de casos del coronavirus en Brasil.

“Espero que hoy sea un día mejor. Esperemos que no sea tan malo como los otros están siendo, recogiendo personas desesperadas, llorando. Al final de cuentas, nos conmueve, porque estamos junto a ellos, presenciando su sufrimiento”, dice Marques, minutos antes de iniciar la semana pasada una guardia de madrugada.

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Marques, de 52 años, tiene formación en primeros auxilios. Además de conducir, ayuda a dos enfermeros con quienes comparte turno a cargar a los pacientes, en caso de necesidad. Con la llegada de la pandemia a Brasil, fue contratado por una empresa privada que presta servicios a un hospital para trasladar pacientes con COVID-19 en Santo André, en el cinturón industrial de la capital económica del país.

Cumple guardias de 12 horas, con un día y medio de descanso en el medio. Vive con su esposa, su hija y cuatro nietas en dos humildes casas contiguas que él mismo construyó en el empobrecido este de la ciudad de San Pablo. Nunca contrajo la enfermedad, pero teme que su exposición termine afectando a su familia.

Sus historias suelen ser tristes, como la de una pareja que trasladó en dos viajes separados hasta un hospital. “Los dos fueron intubados y murieron con un intervalo de diez minutos. Camino al hospital, a pesar de estar mal, conversaban [con los enfermeros]. Eso me marcó mucho, porque... no es fácil, una pareja, imagínate, no es fácil”, relata durante una pausa de media mañana.

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En abril pasado, cuando Brasil alcanzó un registro de más de 4.000 muertes por COVID-19 en un único día, Marques llegó a trasladar hasta 16 pacientes en una sola jornada.

El país más poblado de América Latina (212 millones) totaliza más de 420.000 muertos, más de 100.000 en el estado de San Pablo. En términos absolutos, solo es superado por Estados Unidos, aunque la tasa de óbitos por 100.000 habitantes es la mayor de toda América y del hemisferio sur. Los contagios suman 15 millones, un umbral que solo Estados Unidos e India han traspasado.

Pocas buenas noticias

La curva de decesos e infecciones parece haber parado de subir, pero aún así no hay mucho tiempo para pausas en el día a día de este chofer. Lo llaman para decirle que una paciente que debe ser trasladada a otro hospital está en vías de recuperación y que pronto podrá volver a su casa. “¡Qué bueno!”, exclama Marques.

“Generalmente recogemos a los pacientes llorando. Preocupados. La mayoría piensa que va a morir. Cuando recogemos a un paciente que está así, de semialta, la persona sale feliz y nosotros también”, dice sonriendo. Marques ya fue vacunado contra el virus y dice que su sueño es que todos sean inmunizados en Brasil, donde apenas 13% de los habitantes recibieron hasta ahora la primera dosis y 5%, la segunda.

Aunque lamenta que sus ingresos sean bajos, no oculta su satisfacción por la gratificación personal: “Me gusta llegar a casa, incluso cansado, y saber que hice un trabajo importante para la comunidad. Hay personas que nos saludan o nos aplauden. Algunos nos llaman héroes. Ésta es una buena profesión”.

Fuente: AFP.

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