La pandemia evidenció lo que realmente es esencial para las personas: calidad de vida para todos y sostenibilidad para el planeta. Te contamos de qué se trata y lo que propone.

Una economía de bienestar significa permitir que la humanidad condicione la economía, en lugar de que la economía condicione a la humanidad. Esa idea ya no se ve tan descabellada en un mundo que se vio forzado a una nueva normalidad y que deja al descubierto la manera en la que se venía consumiendo como sociedad.

Y es que aún cuando el término “bienestar” es de comprensión holística o familiar en todo el mundo, esta teoría explica que el sistema económico actual perdió la capacidad de organizar y distribuir eficazmente los recursos y cuidar del mundo natural.

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¿Por qué? Una mirada al enfoque en el crecimiento del PIB (que evidencia el crecimiento de la riqueza en una nación) demuestra la alineación entre la política económica con los intereses de unos pocos ricos, perdiendo de vista el objetivo más amplio de bienestar sostenible para todo el mundo.

Enfocar el crecimiento solo en el PIB es demasiado materialista, señalan los estudios, porque queda ciego a la distribución de la riqueza, lo cual lleva a la destrucción del ecosistema terrestre, pobreza generalizada, desigualdad, descontento político creciente y falta de visión para un futuro mejor.

La portada del libro en idioma inglés. Foto: Archivo.

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El PIB no basta para medir la calidad de vida

Katherine Trebeck, investigadora y referente internacional del tema (junto a Lorenzo Fioramonti que escribió Wellbeing Economy, aún sin traducción al español) explica que para medir la calidad real de vida de las personas también se deben tener en cuenta indicadores como: la supervivencia de madres y bebés, el decaimiento del analfabetismo, las enfermedades que han sido erradicadas, la expectativa de vida, etc.

Una economía de bienestar está diseñada con un propósito diferente: comienza con la idea de que la economía debe servir, primero y principalmente, a las personas y las comunidades.

En su charla de TEDx a comienzos del año en Munich, Alemania, explicaba que las personas necesitan conexión y relacionamiento, no solo trabajar sin descanso para poder costearse su vida. Mencionaba además que en un estudio que se realizó con personas jubiladas resaltó que sus mayores remordimientos tenían que ver con: trabajar sin parar y haber perdido el contacto con amistades.

Pensar a largo plazo

La economía del bienestar, al pensar también en la sostenibilidad del planeta, involucra la premisa del legado que le dejará la humanidad a las demás generaciones que vendrán y que solo se piense en un beneficio momentáneo.

Se enfocaría en proveer buena vida a las personas, en vez de requerir tanto esfuerzo para arreglar lo que está mal. Sería una que valore lo que importa: salud, educación, comunidades, naturaleza. Y no que deba sanar ansiedad, depresión, estrés, etc.

Los países que ya se sumaron

Nueva Zelanda, Escocia e Islandia, los tres países se pusieron de acuerdo para anteponer el bienestar de sus ciudadanos por encima del PIB en sus presupuestos de gobierno.

El primero de mayo en la página web de Wellbeing Economy se anunciaba que los tres países eran los miembros fundadores de una alianza de Gobiernos para la Economía del Bienestar. La primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, expresó que su presupuesto de bienestar se enfocará en combatir la pobreza y ayudar a la salud mental.

La primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, citó a Adam Smith expresando “que el éxito de una nación no debe medirse por su oro o plata: que el crecimiento solo tiene valor si mejora la vida de las personas, no es un fin en sí mismo”.

Y, finalmente, la primera ministra de Islandia, Katrin Jakobsdóttir, que “es hora de pensar de manera diferente acerca del crecimiento”.

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