• POR ARTURO PEÑA 
  • Enviado Especial desde Montevideo

Tras los estrenos recientes de dos pelí­culas que giran en torno a su vida (“La noche de los 12 años”, dirigida por Alvaro Brechner, y “El Pepe, una vida suprema”, de Emir Kusturica), la figura del ex presidente y ex senador uru­guayo José “Pepe” Mujica, de 83 años, volvió a la pri­mera plana. El pasado 14 de agosto renunció a su banca al Senado, cansado “del largo viaje”, aunque dejó el compro­miso de seguir con la “batalla de las ideas”.

En su estilo directo y a veces sin muchos filtros, Mujica habló con La Nación en su granja de Rincón del Cerro, a media hora de la ciudad de Montevideo, donde vive de forma modesta con su esposa Lucía Topolansky, actual vicepresidenta de Uruguay. También anunció una posible visita al Paraguay en breve.

Nos recibe en el patio de la casa y un saludo en guaraní le mueve fibras de recuer­dos. “La guerra que aplastó al Paraguay empezó acá, en Uruguay. Algunos de noso­tros pensamos que tenemos una vieja deuda de historia con el pueblo paraguayo, de lo que significó aquel desastre en la historia del Paraguay y de América”, reflexionó.

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La charla cobra luego actua­lidad. El cambio climático, la política regional, la necesi­dad de formar a los jóvenes, son temas que le preocupan. “América Latina es el conti­nente más desigual, con una pavorosa tendencia a la con­centración de la riqueza y esa lucha estará en parte pautada por la actitud que asuma la inteligencia”, señala Mujica.

“El hombre es un animal maravilloso, capaz de las cosas más heroicas y de los disparates más increíbles, pero ahora empieza la ame­naza de una cosa que no vivió el mundo: la eventualidad de un feroz cambio climático que tenga consecuencias peligro­sas y desastrosas. Existe tec­nología para dar respuesta, pero no hay una crisis ecoló­gica, hay una crisis política. El hombre desató una civiliza­ción que hoy no puede gober­nar”, sigue diciendo.

–Su “batalla de las ideas” es entonces algo global.

–Los seres humanos estamos programados como todas las cosas vivas, luchamos por la vida, por vivir. Eso no es pen­samiento, esa es la organiza­ción desafiante que tiene la naturaleza; nos crea y nos condena a la muerte, pero antes de la muerte amamos la vida, desesperadamente. Todas las cosas vivas quieren luchar por vivir. Los hombres, como creamos civilización, conciencia, pensamiento, no escapamos tampoco a ese mensaje de la naturaleza y amamos la vida. Hemos inventado cosas para luchar con la muerte, enormes: el mundo religioso, la mística, el soñar con el más allá. Es casi el grito desesperado de la criatura humana luchando con algo que no puede dar respuesta. Y es casi natu­ral que los hombres pense­mos en la prolongación de la vida a través de los que que­dan, la lucha por la vida de los que quedan, en el intento de que sean menos estúpidos que nosotros, que aprendan de nuestras limitaciones, de nuestras bagatelas; ese es el papel de la civilidad, tratar de conducir al hombre y ayu­darlo en el porvenir y en la lucha por la vida.

Me parece que ese es el con­tenido. Al fin y al cabo los vie­jos estamos para dar conse­jos, consejos que no nos van a dar mucha pelota, pero es como sembrar semillas. Las ideas son las semillas huma­nas tratando de que germi­nen en la cabeza de algunos y que continúe la lucha con­tra la estupidez, que inevi­tablemente lleva también la condición humana. El único animal capaz de ir contra sí mismo parece ser el hom­bre. Cómo vencer eso… El hombre tiene inteligencia, capacidad para inventar ríos nuevos para luchar contra los desiertos, para ayudar a la vida y defender su propia vida, pero si todo está pautado por la ganancia va a ser difícil cumplir con eso.

No alcanza con el desarrollo económico y no se trata de volver a la sociedad primi­tiva. Se trata de repensar no solo por el negocio, sino para favorecer la vida de la criatura humana. Esta es la cuestión.

–¿Es un mensaje para las nuevas generaciones?

–Claro, esto es para los jóve­nes, que no cometan los mis­mos errores o que se replan­teen las cosas. Si no puedes cambiar el mundo, por lo menos puedes dominar tu cabeza, para que el mundo no te arrastre y no trans­currir toda la vida pagando cuentas desesperado, siem­pre corriendo de atrás, con­fundiendo ser con tener. Por­que si le estamos planteando a la gente que la única manera de triunfar en la vida es ser rico, la estamos condenando a la ansiedad y a la desespera­ción de la lucha por la riqueza. Obviamente hay trabajar para vivir y el que no trabaja está viviendo a costilla de uno que trabaja, pero la vida no es solo trabajar. En la vida hay que tener tiempo para los afectos, para las relaciones humanas, para los hijos y si no garan­tizás que tengas ese tiempo esencial en los afectos de tu vida ¡estás frito! porque cuando te vayas, en el cajón no te vas a llevar la riqueza.

