Juan Carlos Dos Santos
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El aniquilamiento de las dos mejores divisiones del ejército boliviano, encerradas en los bosques espinosos de Boquerón, constituye la manifestación más elocuente de la derrota boliviana y del valor y la capacidad del soldado paraguayo, además de la absoluta imposibilidad de que el Chaco sea boliviano. De esta manera el diario El Orden con el título de “El principio del fin” graficaba, hace 88 años, el sentir nacional tras la retoma del fortín, que se conmemora este 29 de setiembre.
Ubicado en el corazón del Chaco, a 360 kilómetros de distancia de Asunción, a 620 kilómetros de Santa Cruz de la Sierra y a 1.100 de La Paz, el fortín Boquerón fue capturado por los bolivianos el 31 de julio de 1932, ante una escasa cantidad de militares paraguayos.
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Las acciones para recuperarlo se iniciaron el 7 de setiembre y la paciencia así como la visión estratégica del comandante designado para lograrlo, el teniente coronel José Félix Estigarribia, fueron determinantes para lograrlo y para torcer el curso de los acontecimientos bélicos, que de entrada no se presentaban nada favorables al Paraguay.
En el lapso de aproximadamente 22 días que duró el sangriento enfrentamiento entre ambas fuerzas, en los alrededores del fortín Boquerón se sucedieron muchos hechos, tanto militares como diplomáticos y también sociales.
Aunque las fuerzas bolivianas que ya habían venido penetrando el Chaco desde años atrás, eran inmensamente superiores a las paraguayas, Estigarribia concentró todo el poderío del ejército y la aviación en un solo punto, Boquerón.
La tenaza paraguaya
Para ello, se valió de la rapidez y la buena organización para movilizar a sus fuerzas hacia el lugar, algo que los altos mandos bolivianos ignoraron, hasta que ya no les quedaba opción más que la de rendirse. El plan de Estigarribia era muy simple, pero resultaría altamente eficaz.
Consistía en ir cerrando todas sus fuerzas alrededor del fortín hasta dejarlo exhausto, sin pertrechos, sin víveres y sin agua, mientras repelía todos los intentos de ayuda por parte de otras unidades bolivianas que llegaban de distintas direcciones para socorrer y tratar de liberar a sus compañeros atrapados en Boquerón.
Y así, la mayor parte del ejército paraguayo, que día a día era alimentado desde diferentes ciudades del país, vía río Paraguay, y de ahí en tren al teatro de operaciones, fue atenazando a los bolivianos, que poco a poco fueron sufriendo los efectos de la estrategia de Estigarribia.
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A medida que los diferentes regimientos bolivianos llegaban, eran aniquilados, capturados o en el mejor de los casos para ellos, dispersados. En el ámbito diplomático, una comisión de países neutrales intentaba por todos los medios detener las acciones militares.
Trampa diplomática boliviana
Y con el avance de las operaciones y ya cerca del desenlace final, el gobierno boliviano aceptó el cese del fuego, pero poniendo una condición que simplemente dejaría al descubierto su verdadera intención. Mientras Paraguay planteó la posibilidad de aceptar si eso se refería a todo el Chaco, el gobierno boliviano, presidido por Daniel Salamanca, solo pretendía hacerlo en la zona del Fortín Boquerón, con la intención de evitar la caída de los fortines capturados por sus tropas.
El gobierno paraguayo no aceptó la propuesta de la comisión de países neutrales y Estigarribia continuó con su plan de recapturar Boquerón, algo que era absolutamente seguro, paro además, ir debilitando a las demás unidades bolivianas que, durante 22 días, iban una y otra vez a chocar contra casi todo el ejército paraguayo.
Tras la derrota en Boquerón, el alto mando boliviano atribuyó el hecho a la falta de trabajo de inteligencia para saber que se estaba enfrentando a un enemigo muy superior de manera particular y con una sorprendente capacidad de respuesta en movilización, algo que no pudieron hacer los bolivianos, quienes utilizaron camiones y marchas a pie para copar el Chaco.
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Este mismo desconocimiento de la situación real en los primeros días hizo que desde el interior de Boquerón los bolivianos enviaran informaciones erróneas y que cuando fueron corregidas, ya era tarde, pues el ejército paraguayo era quien los estaba atenazando, no solamente un regimiento o una división, como creyeron en un principio, tanto quienes estaban dentro del fortín atrapados como el alto mando, que enviaba refuerzos cada tanto.
Cuando la situación ya se hizo insostenible, los bolivianos recurrieron a su aviación y a sus tanques, los primeros muchas veces en vez de bombas arrojaban hielos y víveres, pero la vegetación y los disparos de los paraguayos no les permitían hacerlo a baja altura, por lo que la gran mayoría de estos elementos de subsistencia caían fuera y los bolivianos que salían a recogerlo, muchas veces eran fusilados por el cerco que preparó Estigarribia.
