Por Josías Enciso Romero

El senador Juan Carlos Galaverna es el número uno en la lista nacional de candidatos del movimiento Honor Colorado para la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana. El director de Yacyretá, Nicanor Duarte Frutos, encabeza la del oficialista Fuerza Republicana. Algunos medios amigos del poder, como el famoso jagua’i paquete, ya plantean un enfrentamiento entre caudillos de la asociación política fundada por el general Bernardino Caballero.

Una suerte de lucha de “titanes en el ring” entre el autoconfeso bachiller campaña, ku’a jejoso mbarete porã, y el rocín de una vetusta academia autoconvencido de ser el último intelectual republicano de los tiempos de pandemia. Por el lado del diario mortuorio, que nació con fe en la dictadura, los postulantes de este sector interno de la oposición partidaria ya aparecen en segunda línea, por debajo de los aspirantes gubernamentales a los mismos cargos. Una engañosa publicidad que quiere ser subliminal, pero que no convence ni a “Catalina la Grande”, patrona de Abc Color y emperadora con divagues de emular a “Sissi, la Emperatriz”, y a quien, según ese pequeño órgano que puede incendiar un bosque, hay que explicarle todo lo que se publica en su periódico.

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Los títulos que “Calé” cuelga en sus paredes son los de seccionalero (y a mucha honra, según sus propias declaraciones), exiliado político, miembro de la Junta de Gobierno, diputado y senador durante los últimos e ininterrumpidos 30 años, solo superado por el estadounidense Edward “Ted” Kennedy, quien se sentó en el curul senatorial por 47 años. En la otra esquina, desde la redacción del diario Última Hora, épicos tiempos del ropero de dos clavos y un hilo (según su ex compañero Andrés Colmán Gutiérrez), con un currículum más extenso que lamento de pobre, se presenta el autoasignado “tendota”, una extraña combinación entre Luis XIV (“El Estado soy yo”) y Napoleón Bonaparte (“Los sabios son los que buscan la sabiduría, los necios piensan que ya la encontraron”). Fue viceministro de Culto durante el gobierno del general Andrés Rodríguez; ministro de Educación y Culto con el ingeniero Juan Carlos Wasmosy; de nuevo, ministro de Educación c o n L u i s Á n g e l G o n z á l e z Macchi; presidente de la Junta de Gobierno, presidente de la República y, nuevamente, presid e n t e de la Junt a de Gobierno, violando el artículo 237 de la Constitución Nacional; embajador en la República Argentina, nombrado por Horacio Cartes, y director de Yacyretá en la era Marito. En algún momento tendrá que trabajar este muchacho. Eso sí, hace rato que le dio una estruendosa patada a la pobreza, sin haber despilfarrado una sola gota de sudor de su frente.

A diferencia de “Calé”, quien reconoció que, entre 1992 y 1993 fue saboteado el triunfo de Luis María Argaña para darle la victoria a Juan Carlos Wasmosy (“yo lo sabía, pero callé”, diría luego, adjudicándose ser “cómplice por omisión”), Duarte Frutos jamás admitió que violó nuestra ley fundamental en el 2006. Es más, semanas atrás se justificó a sí mismo y, asumiendo que el error sienta jurisprudencia, señaló que el presidente Mario Abdo Benítez, quien ahora incurrió en la misma tropelía, está habilitado. Habilitado para pisotear la Constitución Nacional. No quiere ser el único que ultrajó los principios republicanos y el propio Manifiesto Fundacional del Partido Colorado: “La Constitución es el sagrado decálogo de los pueblos libres”. Entonces, empujó a Marito a ponerse al frente. Y el hijo del “padre espiritual de la juventú estronista”, corto de entendederas y largo para la vanidad, tomó carrera sin medir distancia –diría Diomedes Díaz– y sin prever las consecuencias.

En el 2008, la soberbia de uno y la traición de Luis Alberto Castiglioni permitieron que el ex obispo Fernando Lugo venciera en las urnas al Partido Colorado. Partido que va a la llanura después de sesenta años de hegemonía, siendo Duarte Frutos presidente de la República, lo que le valió el indeleble y bien endilgado marcante de “mariscal de la derrota”. En contrapartida, en plena llanura, mientras los “grandes dirigentes” del partido huían despavoridos al unísono grito de “¡sálvese quien pueda”!, “Calé”, cigarrillo tras cigarrillo, humeaba su estrategia para incursionar en política a una persona no afiliada a la ANR. Con el finado Martín Chiola, Ricardito Giménez, Óscar Vicente Scavone y el mismo Galaverna en las primeras líneas, un día aparece Horacio Cartes estampando su firma en los registros republicanos, más exactamente el 23 de setiembre del 2009. El avispero alcanzó intensidad de g r a d o 10 en la e s c a l a R i c h t e r . Duarte Frutos y sus corifeos salieron de sus escondrijos para reclamar que “la a n t i g ü e d a d , que la milit ancia , que la mar en coche, etcétera”. Los convencionales se encargaron de darles su teté. Con ajenjo y doctorcito. Y el coloradismo, en el 2013, vuelve al Palacio de López.

Alguien, alguna vez, debería escribir el libreto del “mariscal de la derrota” al “retorno al poder”. Pero el héroe vertical de las “tradiciones coloradas”, siempre con “vocación oficialista”, rápidamente, se prendió al poder de turno y solicitó el cargo de embajador ante la República Argentina. Y el gobierno de Cartes accedió a su pedido. Después de disfrutar de la fresca viruta, del buen gourmet y del vino caro de la ciudad porteña, ya enteramente devenido en uno más de los “diplomáticos acartonados”, que tanto le gustaba criticar cuando era presidente de la República, el “mariscal” decidió regresar al Paraguay para ocupar algún cargo local. Y, como nadie le ofreció nada, se volvió “contestatario” al cartismo. Así nomás es la cuestión. No existen grandes secretos ni misterios.

Salvo aquel apysarapo con que –según dicen– le amagó el “tenor de Ypacaraí” al “mariscal de la derrota”, acusándolo de ser “el rey de los intrigantes” durante un encuentro previo a una convención colorada, no se recuerdan relevantes debates entre ambos (P.D.: cuentan que el sopapo directo fue detenido entonces por Marito). Pero, a pesar de lo que pretenden algunos medios, no existe ningún paralelismo posible entre el peso de ambos. “Calé” es un gladiador a tiempo completo del Partido Colorado. Sea primero o sea segundo. Su ubicación en la historia de su asociación política no depende de algunas elecciones. Eso no ocurre con el “mariscal”, quien, a toda costa, intentará que estas internas partidarias se conviertan en un camión cisterna de lavandina. No hay caso. El bleque ya lo tiene adherido hasta el caracú.

Y, como nadie le ofreció nada, se volvió “contestatario” al cartismo. Así nomás es la cuestión. No existen grandes secretos ni misterios.

En algún momento tendrá que trabajar este muchacho. Eso sí, hace rato que le dio una estruendosa patada a la pobreza, sin haber despilfarrado una sola gota de sudor de su frente.

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