Por Aldo Benítez (La Nación), Santiago Espinoza (Opinión, Bolivia) y Hugo Cárdenas (El País, Colombia).

Fotos: Opinión, El país, Facebook, gentilezas

Cientos de jóvenes, la gran mayoría colombianos, han sido víctimas de la estafa de falsos empresarios que les prometen un lugar en el Olimpo del balompié y terminan abandonándolos en otros países, sin destino ni dinero. Este reportaje registró 217 casos de un sistema que se extiende por Centro y Suramérica y llega hasta Europa y Asia.

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Desde México hasta Argentina, en humildes e improvisadas escuelas de formación deportiva, se juegan a diario no solo las ilusiones de millones de niños y adolescentes que sueñan con alcanzar la fama en el fútbol, sino la esperanza de sus padres de gambetear a través de ellos la pobreza.

Son lugares olvidados por la dicha del progreso, en donde la única salvación parece estar en la aparición de un “representante” con una oferta económica para llevarse a los jóvenes y hacerlos debutar en los principales clubes del sur del continente y de Europa, como lo hicieron en su momento con el argentino Lionel Messi o el colombiano James Rodríguez.

Esa figura del futbolista que sale de las barriadas para luego convertirse en estrella internacional, dejando atrás miserias y prohibiciones, es el escenario ideal por el que muchas familias están dispuestas a destapar todas sus cartas.

Pero en estas vidas llenas de postergaciones los sueños casi nunca se cumplen. Y a veces se transforman en pesadilla. Así les ha ocurrido a cientos de futbolistas aficionados y sus familias, engañados por personajes del “otro fútbol” a través de un esquema tan simple como efectivo: la estafa llevando a los futbolistas a diferentes países de Suramérica, así como de Centroamérica, Europa o Asia y dejarlos a la deriva. En ‘off side’.

En este reportaje, realizado por El País de Cali (Colombia), La Nación (Paraguay), Opinión (Bolivia) y Connectas, se logró registrar 217 casos de deportistas, en su mayoría colombianos, que lejos de consagrarse en el fútbol internacional terminaron siendo víctimas de un mercado ilegal que incluye desde estafa y trata de personas hasta explotación sexual.

Edgar Ozuna en su perfil de FB. Ahora está preso en Bolivia. Entre el 2018 y el 2019 ingresó a Paraguay varios jóvenes colombianos a los que les prometió jugar y terminó abandonándolos.

A esa cifra se llegó tras solicitar información a las autoridades judiciales en Colombia, Paraguay y Bolivia, y cruzarla con las denuncias de algunas de las víctimas e informes de prensa en varios medios del continente. Número que refleja la magnitud de un delito silencioso que bien podría llamarse ‘trata de futbolistas’, aunque esa figura no existe en el código penal de ningún país.

Aunque no se trata del accionar delictivo de una estructura criminal organizada, cada una de las personas que integra la nómina de 19 falsos cazatalentos identificados para este reportaje se ciñe al mismo patrón de falsedad para lograr su propósito: engañan a familias de escasos recursos, a las que les venden la ilusión de llevar a sus hijos a probar en segunda o tercera división de otro país, les piden una suma baja de dinero para iniciar trámites y luego, con la ilusión madura, les exigen desde 600 hasta 10.000 dólares por llevarlos, sin obstáculos, a la “fama”.

Con cartas de equipos adulteradas, firmas de directivos falsificadas y sueños ajustados a la ilusión de cada víctima, las familias hipotecan sus viviendas, venden sus pertenencias, realizan todo tipo de actividades o acceden a créditos informales con tal de no dejar pasar la oportunidad. Una maratónica carrera por anotarse un autogol en la vida.

La esperanza

En los municipios de la costa pacífica colombiana, asfixiados por la pobreza, los cultivos de uso ilícito y el conflicto armado, los sueños se persiguen corriendo en potreros o en las orillas de la playa con los pies desnudos y tras pelotas malgastadas de plástico, trapo y papel.

De esta región, considerada por el Banco de la República como la más pobre del país, salieron varias de las figuras de la selección de Colombia y los equipos del fútbol profesional. El balompié se convirtió casi en la única opción legal que tienen sus niños y jóvenes de piel achocolatada de alcanzar una vida digna. Eso lo sabe al menos una veintena de falsos empresarios identificados durante este reportaje, quienes les enseñaron a estas familias que es falsa la premisa de que ‘soñar no cuesta nada’. Sí cuesta, y bastante.

