Josías Enciso Romero
Fue un plan estratégico bien planificado. Con el elemento táctico primordial que exige este tipo de operaciones: el factor sorpresa. No hubo grietas para que la información fuera filtrada a los medios de comunicación o personas ajenas al proceso. El hermetismo con que se manejó el procedimiento demuestra al alto grado de compromiso de sus ideólogos y ejecutores.
Tal es así que los primeros asombrados fueron los guardias de seguridad de la Penitenciaría Nacional de Tacumbú quienes, en su mayoría, suelen actuar como campanas de los presos más poderosos dentro de las cárceles del país. Esta vez se les cayó la noche en plena alborada y sin previo aviso. Algunos atrincherados en los territorios denominados “liberados”, bajo el poder hasta ayer del clan Rotela, intentaron resistir con armas automáticas. Se trataba de una verdadera guerra contra el crimen organizado que seguía manejando y ampliando sus negocios y dominios desde su lugar de reclusión. Y en una guerra siempre hay bajas, aunque se hayan organizado las mejores maniobras para evitarlas. El saldo de muertes es de un lince y once personas privadas de su libertad.
Algunos políticos ya reconocieron que esta intervención en la cárcel de Tacumbú fue un “golazo” del presidente Santiago Peña, pero –siempre el bendito pero– debió “realizarla mucho antes”; en tanto que algunas cadenas mediáticas, de las que siempre ven el vaso medio vacío y el tiempo siempre nublado, azuzaban desde sus catastróficas tapas que “Tacumbú seguía en poder del clan Rotela”, que, en parte, era una realidad irrefutable, pero olvidaban intencionalmente que esa situación se había generado, enquistado y agrandado a niveles metastásicos en los tiempos de la administración de Mario Abdo Benítez. Aunque eso jamás importó. Toda la culpa la tenía Peña. Lo que no estaba en la agenda de estos medios fue esta operación relámpago como la de ayer. Rápida, fulminante y efectiva. La cárcel de Tacumbú está en su totalidad en manos de los órganos de seguridad.
Armando Javier Rotela Ayala, de 41 años, con la inquietante etiqueta de “alta peligrosidad”, fue desalojado de su búnker denominado “La Jungla” y trasladado hasta la agrupación de Fuerzas de Operaciones Policiales Especiales (FOPE). Tiene por delante 27 años de cárcel por los delitos de tenencia y comercialización de drogas y asociación criminal, conforme informan las crónicas de los diferentes medios locales. Había montado su propio espacio dentro de Tacumbú, inaccesible para todo aquel que no formara parte de su clan, incluyendo a los guardiacárceles.
No es la primera vez que realizan allanamientos en esta penitenciaría. Por lo general, para incautar armas, estupefacientes y bebidas alcohólicas, hecho que patentiza la complicidad de los encargados de poner orden en el lugar. Esta vez fue diferente. Había un cabecilla que debía ser extraído de unas celdas impenetrables por la guarnición con que contaba como seguridad personal. Rotela se creyó intocable hasta que le cayeron de sorpresa.
Otro hecho a destacar: a través de la televisión solían observarse imágenes de presos tendidos boca abajo en el suelo, dentro de la prisión, durante las incursiones de las fuerzas de seguridad. Esta vez, a mi entender, utilizaron un procedimiento similar a los que emplean en El Salvador: sentados uno detrás de otro, con las manos esposadas hacia atrás. Lo que funciona bien, hay que imitar.
El presidente Santiago Peña, en conferencia de prensa, reconoció que “por décadas y a sabiendas de todos, el penal de Tacumbú se convirtió en un centro desde donde operaban grupos criminales planeando asaltos y distribuyendo estupefacientes…”. Y ordenan sicariatos, agregaríamos. Puso también énfasis cuando declaró: “¡Basta a un modelo que convertía las cárceles en verdaderas escuelas del delito y del crimen!”, para concluir que esta operación fue “histórica y sin precedentes”.
A los pronosticadores del mal eterno y las catástrofes apocalípticas sobre este gobierno que no les viene en gracia, ni el grupo político que llevó a la Presidencia de la República a Santiago Peña, se les cayó otra ficha del engranaje de la negatividad. Veremos qué títulos publican hoy. ¿Reconocerán el éxito del operativo o encontrarán nuevamente la quinta pata al gallo? “¡Averígüelo, Vargas!”, diría el finado Poncho Pytã en sus columnas del desaparecido diario Patria, según suele contarme mi vecino don Cecilio. Una cosa está ampliamente demostrada: los títulos catástrofe pasan, la verdad permanece inalterable. Aunque les caiga como locro de la tarde.