La (palabra) austeridad no la quiero usar más porque dejan a la gente sin trabajo y le lla­man austeridad; la sobriedad en el vivir ¡es un negocio bár­baro! Aprender a vivir con lo necesario y no vivir este pague cuenta y pague y pague porque es perder la libertad. Sos libre cuando gastas el tiempo de tu vida en cosas que a ti te gus­tan, te motivan, es el tiempo de los viejos jugando al truco, entretenido, es sagrado. Si la vida es pura obligación, dónde está la libertad. Es una pala­bra grandilocuente que se usa mucho, pero resulta que puedo ir al supermercado a comprar cualquier cosa, pero no puedo comprar años de vida y cuando estoy comprando, estoy gas­tando con el tiempo de mi vida que tuve que gastar para tener ese dinero.

La nueva religión se llama mercado y es lo que nos domina. Es la responsable de nuestra civilización, para bien y para mal. No sé si será modificable, tengo mis dudas. Pero tampoco le puedo plan­tear a la gente: mirá que va a haber un cambio dentro de 50 años, 100 años y aquello va a ser un paraíso porque eso no es utopía, es ucronismo. Esto es como una calle llena de autos, no podés evitar que los autos pasen, tenés que aprender a cruzar la calle sin que los autos te pisen. Eso es lo que quiero discutir con los estudiantes, por lo menos. Porque confundir felicidad con tener es un error garrafal.

FOTO: GENTILEZA MAURO FLORENTÍN

–Las películas recientes sobre su vida ¿llevan este mensaje?

–Noo… (sonríe). Lo de las pelí­culas yo no tengo nada que ver. Lo que pasa es que los compa­ñeros, cuando salieron (de la cárcel) se habían jurado dar testimonio y se encerraron y en 15 días hicieron un libro y lo tiraron ahí. Y bueno, un tipo que está para el cine vio el libro y lo leyó y él se hizo la película en la cabeza y decidió llevarlo. A mí ni se me había pasado por la cabeza; y ahí salimos tres, pero éramos nueve. Los otros la pasaron más o menos igual e independientemente de eso, parecido a eso, pasó en todo el Río de Plata, en el Cono Sur, a miles. En todo caso nosotros simbolizamos algo, pero no somos ni más ni menos que muchos otros que han pasado lo mismo. Eso sería bueno tenerlo presente. Esta última (“La noche de los 12 años”) yo la fui a ver y es muy dura. Para mí es muy dura. La de Kustu­rica es una cosa más amable, trata de abordar el problema humano.

-En Paraguay asumió la presi­dencia el hijo de quien fuera mano derecha de Stroessner y eso removió también esa dura parte de nuestra historia.

En todo caso espero que no sea tan dramático. Espero que el pueblo paraguayo tenga la sabiduría de aprender un poco de su propio pasado. Me unen muy fuertes sentimien­tos a la historia del Paraguay y hay muchos uruguayos que fueron a trabajar al Paraguay y le llevaron un mensaje de la ganadería moderna a Para­guay… por lo menos para algo sirvieron. Claro, no fue­ron por poesía. Fueron por ganancia, vendieron la tierra cara acá y compraron barata allá, pero bueno… eso al fin y al cabo no lo voy a criticar, eso es el mundo contemporáneo.

-En nuestro país manda la soja, para algunos la panacea de la economía, pero también genera una crisis de tierras.

Las tierras tropicales son muy productivas, pero son muy frágiles porque la tem­peratura media aumenta la oxidación de la materia orgá­nica y tienen una tendencia a la degradación rápida. Si Paraguay logra alternar la agricultura con la ganadería y hace praderas y le da tiempo que el pasto se recupere, va a mantener la fertilidad. Si no, es muy peligroso. El cultivo permanente de soja sobre soja es peligroso. Espero que exista un marco de inteligen­cia para cuidar la tierra, que es bien degradable. No hay fábrica de tierra y la que tene­mos hay que cuidarla.

-Otro aspecto es dónde mover nuestros productos. El Mer­cosur tendría que ser uno de los principales merca­dos, pero al parecer tiene un futuro incierto.

