El miedo a hablar que tienen los lugareños de los departamentos de Concepción, San Pedro y Amambay confirma que las incursiones del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) causaron graves heridas que serán difíciles de sanar. La mejor defensa que tienen es el silencio o la vista gorda.

La tranquilidad del lugar y la peculiaridad de sus habitantes es por lo general lo que caracteriza a las ciudades del interior del país. Un día cualquiera en el Norte debería ser igual de normal que en cualquier otro rincón del Paraguay, pero la realidad es otra. El miedo y la angustia se apoderaron de los poblado­res y la razón es la presencia de organizaciones crimina­les, entre las que se destaca el autodenominado Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), grupo que ya enlutó a muchas familias.

El equipo de La Nación y GEN TV se trasladó hasta la zona para conocer cómo se vive en el Norte. Arroyito, Yby Yaú, Azotey y Horqueta fueron algunas de las ciudades reco­rridas. Por lo que se pudo apre­ciar, según los testimonios de la poca gente con que pudimos dialogar, las heridas causadas por el EPP siguen tan abiertas que prefirieron no mencionar siquiera al grupo criminal por miedo a sufrir algún tipo de represalias como venganza por haber hablado.

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Don Pablo (nombre ficticio) vive en la zona norte hace más de treinta años y prefiere guardar silencio por amor a su familia.

Desde que se creó este grupo en el 2008, ya fueron respon­sables de secuestros, aten­tados y asesinatos. En más de diez años no han crecido en número, por el contrario, varios de sus miembros ya fue­ron abatidos.

La estrategia utilizada durante varios años por estos criminales es la de hacer creer a los pobladores que el EPP lucha por una causa justa. Es por eso que por mucho tiempo hubo campesinos que acce­dían a ser sus informantes a cambio de ayuda que ellos les brindaban. Aunque esa men­talidad ya está cambiando, según lo manifestado por los efectivos de la Fuerza de Tarea Conjunta (FTC). Con base en los testimonios, podemos afir­mar que la duda y la descon­fianza hacia el EPP se va ins­talando de a poco entre los pobladores del lugar.

“NDAPERJUDIKASÉI CHE FAMÍLIAPE”

Don Pablo (nombre ficticio) es un poblador de la localidad de Arroyito, vive ahí hace más de treinta años junto con su familia. No fue fácil acceder a su relato. Antes de empezar la entrevista, él pidió tomar todas las medidas de seguri­dad para evitar ser identifi­cado a modo de precautelar a sus seres queridos. Además, solicitó no extender dema­siado las preguntas porque en breve debían venir los labrie­gos de la chacra, ya que nunca se sabe si entre ellos podría haber algún infiltrado de la agrupación criminal.

Él cuenta que hay zozobra entre los pobladores porque los criminales habitan ese lugar, pero en parte trata de minimizar esa dura situa­ción asumiendo la idea de que si ellos no fallan con el grupo no tienen de qué temer. “Si ore ndorofallái hendiekuéra, norokyhyjéi roikohaguã ore comunidápe” (si nosotros no fallamos con ellos, no tenemos miedo para vivir en nuestra comunidad), asegura don Pablo.

Aunque la situación les obliga a permanecer en silencio, él dice que no puede ser indife­rente ante los hechos: “Hasy avei, pero ndaikatúi arreme­dia” (duele, pero no puedo remediar), asegura.

PELIGRO

Nuestro entrevistado, fuera del micrófono, aseguró sen­tir miedo por su familia, entre muchas otras cosas, pero una vez que inició la graba­ción se notó más angustiado. Incluso la tensión se notó en sus respuestas porque buscó la manera de no ser tan drás­tico en sus opiniones.

Dijo no sentirse amenazado porque lo del EPP no les llega directamente a ellos. Pero a la vez manifestó que no pue­den hablar con los medios de prensa, con efectivos poli­ciales ni con los militares de la zona porque no cono­cen exactamente cuál es el movimiento del EPP. En caso de que algunos de sus miembros o aliados le vean hablando con los efectivos del orden, podrían pensar que es un informante y en ese caso tanto él como su familia correrían peligro.

Lamentó que al departamento de Concepción ya se le consi­dera como “zona roja” porque les deja mal parados a todos los pobladores, en especial a los de Arroyito. Es consciente de que la mayoría de los ataques ocurrieron en dicho munici­pio, pero sostiene que más allá de que a la zona se le vincula directamente con los crimina­les, también hay mucha gente buena y trabajadora.

LA RESIGNACIÓN DE UNA MADRE

Doña Obdulia Florenciano implora noticias de su hijo, Edelio Morínigo.

El 5 de octubre se cumplieron cinco años y tres meses del secuestro del suboficial Edelio Morínigo, privado de su libertad el 5 de julio del 2014 por miembros de los criminales autodenominados Ejército del Pue­blo Paraguayo (EPP).

Su madre, doña Obdulia Flo­renciano, cuenta que la última prueba de vida la recibieron en diciembre de ese mismo año (2014). Hoy implora a los miem­bros de la agrupación que si es verdad que Edelio ya está muerto, que por lo menos les digan dónde están sus restos para darle cris­tiana sepultura. “Arémako ko che memby oho hague. Ko diciémbrepe ojapóta cinco años de la última prueba de vida, ore rohe­chahague chupe oikove aja” (hace mucho tiempo que mi hijo ya se fue.

En este diciembre van a ser cinco años de la última prueba de vida, en la que nosotros le vimos a él todavía con vida), lamenta ña Obdulia. La afligida madre asegura que seguirá esperando, aunque relata que muchas veces se detiene a pensar cuáles serían los motivos por los que no recibe ninguna noticia del subofi­cial. La más reciente se dio a conocer el 11 de abril del año pasado (2018), cuando la familia recibió un panfleto escrito por el EPP, en el que mencionaban el fallecimiento de Edelio.

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