Que los proclamados herederos políticos del dictador Alfredo Stroessner reclamen para sí el ADN del Partido Nacional Republicano no solo es patético, sino que evidencia el grado de perversión ideológica en que se encuentran extraviados, síntoma agravado por sus pretensiones de contagiar con sus delirios a una sociedad que pudiera estar desprevenida a raíz del permanente proceso de discontinuidad histórica, deteriorando los vínculos generacionales. Se cortaba así la relación entre los que ayer padecieron la brutalidad siniestra de un despotismo deslustrado y una juventud a la que nunca enseñaron, con la sistematicidad exigida, aquellas inhumanas atrocidades.

Esa discontinuidad era promovida por el propio régimen, fijando su horizonte en el heroísmo del pueblo paraguayo de cien años atrás, como factor de distracción de sus abusos autoritarios. El patriotismo fue manipulado hasta convertirse en “el último refugio de los canallas” (Samuel Johnson, poeta y ensayista inglés). Aprovechando ese vacío que la educación formal no fue capaz de cubrir en los últimos 35 años, como una asignatura obligatoria, que todavía está pendiente, estos hijos bastardos de la democracia se aprovechan de esa fragilidad de la memoria para procurar instalarse como la “genética pura” del coloradismo. Stroessner fue la antítesis del republicanismo.

Ese tramo desierto, de alguna manera, fue cubierto con la narrativa, el ensayo y la poesía, pero no fueron suficientes por el alcance limitado de estas expresiones culturales. Los medios de comunicación, que debieron ser el soporte más sólido de la memoria continua, por su proyección masiva, interpelan o ignoran a la dictadura de acuerdo con sus intereses políticos del momento, como si esos recuerdos incómodos fueran fantasmas que vienen a reclamar a sus muertos.

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Esta intención de separar a los “purasangres” de los “advenedizos” dentro del Partido Nacional Republicano no es nueva. Y fue desempolvada en las campañas internas de esta asociación política de 2017 y 2022, con un resultado satisfactorio para sus promotores en la primera oportunidad y con una aparatosa derrota en la segunda. Pero fue en estas últimas disputas en que se presentaron como los abanderados de la democracia, de las instituciones republicanas y del pedigrí colorado, mientras reivindicaban o minimizaban las bestialidades sangrientas del estronismo en una cruel ironía de menosprecio a las víctimas directas y familiares de desaparecidos o asesinados en las mazmorras del poder omnímodo.

El entonces presidente Mario Abdo Benítez aprovechaba cada espacio público para resaltar el “legado” de su “único líder” inspirador. Y su secretario palaciego y vocero, hoy diputado, Mauricio Espínola, en una desafortunada e inconsciente declaración justificó la Ley de Emergencia Sanitaria, que las críticas consideraron que establecía “una serie de restricciones al típico estilo de la dictadura stronista” (Última Hora, 5 de mayo de 2021), recurriendo a un infeliz argumento: “Y (estamos en) un 4 de mayo” (la entrevista fue el día anterior a la publicación del mencionado diario). Se refería a la fecha en que Stroessner, golpe militar mediante, derrocaba al presidente constitucional Federico Chaves, cobrándose, además, su primera víctima: la del intelectual republicano Roberto L. Petit.

Hoy quieren retornar los mismos personajes y con el mismo discurso de apropiación “genética” del Partido Colorado con la clara finalidad, igual que ayer, de deslegitimar cualquier candidatura que surgiera del movimiento que integra Santiago Peña, quien, antes de afiliarse a la Asociación Nacional Republicana (ANR), pertenecía a los registros del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). Es obvio que, en estas condiciones, el actual mandatario no puede exhibir certificado de una directa ascendencia

6colorada. Aunque, en verdad, es descendiente de Pedro Pablo Peña, quien ocupó la presidencia de la República en 1912, del 28 de febrero al 22 de marzo. Y fue titular de la Comisión Central del PNR en los periodos 1912-1914, 1914-1916, 1921-1923 y lideró el sector abstencionista del partido de 1928 a 1936. Su hermano, Jaime Peña, fue firmante del acta de fundación de la Asociación Nacional Republicana y miembro de su primera Junta Directiva. Dos de sus hijos, Manuel y Eduardo, cuenta don Raúl Amaral, “resultaron liberales, como corresponde a la ética y a la estética políticas” (Los presidentes del Paraguay, Tomo I, tercera edición, 2013). Pero, repito, otra es su historia personal. Mostrarse identificado con la matriz ideológica y doctrinaria de su actual partido es de su exclusiva competencia y responsabilidad. La historia, oportunamente, habrá de cumplir con su parte.

Actualmente, los únicos purasangres republicanos son aquellos que tienen una conducta coherente con el Programa/Manifiesto de 1887, la Declaración de Principios de 1947 y el legado ético y moral de sus más ilustrados dirigentes. No hay “genética ANR” en quienes invocan la dictadura como razón de su militancia. Un buen comienzo sería conocer los principios y los valores del coloradismo genuino. Para ello es imprescindible empezar a leer. Y, más que nada, a practicar.


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