- Por Víctor Pavón (*)
El desempleo es el tema más dramático en los países desarrollados o no. De hecho, si se analizan las propuestas y debates en épocas de elecciones es lo que más interesa al electorado, además de la seguridad.
El desempleo es transversal a la vida de la gente, de las familias y explica en gran parte el fracaso de un Gobierno. Lo que ocurre con las cajas estatales, la recaudación tributaria o el endeudamiento es importante, pero están por debajo del interés de lo que la gente de a pie aspira conseguir.
En nuestro país, miles de jóvenes buscan un puesto laboral que les permitan contar con el debido sustento diario. En las ciudades vemos a una persona, en especial joven, que se encuentra en la informalidad, sin posibilidad alguna de ingresar al sector formal a causa de un sistema perverso fundado en la actual legislación laboral que crea precisamente el desempleo y la misma informalidad.
La falta de un puesto laboral conlleva a la pobreza, al escaso y hasta nulo acceso a la bancarización, lo que a su vez implica escasa movilidad de capitales disponibles para llevar a cabo un negocio o contar con un tratamiento médico.
Es tiempo, por ende, en un país como el nuestro compuesto mayoritariamente por gente joven otear en el horizonte una mentalidad decidida a entender la causa de este problema y dejar de insistir solo en sus efectos.
Al respecto, la economía ha enseñado y sigue enseñando que la falta de puestos de trabajo es una consecuencia de la escasa formación del ahorro interno, así como de la poca radicación de inversiones nacionales como extranjeras.
Esto último es lo que nos interesa para dar respuesta al título de este artículo: si se comprendiera de una vez por todas y se tomen en cuenta para su práctica, entonces en la brevedad estaríamos cambiando este estado de cosas que castiga a buena parte de nuestra población.
Cuanto más nos acerquemos en términos de reformas a la economía libre –que no significa ausencia de ley ni orden– entonces el desempleo se volverá residual, afectando a muy pocos al punto que no conseguirían un puesto laboral aquellos que en realidad no quieran trabajar.
Ocurre que las partes contratantes, el empleador y trabajador, deben pactar libremente en un acuerdo voluntario sus derechos y obligaciones. El factor de producción capital siempre tenderá a adquirir al otro factor de producción, el trabajo. De modo que cada tarea, profesión o actividad que ofrezca una persona a otra para que así pueda ser contratada y ganar una suma de dinero, se podrá lograr porque cada quien podrá conseguir un puesto de trabajo sin que ello implique una agresión a la otra parte.
En una economía en donde rija el pacto voluntario de salarios y beneficios, las partes podrán realizar de modo más eficiente sus intercambios voluntarios. Si seguimos como ahora exigiendo a una de las partes tener que hacer lo que no estaría dispuesto a llevar acabo, sino fuera porque puede ser sancionado, entonces seguirán el desempleo y la informalidad.
Seguir negando los pactos voluntarios a través de la coerción de la ley para que las partes (trabajador y empleador) decidan lo que mejor les conviene es la forma de seguir con lo mismo, desempleo e informalidad, todo lo cual repercute en la seguridad en las calles. Una persona con un trabajo y sabiendo que puede ir mejorando sus ingresos tiene menos incentivos a delinquir que aquel que no tiene o no encuentra un empleo y necesita comer. El desempleo tiene remedio y se llama la economía de la libertad.
(*) Presidente del Centro de Estudios Sociales (CES). Miembro del Foro de Madrid. Autor de los libros “Gobierno, justicia y libre mercado”; “Cartas sobre el liberalismo”; “La acreditación universitaria en Paraguay, sus defectos y virtudes” y otros como el recientemente publicado “Ensayos sobre la Libertad y la República”.