Cree que si el partido hace un buen trabajo electoral no hay ninguna concertación que le pueda ganar. “Percibo mucha discrepancia interna en ese frente opositor”.

  • Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Fotografías de Emilio Bazán

¿Quién es Car­los Romero Pereira? Una sonrisa es su respuesta. Pero, luego, confiesa: “No me gusta definirme, ya debo estar defi­nido por la gente, segura­mente”. Para muchos jóvenes es solo un referente histórico del Partido Colorado. Para nosotros, fue un militante de la democracia, fundador del movimiento Ético y Doctri­nario dentro de la Asociación Nacional Republicana en la década de los 80, lo que inco­modó al gobierno de entonces (Alfredo Stroessner), valién­dole ser objetivo de las repre­siones del régimen. Rápida­mente se convirtió en una de las figuras más sobresalien­tes en la lucha contra la dic­tadura. En la era democrá­tica fue senador, ministro de Defensa, integrante de la Convención Nacional Consti­tuyente de 1992 (que redactó la actual Constitución Nacio­nal) y miembro del Tribu­nal Electoral Partidario de la ANR. Hoy, a sus 84 años, vive retirado de la política activa, aunque no rehúye las largas y apasionadas conver­saciones sobre el pasado, pre­sente y futuro de su partido. No podía ser de otra manera. Es hijo de Tomás Romero Pereira, excombatiente de la Guerra del Chaco y presidente provisional de la República en 1954. Y sobrino de dos vícti­mas de nuestras luchas polí­ticas: Cayo fue asesinado en su consultorio (era médico) de Corrientes y Emilio murió ahogado durante la revolución de Laureles, en 1909.

-La pregunta tiene su jus­tificación ante la preemi­nencia del relativismo en todos los ámbitos de la vida y, naturalmente, en la política. Se tiene la sensa­ción de casi un menoscabo de parte de los jóvenes a la experiencia de los líderes mayores, una juventud a la que no le interesa, en apa­riencias, el origen y la esen­cia de los partidos políticos, ni siquiera la historia polí­tica del país, como si viviera exclusivamente la fugaci­dad del momento. Es por ello que debemos recupe­rar la sana costumbre de quién dice qué, el funda­mento ético de la palabra.

-Creo que una parte de la pregunta lleva implícita la respuesta en un punto espe­cífico: la que se refiere a la juventud. La juventud es la que define roles, la que define posiciones políticas o su contracara, la falta abso­luta de interés por la política. Eso no ocurre solamente en Paraguay, sino en el mundo entero. La juventud asumió una actitud de menospre­cio, por llamarlo de alguna manera, hacia los políticos y la política. Y privilegia lo inmediato, le interesa hoy, ni siquiera mañana. Un inme­diatismo que debe ser parte, seguramente, de esta nueva generación. La juventud mía fue completamente dis­tinta. En muy poco tiempo Paraguay entró en una onda global, en la cual ha de ser muy difícil, supongo, para los militantes de la arena política, que no es mi caso, convencer a esa juventud a asumir una determinada posición política.

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-¿Prioriza otras urgencias?

-Yo creo que la juventud se vol­vió como es la sociedad: una sociedad muy consumista, muy inmediatista. Enton­ces, lo que la gente quiere es resolver sus problemas, tener un buen pasar, y después vere­mos lo que venga. Es mi visión de esta cuestión. Puedo estar equivocado, naturalmente.

-Siempre tengo a mano unas afirmaciones del entonces cardenal Jorge Bergoglio en su crítica a la discontinuidad histórica que experimentamos en América Latina, una rup­tura con el pasado. Y sin la memoria, esa potencia integradora de la historia, también se desarticulan los vínculos comunitarios. Fenómeno que es fácil­mente detectable en nues­tra sociedad, ese desinte­rés, como dijo, de conocer lo que fuimos para definir lo que somos y lo que nos gus­taría ser, manoteando un poco una frase muy cono­cida de Paulo Freire.

