Juan Carlos Dos Santos
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La Batalla de Boquerón culminó en las primeras horas del 29 de setiembre de 1932, con la rendición de las tropas y oficiales del Ejército boliviano, que lograron sobrevivir extenuados, sedientos, hambrientos, sin medicinas y sin municiones, al asedio implacable al que fueron sometidos por aproximadamente 22 días, por las fuerzas paraguayas comandadas por el teniente coronel José Félix Estigarribia.
En ese lapso de días terribles, en el que el enemigo no solo era el que estaba en frente, sino la propia naturaleza, aparecieron cientos de historias contadas por sus protagonistas; la mayoría, relatos de sobrevivientes que llegaban heridos a los hospitales o narradas por familiares, quienes vivían pendientes de lo que sucedía en los encarnizados combates en el medio del Chaco Boreal.
Algunas de estas historias han sido publicadas en los medios impresos de la época y parte de ellas las reproducimos en este material.
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Un valiente capitán ruso
El Teniente 2° Óscar Corrales, perteneciente el Regimiento N° 2, había resultado herido en el día 26 de setiembre de 1932, en el camino de Boquerón a Cabo Castillo. Recibió impactos de bala en el muslo y en la mano derecha, al punto que le debieron amputar un dedo.
Corrales recuerda que su comandante de batallón, el capitán ruso Basilio Serebriacow Orefiew, se condujo en todo momento con un valor extraordinario. Era tanto su valor, dice el Teniente 2°, que cuando los proyectiles llovían desde las trincheras bolivianas, el capitán Serebriacow se paraba en medio del cañadón y enfocaba su prismático para localizar a los tiradores enemigo.
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Vestía su uniforme militar, con todas las presillas de honor y siempre iba en primera línea, a lado de las tropas de asalto. El lunes 26 de setiembre, la artillería boliviana, atrapada por el cerco paraguayo en el interior del fortín Boquerón, hacía dos días que no había dado señales de actividad y, de repente, de nuevo comenzó a tronar con insistencia, comenta el oficial paraguayo.
Al explotar las granadas, el militar ruso gritaba a sus soldados: “¡No hagan caso, es un bicho mal educado pero es inofensivo!”. En otras ocasiones animaba a sus hombres con una frase algo trágica, en plena acción: “Salten adelante, muchachos, ¡Es un lindo día para morir!”.
Al Teniente 2° Óscar Corrales le informaron, mientras se recuparaba de sus heridas, que su comandante de batallón, el capitán ruso Basilio Serebriacow Orefiew “murió bellamente”, el 28 de setiembre de 1932, un día antes de la rendición del resto de los bolivianos que quedaban en Curupayty. Había sido uno de los primeros en romper las posiciones enemigas.
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Historias de heridos
Estas son unas breves descripciones que eran publicadas diariamente en las páginas de todos los medios impresos de ese tiempo. Incluye el nombre del herido y en algunos casos, un breve y particular relato sobre cada uno.
- El Reservista Heriberto Giménez, de la ciudad de Luque, peleó en Boquerón en el camino viejo, durante dos días. Fue herido el día 25 de setiembre y guardaba consigo una chaqueta caqui, perteneciente a un oficial boliviano. Reclamó que un capitán le había arrebatado sus prismáticos cuando venía herido, lejos de la línea de combate.
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- El Cabo 1° Víctor Riveros, de Villa Florida (Misiones), peleó en Boquerón desde el primer día. El cabo relató que había matado a un reservista boliviano llamado Feliciano Gamón. Entre las pertenencias del boliviano, había encontrado un certificado de presentación al ejército boliviano, una fotografía de su novia y una extensa carta de parte de la misma, cuyo nombre era Tomasa Villa Pando. Todas estas pertenencias personales del soldado boliviano, además de una bota y sus espolines, fueron entregadas por Riveros a su comandante, el Teniente Esteche.
- El Sargento 2° Fiorito Pomatta, oriundo de Asunción, actuó desde el 9 hasta el 17 de setiembre de 1932 en el camino a Yujra. Resultó herido por una ametralladora pesada, pero no por disparos del arma, sino al caer de la copa del árbol donde la estaba colocando. Sufrió heridas y golpes y tuvo que ser relevado y enviado a Asunción. Pomatta era conocido por haber capturado a un estudiante de medicina boliviano, mientras este realizaba curaciones a un soldado enemigo.
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Heroínas en Isla Po’i
- El Teniente 2° Enrique Grenno resultó herido mientras avanzaban cerca de las posiciones bolivianas en el sector denominado “Punta brava”, nombre dado por el poderoso atrincheramiento boliviano, que en ese lugar contaban con armas automáticas.
Su mayor preocupación fue hacer conocer a los periodistas que recorrían los hospitales para conversar con los heridos, que en Isla Po’i, donde se encontraba la mayor parte del ejército paraguayo que llegaba al Chaco, estaban dos mujeres, Pastora González y Eleuteria Alegre, ambas vecinas de Loma Pytá, quienes no se daban reposo para servir y mitigar el dolor de los heridos. “Son dos verdaderas heroínas del pueblo, que desafiando todos los peligros, se encuentran allí solícitas”, refirió Grenno.
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El Teniente 2° Miguel Morales Florentín, Oficial de Reserva, oriundo de Carapeguá, fue herido el 27 de setiembre de 1932, a solo 20 metros del fortín Boquerón. Se enfrentó a cuatro soldados enemigos quienes, habían salido a recoger los víveres que les eran lanzados por los pilotos de la aviación boliviana. Antes de eso, Morales ya se había hecho con una de las bolsas que cayeron lejos del fortín. La bolsa, según su propio relato, contenía panes frescos, “chasques” y un botiquín de primeros auxilios.
El Teniente 2° Marcelino Ramírez falleció en combate el día 16 de setiembre de 1932, durante uno de los tantos asaltos realizados por los paraguayos al fortín Boquerón. Ramírez, cayó luchando frente a sus tropas del Regimiento “2 de Mayo”. Tenía 31 años y cuatro hijos de corta edad. Era contador público y se desempeñaba como administrador del diario La Unión.
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Pólvora, humo y putrefacción
Es horrible la situación del enemigo, encerrado en el cuadrilátero de la muerte del fortín Boquerón. Los bolivianos están sin poder enterrar a sus muertos, sin poder atender a sus heridos, que mueren por falta de medicinas y apremiados por la sed. Entre el tufo espantoso de la pólvora, el humo y los cadáveres, el enemigo está viviendo horas postreras en el infierno del Dante.
Los sitiados en Boquerón están desesperados. Los desertores llegan a nuestras filas con una sola imploración: “¡Por favor, agüita paraguayo!”. La oficialidad y las tropas ven con frecuencia como los oficiales bolivianos matan a tiros a sus soldados, quienes desesperados por la sed, se lanzan sobre los tanques de agua. Matan a sus tropas para imponer orden (Diario Crítica, viernes 23 de setiembre de 1932).
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El casamiento del primo
El teniente Luis Celestino Yegros, cuenta que cuando recibió la orden de marcharse con su gente a Isla Po’i desde Toledo, pasó por el fortín Carayá, que había sido abandonado por los bolivianos, y para su sorpresa se encontró con un paquete de diarios de Asunción.
Ávidos de noticias, él y su tropa se pusieron a devorar las noticias de los periódicos antes de continuar su viaje. “¡Allí me enteré del casamiento de mi primo!", cuenta el teniente Yegros. (Diario Crítica, viernes 23 de setiembre de 1932).
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