- Por Richard Moreira
¿Qué significa ser el primer paraguayo en ocupar el cargo de juez en la Corte IDH, y cómo cree que impactará en la visibilidad de Paraguay en el sistema interamericano de DD. HH.?
–Es una gran responsabilidad. En primer lugar, hacia las víctimas que no han encontrado justicia al interior de sus Estados. En segundo lugar, tengo la obligación de seguir fortaleciendo el Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos. Le he dedicado muchos años de mi vida a servir a la Organización de los Estados Americanos. Me tocó trabajar muy de cerca en temas como la elaboración de las convenciones interamericanas contra el racismo y toda forma de discriminación e intolerancia y varios otros asuntos vinculados a los derechos humanos en la región. Siempre he creído en esta organización y en sus fines; en particular, en lo que tiene que ver con la consolidación de la democracia y de una cultura de respeto a los derechos en las Américas. Así es que ahora tengo una nueva oportunidad de seguir sirviendo a estos fines, esta vez desde el órgano judicial autónomo establecido por la Convención Americana sobre Derechos Humanos para la interpretación y aplicación de este tratado internacional. Finalmente, si bien el cargo se ejerce a título personal y no en representación del país, me gustaría como paraguayo poder desempeñarme de la mejor manera posible. En este país hay demasiadas personas de bien que se capacitan, que se sacrifican, que trabajan honestamente, y que sueñan con un país mejor, a pesar de todos los males que tenemos y que como sociedad debemos trabajar para intentar resolverlos con justicia y en el marco del Estado de derecho.
–¿Cuáles son los desafíos que espera enfrentar en su nuevo rol, especialmente en un contexto regional donde los DD. HH. enfrentan múltiples amenazas?
–Hay varios desafíos y son de distinta índole. Voy a mencionar solo algunos. Vivimos en contextos de mucha polarización política e ideológica. A nivel regional, la institucionalidad democrática, a pesar de los avances logrados en las últimas décadas, sigue siendo débil, y en algunos casos hay claros retrocesos autoritarios. Existen grupos en situación de vulnerabilidad que han sido históricamente discriminados y excluidos. La violencia y la discriminación contra la mujer son flagelos inaceptables y muy extendidos. La pobreza afecta o anula directamente los derechos de millones de personas de nuestra región, en un contexto de enorme desigualdad política, económica y social. Podría añadir a esto los estragos que causan el crimen organizado, la corrupción, el empleo del derecho como arma extorsiva –y no para servir a la ordenación justa de la vida en sociedad–, y así con un largo etcétera de problemas, incluyendo los desafíos que los desarrollos tecnológicos traen aparejados para los derechos.
Luego hay problemas estructurales y que afectan el desempeño de la Corte, como la falta de un financiamiento adecuado, la necesidad de que funcione como un tribunal permanente, y varios más.
–¿Cuál es el rol de la Corte IDH en la promoción y protección de estos derechos en América Latina; y cómo ayudaría a fortalecer el Estado de derecho?
–La Corte ha cumplido y debe seguir cumpliendo un rol de protección a las personas que no han podido encontrar justicia al interior de su país. Escuchar el testimonio de personas que después de 30 o 40 años siguen buscando justicia por violaciones graves a los derechos humanos es desgarrador. La Corte debe seguir contribuyendo a promover una cultura de respeto a los derechos y a tratar de influir en la producción de cambios positivos para alcanzar instituciones y prácticas que apunten a consolidar el Estado de derecho en la región. Paralelamente, la Corte debe seguir consolidando su jurisprudencia en materia de fortalecimiento de la institucionalidad democrática en la región, teniendo como norte los principios de la Carta Democrática Interamericana y protegiendo vigorosamente los derechos que se hallan estrechamente vinculados a la democracia, como la libertad de expresión, asociación, prensa, independencia judicial, etc.
–¿Qué experiencias previas, tanto en Paraguay como en el campo internacional, cree que serán más valiosas para desempeñarse efectivamente en este cargo?
