Juan Carlos Dos Santos
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La batalla de Boquerón culminó en las primeras horas del 29 de setiembre de 1932, con la rendición de las tropas y oficiales del ejército boliviano, que lograron sobrevivir extenuados, sediendos, hambrientos, sin medicinas y sin municiones, al asedio implacable al que fueron sometidos por aproximadamente 22 días, por las fuerzas paraguayas comandadas por el Teniente Coronel, José Félix Estigarribia.
En ese lapso de días terribles, donde el enemigo no solo era el que estaba en frente sino la propia naturaleza, aparecieron cientos de historias contadas por sus protagonistas, la mayoría relato de sobrevivientes que llegaban heridos a los hospitales o narradas por familiares, quienes vivían pendiente de lo que sucedía en los encarnizados combates en el medio del Chaco boreal.
Algunas de estas historias han sido publicadas en los medios impresos de la época y parte de ellas las reproducimos en este material.
Salieron en búsqueda de agua
El sargento Felipe Gómez, había llegado herido al Hospital Militar en Asunción y relató pormenores de una de las tantas escaramuzas que sudedían a diario en los alrededores del Fortín Boquerón, defendido por los bolivianos y asediado por las fuerzas paraguayas al mando del Teniente Coronel José Félix Estigarribia.
El sargento del ejército paraguayo, cuenta que mientras se encontraban acampando a varios kilómetros de Boquerón, necesitaron agua y salieron 62 hombres con cantimploras y baldes en busca del vital líquido, tanto para consumo de los soldados como de los caballos que los acompañaban.
Una laguna que se encontraba solamente a dos mil metros del fortín, era el objetivo. “Por supuesto que era peligroso pero no sospechábamos que nada malo pudiera ocurrirnos pues no era la primera vez que íbamos a hacerlo y ya en otras ocasiones les robamos agua a los bolivianos”, cuenta Gómez.
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A punto de ser rematado
El grupo salió rumbo a la laguna y mientras se acercaban de manera sigilosa entre la espinoza vegetación, apareció una pareja de tapir (mboreví) y uno de sus compañeros cometió la imprudencia de dispararles con la intención de cazarlos. Una patrulla boliviana que se encontraba oculta con su nido de ametralladoras, esperando toparse con el enemigo, reaccionó automáticamente tras escuchar las detonaciones, y comenzaron a hacer fuego intenso hacia el lugar desde donde provino el disparo.
“Yo caí herido y mis compañeros retrocedieron disparando contra los bolivianos. Yo quedé herido, tendido en suelo y un oficial boliviano salió del grupo y avanzó con su pistola en mano para rematarme”, recuerda el sargento.
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Entre los 62 hombres que habían salido en búsqueda de agua se encontraba su hermano Anselmo, quien al ver lo que el oficial boliviano estaba a punto de realizar, volvió al lugar corriendo y realizando disparos hacia el oficial que cayó muerto. Anselmo, tras salvar a su hermano, lo cargó al hombro y avanzó lo más rápido que pudo hacia donde estaban sus compañeros, pero una ráfaga de tiros proveniente de una ametralladora boliviana, acabó con su vida.
Los compañeros respondieron al fuego boliviano y lograron rescatar a Felipe herido y al cuerpo de su hermano Anselmo. “Nos fuimos con el agua, porque la necesitábamos con urgencia y ahora solo quiero recuperarme de mis heridas para volver lo antes posible al Chaco”, concluyó el sargento Felipe Gómez, herido en combate.
Este artículo fue publicado por el diario La Nación, el 15 de setiembre de 1932 y reproducido cuatro días después por el diario El Orden.