- POR AUGUSTO DOS SANTOS
- Analista político
El eficiente y experimentado publicista oficiando de consejero presidencial escribió un par de orientaciones para enfrentar una dura tapa del domingo pasado. Parecía de manual. Todo lo que tenía que hacer el Presidente era pararse frente a los periodistas –al día siguiente– y culpar a Cartes. El próximo en replicarlo, siguiendo un plan austero pero lógico, era el ministro del Interior y así lo hicieron. Pero en la tarde del lunes asumieron una cruda realidad: culpar a Cartes ya no tiene tanta renta ahora como antes. Es lógico. HC ya no es presidente. Ahora el presidente es el hombre que asesoran.
EL VIEJO E INEFICIENTE TRUCO
Los gobiernos tardan en entender que culpar al enemigo político potencia al enemigo o, por lo menos, no genera renta propia. Hay ejemplos nacionales y extranjeros. El presidente argentino, Mauricio Macri, pudo haber pensado que el desmoronamiento del prestigio de la ex presidenta Cristina K iba a oficiar, por contraste, como viento a favor, pero ocurre que los ciudadanos tienen una creciente capacidad para discriminar entre el cuestionamiento al ayer y la exigencia al presente.
Aquel que pensó que cuestionando al anterior se logra una especie de perdón al actual o compró libros viejos o dejó de ponderar el creciente rol de las redes sociales en la construcción del licuado denso y hoy multicomponente que se llama opinión pública. Un estudio entregado el 30 de setiembre por la Management & Fit en exclusiva para Clarín de Argentina da cuenta de que el derrumbe de imagen presidencial ha sido constante y toda la corrupción K, detestada por amplios sectores ciudadanos, no ha servido de contrapeso.
“¡PEINE, MOLINAS!”
En la sureña localidad de Pilar se recuerda una anécdota de los tiempos inimputables del colegio, cuando se envolvió una bala de cañón (de las que abundaban, vestigios de la Guerra Grande) con medias para que se asemejara a una pelota de trapo. Un desprevenido amigo de apellido Molinas venía con ritmo cansino por la vereda cuando alguien del grupo puso a rodar tal elemento (cubierta de lana alma de hierro) al tiempo en que exclamaba: “¡Peine, Molinas!”. Y Molinas peinó. Esta anécdota me recuerda lo que está pasando con la operativa política del Gobierno, que se obstina en patear todas las pelotas de hierro desaprovechando las nupcias de los cien días, que ahora ya solo tiene treinta y siete. Una sola vez, en dos meses, la estrategia comunicacional (o la casualidad) logró un acto de espontaneidad que se asemejaba muchísimo a lo que los presidentes deberían hacer para transmitir el contacto con la gente. La vez que se detuvo a compartir con unos músicos callejeros.
Preguntarse para qué sirve la popularidad para ejercer la gestión presidencial es casi igual que preguntarse para qué sirve el choclo a la hora del chipa guasu.
Es cierto que los últimos presidentes del Paraguay han sido renuentes a escuchar consejos de comunicación política, pero se podría pensar que un hombre de 46 años sí lo haría. Se podía esperar que un presidente de su edad estuviera mucho más tiempo en los colegios, en las universidades, con las organizaciones juveniles, con los becarios y a la hora del karaoke reemplazara por un rato –por lo menos– el “Ndéve Guarã Santaní”, que suena a folclore setentoso, por algo de Fito Páez o Rolando Chaparro como mínimo.
NO HAGO OTRA COSA QUE PENSAR EN TI
A propósito de cantantes, esta frase de la canción de Serrat trata de dibujar lo que parece ser un gesto de carácter del gobierno de Mario Abdo, pero que termina pesándoles como un poncho de mármol. Un alto porcentaje de sus designaciones parece estar encuadrado en un plan para arrojar electricidad contra HC. Hasta podría pensarse que en la fila de gente que aguarda un cargo en el Gobierno, antes que la idoneidad, se busca que hayan sido excombatientes en la Guerra contra Cartes.
Al perder muchísimo tiempo con esa operativa cuasiobsesiva, el staff gobernante está incluso olvidando a adherentes de su propio partido y transmitiendo gestos tales como que para temas claves como combatir el contrabando, luchar contra el narco o controlar la transparencia en las instituciones, no sirven los colorados.
Bueno, puede que tengan razón, pero su decisión de conjugar todo “contra Cartes” los lleva a no cuidar la semiótica de sus decisiones.
LA OPOSICIÓN DESAPARECIÓ
Marito tiene una ventaja. La oposición desapareció, se borró. En parte porque se acomodó en los regazos del Presidente y en parte porque no pueden porque sus problemas internos son tan paralizantes que ello le impide cumplir algún rol, siendo el caso del PLRA el más elocuente. La ausencia de la oposición como contrapeso crítico tiene una ventaja y una desventaja. La ventaja es que podría ir pensando en cumplir el viejo sueño tan proclamado por Nicanor Duarte (quizás fruto de su afinidad con el naciente poder K de entonces) de la transversalidad. Una especie de alianza con la oposición para gestionar el país. La otra ventaja es que a la larga, el desprestigio recaerá sobre la oposición y no sobre el Gobierno, ello siempre ha sucedido así. La desventaja para el actual oficialismo es que convertirá a Honor Colorado en la oposición real con las posibilidades que esa posición le otorgue a este sector interno de cara a su crecimiento en el futuro. Probablemente, el propio Abdo Benítez recordará aún lo ventajoso que fue correr con la camiseta de la oposición interna en términos de rédito electoral.
SENCILLAMENTE GOBERNAR
El presidente Abdo Benitez no tiene que lograr la unidad colorada para hacer un buen gobierno. Podría gobernar sin Honor Colorado, no es una condición indispensable. No será el primer presidente que gobierne con la mitad de este gigantesco partido. Todo lo que necesita hacer es gobernar. Esto supone superar la paranoia paralizante y generar agendas proactivas que dejen de responder a lógicas que eran rentables cuando estaban en la llanura, pero no se compadecen de las actuales apetencias de los ciudadanos que ya no lo observan como el Llanero Solitario, sino como el presidente que llegó para solucionar sus problemas. Y por, sobre todo, evitando la tentación de responder tan energéticamente cada vez que alguien hace rodar una bola recubierta de medias al grito de “¡Peine, Molinas!”.