En su desesperación, la propaganda boliviana anunció el suicidio de Estigarribia y tras la caída de Boquerón, recién a mediados de octubre, en el país del altiplano comenzaron a enterarse de la derrota de su ejército, que el gobierno de Salamanca pretendía ocultar por más tiempo, aunque las informaciones recibidas desde La Paz eran contradictorios en ese aspecto.
Durante el lapso que duró el sangriento enfrentamiento en Boquerón, las informaciones que recibieron los bolivianos eran relatos de salvajismo y carnicería por parte de los soldados paraguayos, especialmente sobre los heridos y enfermeros y el pueblo boliviano exigía rabioso, incluso, el bombardeo de Asunción.
La rendición
El 29 de setiembre, en las primeras horas de la mañana, las tropas paraguayas ingresaron caminando al interior del fortín, encontrándose con un panorama dantesco. Cientos de cadáveres insepultos, heridos agonizantes que no pudieron ser socorridos por haberse acabado las medicinas y muertos los médicos. Estigarribia fue testigo antes de la caída, según lo narra él mismo, cómo los oficiales bolivianos disparaban a sus soldados cuando estos se abalanzaban por el tanque de la poca agua que quedaba en el interior del fortín.
Cuentan los soldados paraguayos, testigos de este momento, que solo un poco de agua era el pedido de los bolivianos antes de rendirse. Boquerón había comenzado a caer desde el 9 de setiembre, cuando Estigarribia comenzó a montar el cerco, que no pudo ser quebrado ni desde adentro ni desde afuera por los bolivianos.
Tan fuerte fue el cerco que hasta Luis Alberto de Herrera, político uruguayo y gran defensor del Paraguay, visitó el lugar mientras los bolivianos aún seguían resistiendo; lo mismo haría luego del triunfo Eusebio Ayala, el Presidente de la Victoria.
Boquerón fue un factor de unión
Los 22 días que duró la batalla de Boquerón fueron suficientes para unir a todo el pueblo paraguayo en una sola misión, recuperar el Chaco. La sociedad en general se volcó a ayudar en la esfera que le correspondiera. Apareció la figura de la Madrina de Guerra, mujeres que apadrinaban a soldados que no conocían, a quienes les hacían llegar diferentes tipos de regalos, a través del Correo Militar, creado también durante esos días.
Las familias comenzaron a realizar donaciones en efectivo, tanto a instituciones como la Cruz Roja Paraguaya como al mismo gobierno y las empresas pusieron a disposición del ejército todos los recursos que cada una de ellas podía ofrecer.
La población en general se acercaba a los hospitales a informarse de la situación de los heridos y a tratar de paliar alguna necesidad. Varias historias de los heridos fueron publicadas en los medios impresos de la época, llegando a la ciudadanía que buscada con desesperación ayuda como sea y también se instituyeron colectas populares casi a diario.
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Los extranjeros residentes en el país no se quedaron atrás, pues ciudadanos argentinos, chilenos y uruguayos formaron sus propios cuerpos militares y se pusieron a las órdenes del Gobierno Nacional. Los argentinos publicaron un anuncio donde llamaban a inscribirse a sus ciudadanos al Regimiento San Martín, los uruguayos al Regimiento Artigas y la colectividad chilena formó un cuerpo militar al que llamaron los Jaguarete’i.
Era tanta la identificación del pueblo con su ejército que podemos asegurar que la figura del escrache no es ninguna novedad. Los prisioneros bolivianos que se encontraban detenidos en libre comunicación en los cuarteles recibían visitas femeninas en esos lugares y los vecinos, y en algunos casos la prensa misma, se encargada de avergonzar la actitud de estas damas.
La celebración
El diario Crítica, de Asunción, relata de esta manera la celebración a la que se lanzaron las personas por las calles de varias ciudades del país. “Después de 20 días de cruento combate ha caído Boquerón. Es el primer gran revés que sufre el enemigo. Sangre paraguaya ha dejado allí la estela del heroísmo secular de la raza. El paseo militar que pensaban los bolivianos que sería la conquista del Chaco se ha convertido en un paseo de la muerte”.
Al recibirse la noticia de la caída del reducto boliviano, la ciudad vistió sus mejores galas. No hubo comercio que no cerrara sus puertas. Atronaron las bombas en el cielo y las campanas de las iglesias echadas a vuelo contagiaron el fervor patriótico a todos los barrios, que se volcaron a las calles en el delirio de un júbilo inmenso.
Una delirante manifestación con una banda de músicos a la cabeza se lanzó a las calles vivando a la Patria y al ejército paraguayo y ejecutando los sones de Campamento mientras las radios repetían y repetían el Himno Nacional", finaliza la descripción del popular periódico de la época.
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