Corría el mes de octubre del 2019 cuando apareció en la casa de Jefferson y otros jóvenes de entre 15 y 21 años, en un sector popular del municipio de Quibdó, el empresario argentino Édgar Humberto Ozuna, quien se presentó como presidente del Club Deportivo Thomas Bata de Quillacollo (Cochabamba), un equipo de segunda división del fútbol de Bolivia, con cartas en blanco para llevar jóvenes promesas a probar a esa liga.

Consciente de que al futuro en ocasiones es necesario darle un impulso, el tío de Jefferson, un humilde pescador, accedió a un préstamo informal conocido como ‘gota a gota’, un crédito que organizaciones criminales entregan sin estudio previo y donde la deuda se paga hasta con la vida. Tres semanas más tarde la esperanza de toda una familia aterrizó en El Alto y luego en Cochabamba, Bolivia, a la espera de que el joven empezara a romper las redes con sus goles y a espantar la pobreza con su salario.

Pero los reflectores de ningún estadio se encendieron para su debut. Jefferson fue abandonado por el empresario en un hotel junto a otros ocho jóvenes y luego se infectó de covid. Hoy vive en Cochabamba de la caridad de la gente. Su familia en Colombia, ahora más pobre, endeudada y con preocupaciones, busca un boleto que lo traiga de regreso y lo saque de esa pesadilla en la que terminó, lejos de su hogar.

En ese trasegar de sueños de papel, la historia de Jefferson se repite de a decenas entre jóvenes colombianos que cayeron en la misma trampa y ahora sobreviven en el extranjero limpiando los parabrisas de los carros en los semáforos o como vendedores informales en las calles.

Muchos llegaron a Argentina, Paraguay, Bolivia, Uruguay, Centroamérica o Europa pagando el doble de lo que cuesta un vuelo en clase ejecutiva para ir rumbo al abandono en clase económica. Para otros su ilusión ni siquiera tomó pista porque se quedaron en sus viviendas con las maletas y sueños empacados, esperando el cazatalentos que no los llevó siquiera a conocer la sala de espera de un aeropuerto.

Así lo hizo Carlos Velásquez, un falso delegado deportivo venezolano que llegó a mediados del 2018 al oriente de Cali a profanar el campo sagrado del fútbol en el barrio 12 de Octubre. La misma cancha que vio alzar vuelo al ‘Palomo’ Alveiro Usuriaga y consagrarse luego en España y Argentina, fue el camposanto en el que quedaron sepultados los anhelos de diez jóvenes de ir a reforzar la liga profesional de Venezuela.

La promesa

Son las 7 de mañana en este sector del oriente de Cali y mientras Yilber Castro amarra de nuevo sus botines, con los bolsillos vacíos y a la espera de una segunda oportunidad, recuerda que su madre, una empleada doméstica, logró con esfuerzo y debiéndole a cada santo una vela juntar los 700 dólares para el viaje que el joven nunca realizó.

Con el crujir de un sueño roto quedó también postergada la probabilidad de que su madre algún día no tenga que levantarse a lavar ropa ajena. “Es doloroso que haya gente que juegue de esa forma con las ilusiones de personas humildes que solo buscan salir adelante y ofrecerle una mejor vida a su familia”, dice Yilber.

Estos jóvenes colombianos estuvieron en Bolivia buscando un lugar donde jugar. También fueron engañados por Edgar Ozuna, que estuvo en Paraguay. Varios de estos jóvenes se contagiaron con covid-19 (Foto Opinión)

Colombia es el tercer país de América que más futbolistas exportó en el 2020 y el quinto a nivel mundial, según un informe del sitio especializado Big Data Sports. Y es donde se origina mayormente este mercado ilegal. Pero hay una realidad, tan desoladora como perder un campeonato en el último segundo, que tal vez lo explica.