-Yo tengo la misma visión del hoy papa Francisco en cuanto a la pérdida del interés por la memoria. Es muy difícil que los pueblos construyan el pre­sente, y ni qué decir el futuro, si no conocen el pasado. Esa es una conversación constante con los miembros de mi fami­lia, con los jóvenes en general. Y no hay una respuesta pre­cisa para eso. Sobre todo, si tenés al alcance de la mano una tecla de la computadora que te proporciona toda la información del presente. Yo también, a veces, pienso lo mismo. Nos volvemos pere­zosos, por ejemplo, en cuanto a manejar diccionarios. Hoy en Google encuentro todo. Eso nos domestica y nos vuelve muy pasi­vos. Esta es una civili­zación de la pasivi­dad. La gente ya no quiere leer diario ni ver televisión. Prefiere las redes, los medios telemáticos. Y nos alejamos de los valores que fueron nuestros valores. En mi caso particular, desde muy joven escuchábamos lo que significa el arraigo a la tie­rra, el amor a nuestra historia, los hechos heroicos que nos hicieron una nación, desde su creación hasta el genocidio espantoso de la Guerra del 70. Del más grande genocidio de América ya nadie se acuerda. Eso me da pena. Me da pena por el país como país. Me da pena por los protagonistas a quienes no les interesa nues­tra historia. Por eso, muchas veces nos vemos condenados a repetir los errores del pasado.

-¿Hay una necesidad de repensar la política de parte de los políticos o, tal vez, peor, deberíamos sen­tarnos a pensar la política?

-La política debe ser pensada todos los días. Porque la polí­tica no es sino el reflejo de la vida, de la sangre vital de una sociedad. No es una actividad despreciable, no es algo deni­grante. Al contrario, es algo que eleva. Debería ser, como querían los griegos, el manejo correcto de las cuestiones del Estado. De las antiguas cul­turas podemos extraer lec­ciones tan actuales. Así como de otras culturas actuales, porque vemos comunidades o pueblos que llevan una vida tranquila, sin grandes compli­caciones con la tecnología, ni las agobiantes urgencias por lo más nuevo. Debemos abrirnos a otras culturas preservando nuestra identidad. El mundo es un conglomerado de socie­dades de las cuales podemos aprender. Hoy creo que el ser humano perdió la cordura. Quizás la recupere alguna vez. El ataque a Ucrania de parte de Rusia es para mí una demos­tración clara de la pérdida de rumbo. Esos modelos, entre la agresión y la dignidad, son los que deberíamos estudiar antes que perder tanto tiempo en tonterías. Sobre todo, en nuestra política criolla, refe­ridos a hechos irrelevantes, como esa cuestión del juicio político (a la Fiscala General) y cosas por el estilo, con la sola intención de sacar a alguien del camino. Que es una forma innoble de resolver los proble­mas, por cierto.

-La apertura democrática debió ser la puerta abierta para una alternancia polí­tica constante y sistemá­tica. Sin embargo, en siete elecciones, bueno, en seis, porque el general Rodríguez (Andrés) venía con la aureola de haber derrocado al dic­tador…

-Venía con la inercia del poder (risas).

-¡Exacto! Pero, de seis elec­ciones, el Partido Colorado perdió una sola. ¿Cuál es la clave, cómo mantiene y atrae a su electorado? Muchos argumentan que es por el modelo clientelar y prebendario (cada vez más en decadencia); otros ase­guran que el factor deter­minante es la pasión por los símbolos, que es el compo­nente emotivo el que hace la diferencia.

-Para bien o para mal, la emo­ción es un factor muy impor­tante. Quizás hasta sea deter­minante. Y quizás también sea determinante algún estilo de política que no se agota en la mera discusión, como la que estamos presenciando en la Cámara de Diputados, por ejemplo. Somos un par­tido muy emocional, y no es de ahora, viene de siempre. Porque la historia nuestra es una historia trágica y el Par­tido Colorado no puede escin­dirse de esa historia. Al con­trario, está imbricada a ella. Nace nuestro partido, decían Caballero (Bernardino) y los fundadores, con la Patria Vieja, vinculados por tradicio­nes honrosas. Esas son frases que nos ponen piel de gallina. Yo no pierdo la esperanza, veo gente joven, gente conocida, que no está militando tal vez en ningún partido político, pero que está interesada en los hechos de la historia y, fun­damentalmente, en la histo­ria como la gran educadora de la humanidad, como decía aquel maestro de la Revolu­ción Francesa.

