• Por Mariano Mercado Rotela
  • Comunicador, docente de la UC

En la política, como en el fútbol, la pelota simboliza el poder. Todos corren detrás de ella, luchando por controlarla, buscando la oportunidad de hacer “goles”, que en este caso representan decisiones, cam­bios o promesas cumplidas. En Paraguay, un país apasio­nado por el deporte rey, esta analogía resulta particular­mente válida para reflexionar sobre cómo se ejerce el poder y cómo se mide el impacto de las acciones políticas.

En una cancha de fútbol, la pelota pasa de jugador a juga­dor, cada uno con la oportu­nidad de avanzar, de ejecutar las estrategias previamente planificadas o ser creativo y superar los obstáculos que se interponen en el camino hacia la meta. En el juego político ocurre algo similar: los polí­ticos asumen el poder con el compromiso de avanzar hacia objetivos que beneficien al conjunto de la sociedad. Pero, al igual que en el deporte, no todos los jugadores juegan con el mismo propósito. Algunos piensan en el equipo; otros, lamentablemente, solo bus­can el lucimiento o peor aún, el lucro personal.

En Paraguay, donde las des­igualdades sociales siguen siendo profundas y las necesi­dades básicas de muchos sec­tores aún no están cubiertas, el “juego” político cobra una relevancia especial. Aquí, la pelota –el poder– tiene el potencial de cambiar vidas, de construir oportunidades, de transformar comunidades. Sin embargo, también puede convertirse en un arma de división, de exclusión, o peor aún, en un instrumento para perpetuar privilegios.

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EL EGOÍSMO POLÍTICO: UN JUEGO INDIVIDUALISTA

Algunos políticos, como ciertos jugadores en la can­cha, actúan movidos por el egoísmo. Retienen la pelota, se niegan a pasarla, priori­zan su protagonismo por encima del bien colectivo. Estas actitudes se traducen en decisiones políticas que buscan resultados inmedia­tos, muchas veces pensando en las próximas elecciones y no en las próximas genera­ciones. En Paraguay, hemos sido testigos de obras incon­clusas, proyectos que solo buscan generar titulares, y promesas que se diluyen en el tiempo. Estos políticos, al igual que los jugadores egoís­tas, convierten el juego en un espectáculo frustrante para los espectadores: el pueblo.

El resultado de este enfoque individualista es que el equipo –la sociedad– queda relegado, enfrentando las consecuen­cias de decisiones improvisa­das o ineficaces. Es como si el partido se jugara solo para lucirse frente a las cámaras, mientras los goles que ver­daderamente importan –mejoras en educación, salud, infraestructura y empleo– quedan en el olvido.

EL JUEGO COLECTIVO: UNA VISIÓN DE EQUIPO

Por otro lado, están los políticos que entienden que el poder no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para transfor­mar realidades. Estos “juga­dores” reconocen que el éxito no se mide por su protago­nismo individual, sino por los logros que benefician al equipo completo. En el contexto para­guayo, esto significa enfocarse en políticas que reduzcan la pobreza, que fortalezcan las instituciones democráticas y que garanticen oportuni­dades para todos, especial­mente para los sectores his­tóricamente marginados.

Un buen político, como un buen jugador, sabe cómo leer el juego, cómo identificar las fortalezas y debilidades de su equipo y cómo trabajar en conjunto para alcanzar los objetivos. Sabe también que los goles que realmente cuentan son aquellos que transforman vidas: un hos­pital con profesionales bien formados y medicamentos necesarios, una escuela que recibe materiales de calidad y docentes con capacitación permanente, una comunidad que accede a agua potable o una familia que finalmente tiene una vivienda digna.

EL PODER EFÍMERO: LA PELOTA CAMBIA DE PIES

El poder, como la pelota en un partido, es efímero. Cambia de manos, o mejor dicho, de pies. Un político puede tenerla hoy, pero mañana será otro quien asuma la responsabili­dad de llevarla hacia adelante. Este carácter transitorio del poder subraya la importancia de aprovechar cada momento para hacer la diferencia. Por­que, al final del partido, lo que realmente quedará en la memoria de los ciudadanos no es quién tuvo la pelota por más tiempo, sino los goles que se hicieron para el bien común.

En Paraguay, donde la his­toria política ha estado marcada por altibajos, por avances y retrocesos, esta reflexión es particular­mente relevante. Hemos visto a líderes que, al per­der el poder, también pier­den el respeto del pueblo porque no supieron apro­vechar su momento para jugar en equipo. Pero tam­bién hemos visto ejemplos de liderazgos comprome­tidos, de personas que han dejado un legado duradero porque entendieron que el poder es una responsabili­dad delegada por el pueblo, no un privilegio.

El verdadero triunfo en la política no radica en acumu­lar poder, sino en utilizarlo para generar cambios posi­tivos a favor del pueblo. Esto implica tener una visión de largo plazo, trabajar con trans­parencia y rendir cuentas al pueblo. Implica también reco­nocer que no se puede ganar solo, que el éxito depende de la colaboración y del esfuerzo conjunto, del equipo.

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