A diferencia de Brasil (con cuatro divisiones y 128 equipos), Argentina (con cinco divisiones y 107 equipos), Paraguay (con cuatro divisiones y 62 equipos) o Bolivia (con 3 divisiones y 60 equipos), en Colombia solo hay 2 divisiones y 36 clubes avalados con cupo para apenas 30 deportistas cada uno. Es decir, solo hay espacio en el fútbol profesional para 1.080 jugadores, cuando decenas de miles de jóvenes sueñan con saltar al gramado del estadio. Por eso la tentación de depositar el sueño en cualquier mano ajena será siempre una alternativa.

“En Colombia es muy fácil abusar de las expectativas de la gente”, cuenta Carlos González Puché, presidente de la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales (Acolfutpro) “porque los papás están dispuestos a pagar y a hacer lo que esté a su alcance, en todos los niveles sociales, por ver triunfar a sus hijos”. Todos, asegura González Puché, “creen que tienen a Maradona en su casa. Y terminan proyectando estos chicos a la miseria porque dejan de lado el estudio y ponen el fútbol como única alternativa y terminan burlados”.

Nadie sabe cuándo ni cómo, pero Javier Alexánder Neira Hincapié pasó en el año 2012 de ser un conductor de buses de servicio público de la empresa Cootransniza, en Bogotá, a convertirse en el 2013 en agente FIFA y empresario de jugadores para llevar al Atlético de Madrid (España) y al FK Karpaty (Croacia).

Una decena de denuncias que rezan en su contra en la Fiscalía colombiana señalan que clonó documentos del Junior de Barranquilla y con ellos realizó falsas contrataciones de directores técnicos y jugadores de Argentina y España que supuestamente traería al equipo profesional, hasta que fue descubierto en el 2014.

Meses después reapareció en Bogotá en un centro de entrenamiento, con lentes oscuros, traje de señor y un renovado repertorio dispuesto a llevar a Jorge Luis Lara, un jugador habilidoso que había estado por Centroamérica, para el fútbol de China.

Otro de los supuestos empresarios que tiene varias denuncias en su contra por engañar a decenas de familia. Así se presentaba en la web.

Por la documentación y el precontrato exigió 8.000 dólares y la promesa de que el representante del jugador recibiría 100.000 dólares. Un par de semanas después, con cartas falsas, envió al jugador a presentarse a la Embajada de China, pero le negaron la visa. Pidió entonces el dinero para buscar una alternativa para sacar al jugador del país y sus víctimas aún lo están esperando, junto a otros diez muchachos que llevaría para el Atlético de Madrid a cambio de 1.500 dólares por jugador.

De acuerdo con las cifras de la Federación Colombiana de Fútbol, en este país tenían registrados al cierre del 2020 a 77 intermediarios oficialmente inscriptos para realizar transacciones con deportistas.

Para Iván René Alfaro, un joven cartagenero de 22 años, los halagos como jugador habilidoso no eran asunto nuevo. Dueño de una zancada larga, figura atlética y potente remate, era un hecho su llegada al fútbol colombiano en cuestión de días. Sin embargo, fue visto primero por un cazatalentos para equipos en Panamá y México.

En plena pandemia, en el mes de julio, Jorge Andrés Ruiz Atehortúa, deslumbrado por el talento del jugador cartagenero, inició un proyecto en el que contrató a Luis Matos y a Francisco Rodríguez como coordinadores. Rentó una cancha y una casa-hogar para tener allí a los jugadores de mejores condiciones. Y empezó a tramitar contratos para el equipo Nicolás Romero de México y el Atlético San Pacho, de Panamá.

Con los contratos en la mano, los padres debían cancelar entre 700 y 1.000 dólares por los trámites antes de viajar al país asignado. Alfaro, acostumbrado a burlar marcas, no pudo esta vez driblar al empresario que tenía enfrente.

“En mi desespero por salir adelante, hablé con mis papás y mi familia y entre todos empezamos a juntar ese dinero. Mi papá estaba desempleado y aun así conseguimos parte del dinero con un préstamo al 20 por ciento de interés y vendí algunas de mis cosas y de atrevido les pedí dinero a algunos amigos”, cuenta Alfaro mientras resopla bajo el sol canicular de Cartagena a las 3 de la tarde. Por supuesto, todo fue un fraude. Ruiz no era más que un habilidoso falsificador de documentos que no representaba a nadie. En México jamás han sabido de él y en Panamá, el equipo al que iba a llevar jugadores era un conjunto de barrio que no compite en ningún lugar.