El Mercosur está cada vez más débil. Terminamos comerciando con Asia cada vez más fuerte y antes era con Europa, y entre nosotros estamos cada vez más débi­les. Nuestro gran mercado son los pobres de América Latina, pero habría que gastar un poco para que sean menos pobres y pudieran tener poder adquisitivo ¡Vaya contradic­ción! El mercado que está a mano no lo podemos desa­rrollar porque hay muchos pobres y como tales consu­men poco y entonces tene­mos que ir lejos y estamos de espaldas entre nosotros.

–¿Es posible cambiar esa realidad?

–Para cambiar el Mercosur tenemos que cambiar noso­tros. Al Mercosur lo hemos visto como un negocio fenicio, te vendo tanto y tú me vendes tanto. Por supuesto que tiene que ser eso, pero tenemos que integrar la inteligencia, ten­dríamos que integrar las uni­versidades. No puede ser que un ingeniero paraguayo no puede trabajar en Uruguay y uno de acá no puede ir allá. No. Tenemos que hacer el mercado común de la inteli­gencia.

Los jóvenes tendrían que investigar para desarrollar los problemas que tenemos. Si no integramos primero la cabeza, el negocio no nos va a integrar, el negocio nos desin­tegra porque nos resulta más beneficioso e inmediato ven­derle a China o a cualquier lado que vendernos entre nosotros.

Integración de puertos. ¡Hace como 40 años que tenemos una zona franca para Para­guay en el puerto! ¡La han tenido abandonada! Tene­mos una zona para Bolivia y otra para Paraguay. Práctica­mente no le dan pelota. A esta altura tendríamos que tener un puerto que fuera común, propiedad de los gobiernos de Paraguay y de Bolivia, nues­tro, que fuera una sociedad común en el derecho privado.

¿Sabés qué hacíamos de inte­gración? Nos sacábamos fotos los presidentes y no pasaba nada. Estábamos más preo­cupados en quién ganaba las elecciones que vienen y no pensábamos 30 años para adelante.

-El clima político está bas­tante inestable en la región. Sin embargo, Uruguay parece vivir un proceso relativa­mente estable.

Eso no es de hoy, eso es histó­rico. Uruguay fue un país den­tro de un continente desas­troso que siempre repartió mejor. Nosotros tuvimos transformaciones muy serias a principios de siglo y estamos viviendo un poco la renta de nuestros abuelos y bisabuelos. Pero no estamos a la altura de nuestros abuelos.

–El mundo cambió mucho también

–Sí, claro que cambió. Y no tenemos escala para muchas cosas, pero también por el hecho de ser pequeño, hay cosas que son más fáciles de arreglar en Uruguay que en un país más grande. Y no lo arreglamos y eso calienta.

–¿Y cómo ve a Venezuela?

–Y la veo enferma y mal. Y ade­más como se siente cercada, hay una paranoia interna y el fanatismo es malo porque crea una sociedad en blanco y negro. Y lo único que hay en el mundo es que no existe ni lo blanco y ni lo negro, existen los tonos. Y así no puede fun­cionar la sociedad. Y ahora se da la paradoja de que el petró­leo sube y capaz que empiece a remendar la situación, pero no a resolver.

Con las locuras que hace este Trump, nos va a regalar una suba del petróleo, con lo cual nos va a joder. Porque las sanciones que le pone a Irán en parte es retirar del mercado mundial a un pro­ductor muy grande de petró­leo. Y los otros, que no son bobos, no quieren aumentar la producción, quieren que aumente el precio. Enton­ces, con eso vamos a tener que pagar 100 dólares el barril de petróleo. Y ahí se encarece todo. Somos unos juguetes en medio de la his­toria humana.

–¿Extraña el Senado? ¿Qué hace en su tiempo libre?

–¡Qué voy a extrañar! Estaba aburrido. Hay discursos que hace como 20 años los escu­cho. Le cambian solo la fecha. En mi tiempo libre trabajo la tierra. Planto verduras, fun­damentalmente, cosas para comer. Pero me entretengo en eso, pierdo plata (risas) por­que no puedo atender cuando hay que atenderlas. Los seres vivos no son cuando vos tenés tiempo, son cuando ellos pre­cisan. Hay que estar ahí. Y bueno, pero a mí me gusta. No me voy a poner a hacer gimna­sia a esta altura.

–¿Pasa algún tiempo en internet o en redes socia­les?

–Lo menos posible. Tengo celular y lo tengo apagado. Cuando yo preciso, llamo. Es una herramienta maravi­llosa. Un muchacho anda con una universidad en el bolsi­llo. Pero te volvés loco porque esto le dio voz y participación a todos los idiotas, a todos los pelotudos que hay, entonces estás frito (risas).


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