- Por Felipe Goroso S.
El historiador italiano Carlo M. Cipolla publicó una versión ilustrada y conmemorativa del mítico panfleto Allegro ma non troppo, en el que el autor presentó su famosa “Teoría de la estupidez”, un entretenido manual para sortear la estupidez, afrontarla con armas para evitar a los estúpidos, auténtica lacra de la sociedad. Las repasamos a continuación.
La primera de ellas es que “siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo”, es decir, que como reza la frase bíblica, stultorum infinitus est numerus. Grande es nuestra sorpresa cuando caemos en la cuenta de que personas que habíamos considerado racionales e inteligentes se revelan como irremediablemente estúpidas.
La segunda ley reza: “La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona”. El estúpido nace estúpido, por obra y gracia de la naturaleza, y su proporción es constante en todo grupo humano.
Todo ser humano queda enclavado en una de estas cuatro categorías: incautos, inteligentes, malvados y estúpidos. La tercera ley dice que estos últimos son aquellos que causan “un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, incluso obteniendo un perjuicio”, algo absolutamente incomprensible para alguien razonable que se resiste a entender cómo puede existir la estupidez.
Lo problemático es que la estupidez es muy peligrosa, puesto que a las personas razonables les es complicado entender el comportamiento estúpido. Mientras que podemos comprender el proceder de una persona malvada (que sigue un modelo de racionalidad), no ocurre así con la estúpida, frente a la que estamos completamente desarmados: su conducta es imprevisible y su ataque no se puede anticipar. Además, el estúpido no sabe que lo es. Esto conduce a Cipolla a enunciar la cuarta ley: “Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas”.
La quinta y última ley indica que “la persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe”, pues de su actuar no se consigue más que un peligroso vacío en el que cabe toda posibilidad.
A primera vista, estas afirmaciones pueden parecer triviales, o más bien obvias, o poco generosas, o quizá las tres cosas a la vez. Sin embargo, basta observar con atención para que quede revelado de lleno la auténtica veracidad de las mismas. Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos de un modo repetido y recurrente, debido a que personas que uno ha considerado racionales e inteligentes en el pasado se revelan después, de repente, inequívoca e irremediablemente estúpidas. Además, día a día, con una monotonía incesante, vemos cómo entorpecen y obstaculizan nuestra actividad individuos obstinadamente estúpidos que aparecen de imprevisto e inesperadamente en los lugares y en los momentos menos oportunos.
Por último, estas leyes impiden la atribución de un valor numérico a la fracción de personas estúpidas respecto del total de la población. Dicho esto, cualquier estimación numérica resultaría en una subestimación.
Y sí, Cipolla tenía razón al decir que los estúpidos son más peligrosos que los malvados. Ya queda en manos del lector ubicarse en la ley que mejor le corresponde. O mejor aún, a algún vecino, compañero de trabajo, político o periodista.
Por muy alta que sea la estimación cuantitativa que uno haga de la estupidez humana, siempre quedan estúpidos de un modo repetido y recurrente.
Todo ser humano queda enclavado en una de estas cuatro categorías: incautos, inteligentes, malvados y estúpidos.