“El tipo se les llevó a los muchachos de la ciudad y de otras regiones del país entre 18.000 y 20.000 dólares. En noviembre les aseguró además a tres jugadores del César que los llevaría a jugar a Belice, pero todo fue mentiras y yo mismo presenté las denuncias a la Fiscalía”, cuenta Hugo Alfaro Cantillo, quien ha sido el preparador de varios jugadores de la costa Atlántica colombiana que hoy militan en el profesionalismo.

La estafa

Los mundiales de Brasil 2014 y Rusia 2018 marcaron un nuevo derrotero para los piratas de sueños en Colombia. En ambas selecciones aparecieron jugadores como Carlos Sánchez, Jeison Murillo, Éder Álvarez Balanta, Mateus Uribe y Álvaro Montero, quienes nunca jugaron profesionalmente en el país y tuvieron su oportunidad a través de equipos de tercera y cuarta categoría de Uruguay, Argentina, Brasil o España.

Eso motivó a muchos futbolistas aficionados a querer ir a buscar su sueño en otras ligas en Centro, Sudamérica y Europa. Y les dio un nuevo aire a esos falsos promotores que salieron a la caza de incautos y soñadores, aprovechando el éxito de la selección de Colombia, para pintarles el mundo que siempre han querido ver.

Daniks Cuero trabaja en Santa Cruz, Bolivia, limpiando vidrios ahora. Llegó con el sueño de jugar al fútbol, pero fue engañado por Edgar Ozuna.

Es mediodía en el corregimiento cartagenero de Pasacaballos, a 45 minutos de la ciudad amurallada, y en la calle Arroyito vive la familia Pérez Santoyo. Si alguien sabe de sueños rotos y sacrificios, son ellos y sus mascotas.

Cuando Yeison, el menor de los hijos, apenas empezaba a correr como alma salvaje tras una pelota, debieron vender el ‘tumbayegua’, un pájaro apetecido y de exquisito trinar que equivale en esta región del país a tener un billete de cien dólares en una jaula. Con ese dinero lo enviaron a Cali para probarse en un equipo del mundialista Faustino Asprilla, pero la ambición de un entrenador apagó la posibilidad de su fichaje.

Convencidos de su habilidad, y pese a su pobreza, se endeudaron para enviar a Yeison a la escuela de nuevos talentos del Barcelona de España. Pero a finales del 2019 fue el covid-19 el encargado de cerrarle la puerta y cortarle la luz al sueño. Obligado a volver a Colombia, envió antes videos suyos a diferentes equipos en Europa y Asia.

La respuesta soñada llegó antes de lo esperado, cuando (supuestamente) el Al-Wasl Football Club de Dubai se interesó en él y le puso en su correo un precontrato para integrar al plantel profesional. “Me pareció que la respuesta había sido muy rápida, pero por las ganas que tenía de cumplir mis metas no le di importancia a ese detalle”, dice el volante de 21 años, sabiendo que era el club que dirigió Diego Armando Maradona en su paso por los Emiratos Árabes.

Ante la supuesta premura, era necesario que el jugador costeara los gastos –cerca de 2.000 dólares– que debía consignar al representante del equipo y que le serían devueltos a su llegada a Dubái. “Mis papás hipotecaron la casa y se endeudaron con los bancos para conseguir ese dinero; después nos dimos cuenta que nos habían estafado”. Tan pronto consignó el dinero, le apagaron los teléfonos y no volvió a saber de su ‘promotor’.

No obstante, dice Eunice Santoya, madre de Yeison, “vamos a seguir insistiendo en su anhelo de llegar al fútbol, porque su sueño pasa a convertirse en una prioridad para nosotros”. Pese a los traspiés que ha sufrido, Yeison es un afortunado. Muchos como él no llegaron a romper las redes adversarias, sino que fueron ellos los que terminaron envueltos en redes, pero de prostitución y trata de personas con fines criminales.

