• Por Felipe Goroso S.
  • Columnista Político

Para entender el dis­curso mediático se deben entender cier­tas creencias que circulan en el ámbito periodístico, muchas de ellas expresadas por los propios interesados. La creencia de que el perio­dismo no es más que un sim­ple testigo que cuenta lo que sucede en el mundo y de que la imagen solo puede repro­ducir fielmente la realidad. “Si los medios hablan de inseguridad es porque hay inseguridad. No se la inventa en los noticieros”, le escu­ché decir hace poco a alguien que tiene un alto cargo en un grupo de medios. Pasando por alto que toda percepción de la realidad es una cons­trucción.

Considerarse intermedia­rios entre el poder polí­tico y el ciudadano, algunos periodistas se consideran investidos de un deber de dilucidación, de un poder cuasidivino de revelación, sobre todo porque –como ellos mismos afirman– se trata de ocultar los ver­daderos problemas fabri­cando imágenes de los polí­ticos. Parecen olvidar que la información misma es una forma de comunicación. Es tanta su certeza que dicen que si el nivel del debate en los medios está marcado por la farandulización es porque son los políticos quienes no innovan o no tienen nada que proponer. Y sin duda en algún punto podrían incluso tener razón, pero no del todo. No del todo.

Podríamos instar a recor­darles que cierta dosis de humildad nunca viene mal. Para elaborar sus opiniones, siempre presentadas como análisis, no poseen ni los ins­trumentos de historiadores, ni de las ciencias humanas y sociales. Y si de por ahí cuentan con algunas de estas bases, corren el riesgo de no ser entendidos por la mayo­ría de su audiencia, en caso decidan producir una línea discursiva explicativa. A la par, también se podría hacer notar a los políticos que, si se someten ciegamente a las condiciones de las empresas periodísticas, se arriesgan a reducir su credibilidad y hacer que se desplome el debate democrático.

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La verdad es que han habido cambios en la concepción misma de la política. Estos cambios han generado una brecha entre la comuni­cación política moderna y algunos aspectos del ritual como los conocíamos hasta ahora: la sacralidad, solo por mencionar un elemento. Ni hablar de los cambios que se produjeron, se producen y se seguirán produciendo en los imaginarios de los distintos segmentos de la población.

Lo que también se observa es un predominio de lo emo­tivo por sobre lo ideológico. A no ser que se considere que lo afectivo puede hacer las veces de ideología. Lo seguro es que el tratamiento que se le da en los medios a la polí­tica, les asigna cierto grado de responsabilidad en la interferencia que tienen los ciudadanos con la misma. La ideología de la drama­tización de la cual algunos periodistas son fervoro­sos militantes y especial­mente esa irresistible ten­dencia a pretender erigirse en consciencia moral, al lle­var a cabo interpelaciones sistemáticas a los poderes políticos solo puede exa­cerbar el sentimiento de pesimismo o impotencia. O tal vez, y solo tal vez, son algunas empresas de medios las que no logran adaptarse a la democracia, que es prin­cipalmente la búsqueda de consensos. Da para pensar al respecto.

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