Greyssi y su hijo devoran una presa de pollo en un albergue en Tlaxcala, México. Es el primer bocado de esta hondureña en tres días, luego de malestares por un embarazo inesperado que complica su ya de por sí tortuoso viaje a Estados Unidos.

“Ayer me sentía mal, no quería comer, entonces pedí que me hicieran una prueba de embarazo”, dice a la AFP Greyssi Venegas, de 23 años, quien partió el 21 de marzo de San Pedro Sula con Eduardo, de siete.

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La travesía comenzó a pie y continuó en autobús y tren hasta el estado de Tlaxcala, en el centro del país, colindante con la capital, donde los migrantes duermen un par de noches para recobrar fuerzas.

El albergue Sagrada Familia, único de la zona, está repleto por el creciente número de viajeros. Algunos tienen que pernoctar al lado de las vías de “La Bestia”, una línea de trenes de carga usada clandestinamente por los migrantes para cruzar México.

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Greyssi reunió 2.500 lempiras (104 dólares) para intentar cruzar a Estados Unidos por segunda vez en tres años, pero el dinero se agotó en la frontera con México. Ella y su hijo comenzaron la travesía caminando los casi 300 km que separan San Pedro y Esquipulas (Guatemala), y viajaron más de 12 horas en bus y camioneta.

“¡Y entonces, a la guerra!”, afirma la joven embarazada de dos meses refiriéndose al desafío de cruzar una parte de México a pie y otra colgada de “La Bestia”, que abordó en el estado de Veracruz, en el sur del país, rumbo a Tlaxcala.

Juntos hasta el final

Miles de centroamericanos van hacia Estados Unidos para huir de la violencia y la pobreza. Greyssi recibió el golpe de gracia en noviembre pasado. “Trabajaba en una finca cafetalera, pero los huracanes me dejaron sin empleo y sin casa”, relata la mujer, con tos, y cuyas ojeras delatan el cansancio extremo.

El dueño del cultivo, radicado en Estados Unidos, prometió ayudarla si consigue asilo. No puede hacerlo antes porque podrían acusarlo de tráfico de personas. “Cómo cruce, es mi problema”, señala.

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Los menores que viajan solos y las mujeres con niños pequeños tienen más posibilidades de ser admitidos desde la llegada a la Casa Blanca de Joe Biden, que flexibilizó la política de “tolerancia cero” de su antecesor, Donald Trump.

Solo en marzo se duplicó hasta 19.000 el número de menores no acompañados que reciben asistencia mientras son contactados con parientes en Estados Unidos. Pero Greyssi descarta que su hijo, enfermo del corazón, cruce solo. “¡Por nada del mundo permitiría que nos separen! ¡Solo Dios podrá hacerlo!”.

El pasado fin de semana, las autoridades mexicanas anunciaron el rescate de 19 menores y 117 adultos en manos de “polleros” (traficantes) en una casa de Tlaxcala.

Flujo incesante

Es casi mediodía en el municipio de Apizaco, donde está el albergue Sagrada Familia, y unos 200 migrantes que llegaron la noche anterior retoman la travesía. En tres meses han sido atendidas unas 3.000 personas, cifra “dramática” frente a las 6.500 recibidas durante todo 2020, señala su director, Sergio Luna.

“No vemos que disminuya a pesar de los controles”, indica. En marzo fueron detenidos 172.000 indocumentados en Estados Unidos, un alza del 71% en un mes y el nivel más alto en 15 años. Según cifras oficiales, el 60% fue expulsado a México por protocolos del COVID-19.

Este país reforzó la vigilancia en su frontera con Guatemala para detener el flujo, pero la diáspora toma rutas alternativas a las tradicionales, según especialistas. De 31.492 migrantes irregulares identificados en México entre el 1 de enero y el 21 de marzo, la mayoría eran hondureños.

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Los migrantes que llegaban al refugio de Tlaxcala principalmente eran hombres jóvenes, pero recientemente comenzaron a arribar adultos mayores. Hernán Cardona, expolicía hondureño de 58 años, cuenta entre lágrimas que inició este “calvario” el 15 de marzo por sus cinco hijos y una nieta.

En el camino -denuncia- policías guatemaltecos le quitaron 9.000 lempiras (374 dólares) y tuvo que trabajar en Chiapas (México) cargando bultos. “Luego nos aventamos ocho días y ocho noches a pie, hasta llegar a Salto de Agua durmiendo en el monte y sin comer”, recuerda.

Pronto continuará este viacrucis, como Greyssi y su hijo, que el pasado domingo tomaron una van para cubrir parte de los casi 1.900 km de carretera que les restan hasta la fronteriza Ciudad Juárez.

Fuente: AFP.

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