Así lo consigna una noticia de junio del 2020 que publicó el portal Infobae. Siete futbolistas procedentes de Colombia fueron rescatados durante un operativo por la Guardia Civil Española mientras eran explotados sexualmente en Prados del Rey (Cádiz). Información oficial aseguró que la organización criminal reclutaba a jóvenes en Colombia y Argentina con el ofrecimiento de contratos de fútbol en ligas inferiores que les permitiría remediar los problemas económicos por los que pasaban ellos y sus familias.

Pero al llegar a España eran recogidos en el aeropuerto y les retenían la documentación para mantenerlos bajo control. Los jóvenes vivían hacinados en una habitación, solo podían relacionarse entre ellos y eran forzados a mantener relaciones sexuales durante su cautiverio, todo bajo el control de tres españoles que fueron capturados por los delitos de trata de personas con fines de explotación sexual y prostitución lucrativa.

El abandono

“Juegan a la lotería con el futuro de los chicos”, dice Rogelio Delgado, presidente de la Asociación de Futbolistas del Paraguay (AFP), quien conoce el caso de Ozuna y otros falsos empresarios por las constantes denuncias que llegan hasta su oficina. Delgado recuerda la historia de siete futbolistas paraguayos que terminaron a la deriva en Indonesia, engañados por un supuesto representante que les había sacado plata a las familias de estos jóvenes para poder “ficharlos” en clubes de la liga de aquel país asiático.

Con respecto a Edgar Humberto Ozuna, que no es argentino, sino un colombiano con acento rioplatense actuado, tiene un largo palmarés judicial en el sórdido mundo de la trata de futbolistas. Pese a tener cuatro investigaciones pendientes en Colombia desde el 2012, cinco procesos penales en Paraguay y una veintena de denuncias en Bolivia, vio la tarjeta roja recién en esta pandemia, cuando fue detenido por estafa en Cochabamba. La denuncia había sido instaurada por las propietarias de un hostal donde albergaba a los muchachos y luego huía sin cancelar el servicio.

En Paraguay, el nombre de Ozuna Sánchez pasó casi desapercibido para las autoridades fiscales a pesar de sus causas judiciales abiertas. Entre ellas una que lo relaciona con el delito de trata de personas, por la que tiene orden de captura y que estuvo a cargo de la hoy ministra de la Niñez y Adolescencia Teresa Martínez. La causa derivó en una investigación fiscal-policial en la que se descubrió un esquema de arribo de jóvenes colombianos a Paraguay –incluso menores de edad– que llegaban con un supuesto contrato de trabajo para desempeñarse como futbolistas en equipos profesionales.

Registros de los investigadores sostienen que, entre junio y agosto del 2017, Ozuna ingresó al Paraguay a cerca de 20 jóvenes colombianos, varios de ellos menores de 18 años, con la promesa de que jugarían en equipos de fútbol. Los llevaba a practicar en cualquier canchita de barrio hasta que desaparecía. El 16 de diciembre del 2017, Ozuna fue detenido por la Policía paraguaya cuando intentaba cruzar un retén hacia Bolivia. Intentó engañar a las autoridades usando un documento falso.

Pero tan sombrío como sus actuaciones es su estilo de vida. A través de sus redes sociales manifiesta un encanto por lo diabólico. “El diablo susurró en mi oído, ‘no eres lo suficientemente fuerte para resistir la tormenta’. Hoy le susurré al diablo en el oído: ‘yo soy la tormenta’”. Esta sentencia aparece como foto de portada en la cuenta de Facebook ‘Ozuna Edd’, en la que también se ven ilustraciones eróticas de mujeres intimando con demonios.

Michael Narváez, uno de los jugadores colombianos que sigue deambulando por las calles de Bolivia tras ser engañado por Ozuna, recuerda que “tenía un tatuaje grande en la espalda que era de un círculo con estrellas, que es como un pacto con el diablo. Tenía otro que decía: ‘No me le arrodillo a Dios sino al Diablo’ y tenía tatuado un demonio en el pecho y lunas negras en los brazos”.

En Bolivia, el primer registro de Ozuna aparece en un parte policial el 17 de abril del 2020, al día siguiente de que fuera denunciado por un grupo de nueve futbolistas colombianos –entre ellos el ya citado Jefferson– en la ciudad de Cochabamba. El caso tuvo trascendencia mediática en mayo cuando la mitad de los jugadores se infectaron con coronavirus.