–Yo provengo del mundo de la academia, con un marcado interés en la teoría del derecho, el derecho constitucional y los derechos fundamentales. En estos temas enfoqué mis estudios de posgrado en Estados Unidos y en Europa. También fui funcionario público internacional por varios años, habiendo trabajado en el Departamento de Derecho Internacional de la Secretaría de Asuntos Jurídicos de la OEA durante mucho tiempo. Como ya mencioné, allí tocábamos todos los temas relativos a la agenda de derechos humanos de la organización. Soy docente en distintos espacios a nivel nacional y en el extranjero. En este contexto, siempre me he interesado por la justicia constitucional y los procesos de argumentación judicial, y en cómo la justicia resuelve situaciones en las que aparecen involucrados derechos fundamentales, cuáles son las posibilidades y limitaciones que enfrentan los jueces, así como la legitimidad del rol de los jueces que adjudican disputas de derechos, cuáles son las diferencias entre rol de un juez que está llamado a desempeñarse en el contexto de un país desarrollado, en contraste con jueces que ejercen sus funciones en países que tienen realidades muy diferentes, como es el caso de los países de América Latina y de otros países de la región. También he ejercido la profesión de abogado. Creo que tengo un perfil bastante equilibrado para un cargo de esta naturaleza, y por eso me animé a postular al cargo. A pesar de que estaba trabajando cómodamente como profesional independiente, pensé que quizá podía realizar un aporte a la región.
–Si pudiera definir los derechos humanos en una sola palabra, ¿cuál sería y por qué? ¿Cómo cree que esa palabra se refleja en la labor de la Corte IDH?
–Dignidad. La Corte IDH debería buscar a través de su jurisprudencia que las políticas, instituciones y prácticas estatales respeten siempre este valor humano inconmensurable.
–¿Qué figura histórica o pensador ha influido más en su visión de los derechos humanos y la justicia, y cómo aplicaría esas enseñanzas en su trabajo actual?
–Han sido varios. En nuestro país debo citar a Gondra. Tempranamente nos mostró que los paraguayos y las paraguayas estamos hechos para grandes cosas, y su doctrina forma parte del Sistema Interamericano en sentido amplio. Serafina Dávalos también es una referente, por todo lo que supuso su lucha por la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Irala Burgos fue mi profesor de Derecho Internacional Público, una persona excepcional. También podría citar a varios compatriotas contemporáneos, pero no quiero incurrir en omisiones odiosas.
En el extranjero he tenido muchas influencias, profesores de teoría del derecho o del ámbito del derecho internacional de los derechos humanos que han teorizado los derechos con altísimo nivel académico, como Louis Henkin, John Rawls, Ronald Dworkin, Jeremy Waldron, John Finnis, Joseph Raz, Robert George, Marta Nussbaum, Mary Ann Glendon, Amartya Sen, Jurgen Habermas, Carlos Nino, Paolo Carozza, Diane Desierto, John Tasioulas, etc. Algunos de ellos fueron profesores míos. Tenían y tienen construcciones de los derechos muy esclarecidas. Tampoco debemos olvidar a precursores de los derechos, como Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria, y varios más, que hicieron contribuciones muy valiosas ya en la época de la conquista, mostrando que todas las personas tienen una dignidad inherente y que nadie puede arrebatarles eso. Varios jueces de la Corte Suprema de Estados Unidos también me han servido de inspiración, sigo muy de cerca sus biografías, es un hobby que tengo. Y en el marco de la Corte IDH ha habido grandes figuras. El juez brasileño Cancado Trindade siempre me dispensó un cariño especial, y esos gestos nunca se olvidan. Pero bueno, es difícil hacer listas de este tipo, porque uno puede incurrir en omisiones injustas y ese no es el objetivo. Ningún hombre es una isla, como decía el poeta John Donne. Le debo demasiado a demasiada gente, tanto de Paraguay como del extranjero.
–¿Qué cambios espera inspirar en la región durante su mandato o qué desea dejar como legado?
–Me gustaría seguir contribuyendo a consolidar una jurisprudencia interamericana que ponga en el centro a la persona humana y que proteja eficazmente a las víctimas. Con eso me sentiría satisfecho. Pero podría continuar, pues uno tiene siempre grandes expectativas de hacer muchas contribuciones positivas. Me limitaré a añadir que me gustaría contribuir a mostrar que esa visión según la cual los derechos humanos solamente interesan a círculos muy reducidos y autorreferentes de supuestos especialistas es un error. Los derechos humanos son de todos y todas, tenemos como ciudadanos y ciudadanas la obligación de conocerlos, promocionarlos, divulgarlos y defenderlos, desde los más variados ámbitos, ya sea desde la vida pública o privada, desde la academia, el activismo, o desde donde nos toque. No es posible construir sociedades políticas viables que no coloquen en el centro el reconocimiento de la dignidad de la persona humana y los derechos que de ella dimanan.