Por Juan Carlos Dos Santos
Atrapados entre quienes tratan de cobardes a los jefes militares que los utilizaron para salvarse y quienes dicen que solo restaba morir con dignidad en una causa perdida, la trágica desgracia o el gran acto de sublime valentía y heroísmo de los Niños Mártires de Acosta Ñu, es recordado este domingo 16 de agosto en su 151° aniversario. La desigual batalla es, sin dudas, el recuerdo más cruel y doloroso de la contienda bélica más sangrienta y prolongada de la historia americana.
Dicen que la historia lo escriben los vencedores, pero se ha hecho muy difícil encontrar entre los vencedores de la Guerra de la Triple Alianza quien desee contar esta parte de la historia, de victoria sí, pero de las más ignominiosas, sinónimo de injuria y vergüenza, que existirán por siempre. Quizás los historiadores algún día se aproximarán mucho más que el resto de nosotros, a lo que en verdad sucedió aquella mañana del 16 de agosto de 1869, aunque quizás lo escrito en un diario personal, por el soldado voluntario brasileño Dionisio Cerqueira, quien formó parte de los 20 mil hombres del Ejército Imperial del Brasil, al cual se enfrentaron los 3.500 niños y adolescentes paraguayos, sea una descripción muy cercana, gráfica y sentimentalmente, a una verdad que cada día se hace más lejana.
Una descripción dolorosa
“Nos causaba gran pena por el abultado número de soldaditos cubiertos con sangre y sus piernitas quebradas, algunos de ellos ni siquiera habían llegado a la pubertad. ¡Como eran valientes aquellos pobres jovencitos! y que terrible era la lucha entre la piedad cristiana y el deber militar. Nuestros soldados decían que no tenía sentido luchar contra tantos niños”, dejó la tinta de Cerqueira en el tiempo.
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La invasión de Asunción
Las sucesivas victorias brasileñas en diciembre de 1869, tras quebrar el paso casi infranqueable de Humaitá, hicieron que el ejército comandado por el Duque de Caxias ingresara a una Asunción abandonada por sus habitantes, el 1° de enero de 1869. Estas victoriosas campañas militares del ejército del emperador Pedro II son conocidas en el Brasil como “as dezembradas”, aunque muchos, por ejemplo en Río de Janeiro, no sepan el motivo por el cual una importante avenida de la otrora capital del Imperio, lleve por nombre “Primeiro de Março”, fecha en que culminó la Guerra de la Triple Alianza.
El Comandante del Ejército Imperial consideró que la guerra había terminado pues destruyó lo que restaba del ejército paraguayo y había capturado la capital, entonces se marchó a vivir a Río de Janeiro y dejó a sus tropas que saquearan a sus anchas una prácticamente deshabitada Asunción. “Se llevaron hasta las puertas”, diría una mujer que regresó a Asunción una vez culminada la guerra.
El odiado noble francés
El Emperador Pedro II no quedó para nada conforme, quería continuar hasta acabar con López, pero no logró convencer a Caxias. Para el Emperador no significaba nada haber capturado la capital por lo que decide nombrar Comandante en Jefe de los Ejércitos Imperiales al marido de su hija Isabel, el joven francés Gastón D’Orleans, conocido como Conde D’Eu, con la única misión de hallar a Solano López para así acabar definitivamente una guerra que ya llevaba mucho más tiempo de lo que esperaban todos.
El Conde D’Eu contaba con cierta experiencia militar pues se había formado en el Ejercito Colonial Francés y participó en las campañas de Marruecos y Argelia a mediados del siglo XIX, sin embargo, varios historiadores coinciden que no era muy apreciado ni respetado por los más veteranos jefes y los oficiales de alto rango de las fuerzas brasileñas.
Apenas llegado al Paraguay, inició una despiadada persecución hacia lo que quedaba del ejército de López. El 12 de agosto ingresó a Piribebuy, tercera Capital de la República en ese entonces y con sus 20 mil soldados, aplastó la resistencia de los aproximadamente 1.600 paraguayos, entre ellos decenas de niños y mujeres. La muerte en combate del General brasileño Mena Barreto enfureció al conde, quien mandó a incendiar el hospital y a ejecutar a varios oficiales paraguayos y a sus respectivas familias.
Disfrazados de adultos
Cuatro días después, el 16 de agosto de 1869, las tropas brasileñas se enfrentaron a un grupo de resistencia compuesto por niños y adolescentes, varios de ellos disfrazados de adultos. Este enfrentamiento no resiste ni necesita ningún tipo de análisis pues simplemente se trató de una masacre, descripción que se ajusta a lo narrado en su libro de campaña por el soldado voluntario brasileño Dionisio Cerqueira pero al que le falta agregar el detalle terrorífico del incendio de los pastizales ordenado por el Conde D’Eu para asegurarse que no quedara nadie vivo, incluyendo a las madres que ingresaron al campo de batalla a recoger los restos de sus hijos.
El escritor e historiador brasileño Julio José Chiavenatto, describió a la desigual batalla de Acosta Ñu en su libro “Genocidio Americano” de esta manera: “En esa batalla, niños de apenas de seis a quince años, eran vestidos como soldados para salir a combatir y en el fragor de la lucha, despavoridos, se agarraban a las piernas de los soldados brasileños, llorando que no los matasen y eran degollados en el acto”. La escena final de toda esta tragedia culminó casi siete meses después, el primer día de marzo de 1870.
El Día del Niño
Es justo recordar siempre a estos niños héroes, cualquiera haya sido el motivo que los llevó a estar en ese momento y lugar de la historia. Ellos no merecen ser juzgados ni por los errores de quienes los pusieron allí ni por sus detractores, pues finalmente el destino los hizo parte de una tragedia que no pidieron. Como queriendo torcer el doloroso recuerdo, el Día del Niño es hoy una celebración que, aunque recuerde un momento triste de nuestra historia, se ha convertido en una fiesta donde lo único importante es generar al menos un gesto de felicidad en nuestros niños, algo que hace 151 años, aquellos a quienes les tocó estar en Acosta Ñu, no lo pudieron recibir.