Finalmente, la Justicia de Cochabamba determinó la detención preventiva de Ozuna por estafa agravada. Pero no por timar y abandonar a los jóvenes futbolistas, sino porque no había pagado los servicios de dos alojamientos en donde mantuvo durante varias semanas a los chicos colombianos.

Irónicamente, contagiarse de coronavirus fue lo “mejor” que pudo pasarles a los jugadores que Ozuna llevó a Bolivia bajo engaños. Eso permitió darle visibilidad a una historia que, de otra manera, habría pasado desapercibida.

Los jugadores con coronavirus se curaron y, con la ayuda de un sacerdote, volvieron a sus lugares de origen en Colombia. No corrieron la misma suerte otros futbolistas que Ozuna había llevado antes a Bolivia. Es el caso de Daniks Cuero, de 23 años y natural de Buenaventura, quien se quedó en Bolivia en medio de la pandemia, ganándose la vida en un asadero de pollo, vendiendo gaseosas en la calle y, en el último tiempo, limpiando parabrisas de autos en una rotonda de la ciudad de Santa Cruz. Lo poco que ahorra lo envía a Colombia para la manutención de su hijo de tres años. Por las tardes entrena en un club de tercera división, ya que no abandona el sueño de vivir del fútbol.

El final

Pese a ser un tema que involucra directamente los circuitos del negocio del balompié, desde la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) prefirieron no hablar sobre este sistema de estafa. Durante al menos dos meses, este equipo periodístico buscó sin respuesta alguna posición sobre el caso de la máxima autoridad regional del fútbol.

Sí lo hicieron en Colombia desde la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales, Asocolfutpro, donde informaron que pese a trabajar solo con jugadores profesionales, han ayudado a regresar al país a jóvenes que viajaron con engaños a Irán, a Malasia, a los países de la Cortina de Hierro y a Centroamérica, donde supuestamente se ganarían 1.000 o 1.500 dólares al mes, aunque finalmente terminaron viviendo en un cuarto compartido con hasta cinco personas y en condiciones infrahumanas.

Una de las tantas maneras crudas y tristes con las que jóvenes del continente han debido entender que llegó el minuto 90, el final. Que se apagó el sueño del fútbol y que no tendrán contratos millonarios, ni autos lujosos, ni fama, ni mansiones. Que todo lo que verán en cámara lenta es la jugada que no fue, la red que no se infló y la hinchada que su nombre jamás coreó.

Al cierre de este reportaje, a Yeison Pérez le ha llegado una nueva invitación. Esta vez para formar parte del Club Atlético Pantoja de República Dominicana, una muestra irrefutable de que mientras persistan los anhelos, habrá siempre Ozunas al acecho. El supuesto empresario es un argentino de nombre Nicolás Spur y la citación a pretemporada es una carta firmada sin nombre legible. Similar a la que recibió del Al Wasl Football Club de Dubai que dirigiera Maradona.

El mismo crack argentino que en su despedida reconoció que cometió errores, que se equivocó y pagó, que el fútbol está exento de culpas o de delitos que se cometen en su nombre porque “la pelota no se mancha” y nada tiene que ver el deporte con toda esta legión de ‘sepultureros de sueños’ que va por las canchas haciendo gambetas con la pelota sucia.

Para Juan David Perafán y Jordan Valberde, ambos de 25 años y colombianos, la suerte, pues, a decir de ellos, fue intermedia. Ambos llegaron a Paraguay en el 2019 –Perafán en mayo y Valberde en diciembre– con la mochila cargada de ilusiones con el sueño de seguir lo que siempre quisieron: jugar al fútbol y si es posible, en Primera División.

La otra cara de los que no llegan

Perafán ya jugaba en Colombia, pero dice que ahí hay menos oportunidades de triunfar. Agrega que este 2020 fue un año bastante duro, porque si bien a él le tocó jugar los últimos meses del 2019, con el ingreso de la pandemia desde marzo, no permitió el inicio de los torneos de las categorías de Ascenso. Estaba fichado en el club Humaitá, de Asunción, que está en la tercera división de Ascenso del fútbol paraguayo. Y no solamente jugó en el club, sino que vivió en las instalaciones de esta entidad deportiva. Relata que, como prácticamente ya no tenía dónde ir, entonces le dieron un lugar con un colchoncito tirado en un rincón y así pasó sus primeros cinco meses en Paraguay.