-Ya es reiterativa la posi­ción de los referentes del Gobierno, del oficialismo, de que no habrá el “abrazo republicano”, salvo con los que ellos consideren “bue­nos colorados”. La historia del partido es una historia de facciones, es por eso que Natalicio González solía repetir que no importa la discordia entre treinta o cuarenta dirigentes, allá en la cúpula, si el pueblo está unido. ¿Podría el ganador del 18 de diciembre unir al pueblo colorado?

-Más de una vez ya conver­samos sobre la unidad parti­daria, que es una meta suma­mente difícil de alcanzar. Primero, los interlocutores deben estar a la altura de las circunstancias. ¿Cuáles fue­ron las circunstancias que rodearon al 27 de octubre de 1955? ¿De dónde venían los protagonistas? Del exilio doloroso. Después de la guerra civil del 47 fueron siete años de desencuentros partidarios continuos. No sé cómo el par­tido no se destruyó. Yo siem­pre digo que el Partido Colo­rado no es un determinado edificio, una determinada bandera, el partido es cada colorado. Por eso no se des­truye, porque vive en cada uno de nosotros. Esa unidad, la del 55, se dio sin hablar de abra­zos o cosas por el estilo. Ese abrazo estaba implícito en el acto de reencuentro de tantas voces que se habían odiado, que habían combatido entre sí durante tantos años. Aque­llos célebres discursos mere­cen ser reeditados porque son absolutamente actuales. Y ahí se demostró que la unidad no se plasma con un abrazo. La unidad se plasma con algo mucho más profundo que tiene que venir del corazón, de nuestros sentimientos, del deseo de que todos juntos tra­bajemos por un mismo pro­yecto político. En la unidad del 55 nadie pidió cargos. Tam­poco había mucho que ofre­cer, entre paréntesis. Y de los pocos cargos que había, nadie pidió nada. Esa es una demos­tración de una alta moral polí­tica de todos aquellos prota­gonistas que hicieron posible el reencuentro partidario. Los abrazos suenan a hipo­cresía. Yo no creo que contri­buya a nada. Lo importante es esa voluntad de unión, par­tiendo de una premisa esen­cial: reconocer quién ganó. Si no hubo incidentes graves, hay que reconocer al ganador, es de nobles hacerlo.

-¿Debo entender que estás planteando un abrazo al partido y no entre perso­nas?

-Ese abrazo es un gesto mínimo, sin mucha importan­cia. Primero debemos enten­der que ese ente llamado Par­tido Colorado es un ente que trasciende el tiempo y tras­ciende a las personas, nos trasciende a nosotros. ¿Por qué yo soy colorado? Esa es la pregunta a responder. Los miles de jóvenes, que son la inmensa mayoría dentro de nuestro padrón, deberían escuchar estas cosas, recoger lo que les interesa y desechar el resto. Lo fundamental es con­seguir la paz política, porque es la paz de los espíritus. Sin eso no hay unidad posible.

-Yo valoro y admiro a los que tienen origen y tradi­ción colorada, algo que yo no poseo…

-El peso de la historia…

-Sí, pero también hubo personas como Roberto L. Petit, quien se afilió al par­tido invitado por Juan León Mallorquín y Víctor Morí­nigo, convencido por Nata­licio González, dos ilustres colorados que no tuvieron una raíz colorada.

-Yo no condeno que alguien quiera lograr una determi­nada posición política a par­tir de un sistema eleccionario democrático. Es enteramente válida y no es cuestionable. Y otros lo hacen por tradición, la herencia familiar. Somos un partido grande, el que rescata la memoria de López (Fran­cisco Solano), el de la Patria Grande, y eso para mí es memorable. Y aquellos héroes se inmolaron, como lo hicie­ron los espartanos en los des­filaderos de las Termópilas.

