Los paraguayos tenemos una relación tóxica con el optimismo. Casi siempre nos mostramos optimistas, incluso en los peores momentos personales o sociales. Cuando nos preguntan, siempre estamos bien, al menos de la boca para afuera. Aunque tal vez por dentro tengamos tremendo bajón anímico. Tal vez, en alguna medida tenga que ver con ese componente de hipocresía que llevamos impregnado como esos tatuajes que abarcan todo el cuerpo.

La toxicidad de la relación queda expuesta apenas se ven actos como el de Froilán Benegas, quien en el día de la gran tormenta que sucedió en la semana, puso su propia vida en riesgo cuando salvó a un niño que estaba abrazado a un árbol tratando de no ser arrastrado por los vientos huracanados y los enormes raudales. Se creería que semejante acto no tendría punto de crítica alguna. Sin embargo; un sector, aunque ínfimo, hizo un tremendo y bastante rebuscado esfuerzo en darle el componente de negatividad al escenario que se estaba dando.

Para ese sector, tenía mucho más peso mencionar quien es el padre del niño, atacar al movimiento y partido político al que está afiliado, incluso consideraron oportuno descontextualizar algunas de las iniciativas legislativas que había propuesto en lo que lleva de su vida pública como senador de la Nación. Habrase visto semejante ensalada. La idea era dar un honditazo al ambiente de algarabía que generó el acto que, de corazón, hizo Froilán. A ver, se había salvado la vida de un niño. Es, desde todo punto de vista, digno de admiración encontrarle el lado negativo al asunto.

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El otro sector, el ampliamente mayoritario, se puso de pie para llenar de aplausos a Froilán y su épico acto. Entrevistas en medios de comunicación, reconocimientos en ambas Cámaras del Congreso Nacional, en los legislativos y ejecutivos municipales de varias ciudades. Empresas y marcas desde las más grandes hasta las más pequeñas que lo buscaban para llenarlo de regalos, beneficios. Moto, celulares, ayudarlo a terminar su casa, ofrecimientos de empleo. Era un ambiente de optimismo tan genial que resultó insoportable para algunos.

El caso de Froilán quedará en la historia como una oda al optimismo. Como cuando se abre la ventana en una habitación que estuvo herméticamente cerrada por demasiado tiempo y deja entrar aire fresco. Ese que tanta alegría nos da respirar. La misma alegría que caracteriza a los optimistas y enerva a los pesimistas.

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