Perafán sostiene el cartel que utiliza durante las noches para promocionar la venta de comida colombiana. A su lado, Valverde, sentado. (Foto Cristóbal Núñez)

“Conseguí el club gracias a “La Sombra” Benítez –Diego, exfutbolista paraguayo que estuvo en varios equipos de la región– un amigo que hice en esto del fútbol. Un día me preguntó si estaba animado a venir a Paraguay a probar suerte y, pues, le dije que sí”, cuenta Perafán.

La casa que alquilan Perafán y Valverde está en San Lorenzo, a unos kilómetros de Asunción, en una zona popularmente conocida como “Calle’i”, histórica barriada sanlorenzana que dejó de ser aquel barrio con aires pueblerinos para convertirse directamente en una pequeña urbe con comercios y calles asfaltadas por todos lados. Como casi en todo el país, también en San Lorenzo el fútbol es palabra mayor como entretenimiento y formas de entender la vida.

“Acá solemos ir a jugar a una canchita que está cerca, con los muchachos del barrio”, cuenta Perafán. En principio, cuando vinieron a San Lorenzo, eran siete colombianos que habían llegado en diferentes meses entre el año pasado y este año con la intención de jugar en algún club de divisiones menores. Sin embargo, cuando llegó la pandemia, la situación se volvió insoportable para varios de ellos y cinco resolvieron volver. Pero ellos decidieron quedarse y enfrentarse a lo que le tocaban.

Valverde llegó en enero al país y cuenta que conoció a un mexicano que también estuvo por Paraguay esos meses buscando algún club en donde mostrarse. A él, la pandemia le dejó sin siquiera la posibilidad de fichar por un club, ya que las categorías de ascenso no se jugaron. “Es difícil porque uno llega con la ilusión, pero es lo que toca. Decidí quedarme porque quiero seguir probando, sé que es difícil, pero de verdad acá encuentro más oportunidades que en mi país”, dice Valverde.

Para estos futbolistas colombianos, la vida en el ascenso es difícil. Y con la pandemia todo fue mucho más complicado (Foto Cristóbal Núñez).

Así como cuesta encontrar club, también es difícil el campo laboral. Ambos relatan que al quedar parados, no tuvieron otra que buscar trabajos temporales, las famosas “changas”. Perafán trabajó de albañil, ayudante, pasando cosas, de todo, con tal de tener algo para poder aguantar en el día a día. La situación de Valverde no es muy diferente. Tuvo que ingeniarse para poder conseguir algún tipo de ocupación laboral que sirva para pagar el alquiler de la casa donde están y conseguir el alimento diario.

Por las noches, Perafán hace gala de su oficio con la comida colombiana y habilita una pequeña cantina en donde ofrece platos colombianos. “Lo que más gusta es la salchipapas, que es como la especialidad de la casa”, dice sonriendo. Su local, para ser bien identificado como colombiano, lo puso de nombre “El patrón”, con una imagen alusiva a Pablo Escobar. Sin embargo, el cartel también expone un versículo bíblico.

Perafán cuenta que es el único hijo de su familia, que sigue en Bogotá, Colombia. Tenía un hermano, pero lo asesinaron, dijo, sin dar más detalles. Valverde tiene cuatro hermanos más. Él y otro, el menor suyo, juegan al fútbol. El resto trabaja y estudia. “Nuestras familias nos ayudan cuando pueden, porque sabe, la cosa no es fácil cuando uno no está en su país”, dice Valverde.

Respecto a los supuestos empresarios que se mueven en este mundo futbolístico engañando a jóvenes y familias, Perafán dice haber escuchado al respecto cuando llegó a Paraguay, pero dice que eso es casi normal en el mundo no profesional de este deporte.

La vida detrás del fútbol, lejos de los flashes y de los millonarios contratos, las fotos y la fama, encuentra en historias como la de Perafán y Valverde esa otra cara de este deporte. La de aquellos que no llegan al sueño de Primera, pero que igual siguen peleando.


Esta investigación fue realizada por El País de Cali de Colombia, La Nación de Paraguay, Opinión de Bolivia y la plataforma latinoamericana de periodismo Connectas.



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