-Frente a esta concerta­ción de partidos, que están aliados con la sola inten­ción de derrotar a los colo­rados, sin una convergen­cia ideológica, sin un eje programático común, sin una visión compartida del Estado y la sociedad, ¿cuá­les son las chances reales de la ANR?

-Yo creo que si el partido hace un buen trabajo electoral no hay ninguna concertación que le pueda ganar. Percibo mucha discrepancia interna en ese frente opositor. Y va a tener más problemas aún. Discre­pancias ideológicas muy fuer­tes. El partido tiene muchas chances de ganar el próximo 30 de abril. Lo que tenemos que hacer es mirarnos a noso­tros mismos y no pensar en el que está enfrente. Nosotros tenemos que estar convenci­dos de que vamos a ganar y tra­bajar sobre eso.

-¿Es tiempo de un congreso doctrinario, como esta­blece el estatuto del par­tido?

-Más que un congreso doc­trinario, hace falta una dis­cusión permanente dentro del partido. Tenemos un ins­tituto (Instituto de Acción Republicana-Inare), donde yo estoy. Lamentablemente es una asamblea de gerontos, muy viejos todos. Hace falta sangre joven. (El Inare preside otro histórico del partido, Ati­lio R. Fernández).

-Los “gerontos-boys” decía el recordado Carlos Ocam­pos Arbo.

-Tenemos que incorporar a los jóvenes en el Inare. Aunque, al parecer, a los jóvenes ya no les interesa lo que dicen los viejos. Con una computadora es sufi­ciente. O asumimos esa rea­lidad o la revertimos. Esa es una gran responsabilidad de la dirigencia política de todos los partidos.

El repudio de los jóvenes a los discursos agraviantes

Sobre las ferias de empleo que ofrece la Junta de Gobierno de la ANR, dijo que responden a una necesidad social tremenda y es algo muy positivo.

-Esa pretensión, casi des­esperada, por desplazar de carrera al adversario antes de llegar a las urnas; ese discurso abiertamente hostil, con pretensiones de descalificación fatal, ¿Cómo va a impactar en el futuro del Partido Colo­rado?

-Y todas las palabras duras, las palabras denigrantes, las palabras derogatorias, hacen daño. No sé si hacen mella, que es muy distinto, pero hacen daño, y provocan una reacción igual a esa acción, un principio universal de la física. En la emotividad humana rige exactamente el mismo comportamiento. De ahí surge la tentación de contestar con la misma agre­sividad, aunque no siem­pre. A veces hay líderes que manejan la situación de otra manera y tratan de no agredir o hacerlo en la menor forma posible. Sin embargo, hoy percibo un desprecio hacia esos lenguajes muy agresi­vos, no le gusta a la gente joven escuchar esas palabras agra­viantes, les gusta escuchar algo más que eso. Si yo soy una persona joven y quiero tra­bajar, quiero progresar, más que los discursos me atrae­rán esas ferias de empleo que realiza la Junta de Gobierno del Partido Colorado. A sim­ple vista, parece un hecho menor. Sin embargo, está respondiendo a una nece­sidad social tremenda y es algo muy positivo, es ejem­plar. Esas son las respuestas políticas de un partido que no envejece.

-¿Cuál es la expectativa que tiene de las eleccio­nes internas del Partido Colorado del próximo 18 de diciembre?

-La respuesta que puedo darte es coherente con la informa­ción pública, la que exponen las encuestas. Y sobre esto no hace falta extenderse mucho. Los resultados están canta­dos a favor tanto del señor Peña (Santiago) y del señor Cartes (Horacio).

En ambos casos hay una dife­rencia muy grande. Existe un principio general, eso lo aprendí en el Tribunal Elec­toral Partidario durante catorce elecciones, sin una sola protesta, repito, cuando mayor sea la diferencia entre la lista A y la lista B, la posibi­lidad de la impugnación y de enrarecer el clima que sigue a la elección es prácticamente nula. Nula porque se destruye a sí misma. Las evidencias de una victoria aplastante pesan y pesan mucho. Porque así funciona la democracia.

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