- Por Felipe Goroso S.
La representación de nuestro mundo induce a una simple constatación: símbolos, rituales, dramaturgias diversas están corrientemente asociadas a la actividad política en las sociedades humanas. Aparato ceremonial acompaña toda demostración de poderío y de autoridad, y contribuye a la puesta en escena de los atributos políticos. Se opera en las esferas de la representación: no hay poder sin las respectivas escenas que adornen al mismo. Los protagonistas del juego político se presentan como mandatarios de la sociedad entera. La legitimidad, ya sea en la sustancia o en la trascendencia, es una cualidad asumida por el poder. Está a su cargo reenviarle una imagen de coherencia y cohesión a la colectividad que encarna. El poder representa, esto significa que un individuo o un grupo se posicionan como portavoces del conjunto.
En Paraguay, una amplia mayoría de los políticos son reacios a tener en cuenta la relevancia de la puesta en escena de la política. Como mucho se le asigna un peso desde la simpleza de lo estético, dejando de lado el poder de los ritos y de los símbolos en la construcción de un espacio político o que hace parte fundamental en la imagen individual. Adecuar las simbologías a la función de cada uno, como puesta en escena de la relación de poder.
Cuando se tienen en cuenta estos detalles, la puesta en escena o de espectáculo político está a menudo asociada al fenómeno mediático y a la sobreinformación que caracteriza a las sociedades estatales modernas. Sin embargo, estudios antropológicos muestran que estos fenómenos están presentes en otros multiversos que ignoran esos dispositivos de comunicación política. Basta leer (para eso hay que obviamente leer) los grandes ceremoniales que acompañan la entronización o funerales de las monarquías, la periodicidad y multiplicidad de los rituales que efectúan, y del protocolo, a veces muy sofisticado, que está anexado a la persona de los gobernantes. El poder se manifiesta en la representación que él mismo exhibe.
Lo importante de hacer notar es que la puesta en representación no es una dimensión secundaria o de menor rango en importancia derivada de la acción política cuando es totalmente a la inversa, se debería considerar que constituye una condición fundamental de la misma. Una forma de conexión directa con el conjunto de las sociedades.
El imperio de la representación se manifiesta en las prácticas contemporáneas que dan un lugar considerable al espectáculo y a las puestas en escena. De estas liturgias políticas podemos discernir dos especies: los ritos consensuales (que pueden ser propiciatorios o expiatorios) que sirven para exaltar la unidad, el consenso; y los otros son los ritos de enfrentamiento, que teatralizan el disenso y la conflictividad. En un país como Paraguay, estos rituales marcan el ritmo de la vida política, con su alternancia de momentos de tensiones y de consensos. Lastimosamente, la mayoría ni siquiera es consciente de ello.
En Paraguay, una amplia mayoría de los políticos son reacios a tener en cuenta la relevancia de la puesta en escena de la política.
El imperio de la representación se manifiesta en las prácticas contemporáneas que dan un lugar considerable al espectáculo y a las puestas en escena.