- Por Felipe Goroso S.
¿Cuál es el fenómeno cuyo mensaje y protagonistas están calando en América Latina, incluso en el mundo entero? Pues los “antisistema”, los que le dan voz a la bronca de la gente. Donald Trump en Estados Unidos, el proceso del Brexit en el Reino Unido, en algún punto Nayib Bukele en El Salvador, en su momento Jair Bolsonaro en Brasil y el caso más reciente es el resultado que obtuvo Javier Milei en las primarias abiertas y obligatorias en la República Argentina. Pueden variar los tonos, modos, la velocidad o el ímpetu, pero ejemplos hay de sobra. Si se busca alguien que siga patrones similares en el ámbito local, podría adjudicarse a Payo Cubas.
Las plataformas y candidaturas que se presentan como “antisistema” están pensadas para cabalgar, estructurar su crecimiento y probabilidad de éxito en el descontento de la ciudadanía. Intrínsecamente vinculado a la decepción que sufre el electorado con respecto a la política, personalizada en los políticos. Esta dejación de los políticos, usual en los tiempos que corren, está en el origen de un libro como “La política en tiempos de indignación”, de Daniel Innerarity, uno de mis pensadores favoritos de la actualidad, se plantea en este libro como un ejercicio para “entender mejor la política”, combatiendo los argumentos de quienes quieren destruirla, de quienes viven en la indiferencia hacia ella y de quienes practican la indignación pasiva desde la superioridad crítica. Y lo hace desde el presupuesto de que el principal problema de la política es su debilidad. Lo que la convierte en culpable óptima de todos los males y centro de tópicos y lugares comunes. El problema no es tanto la política como la mala política: el enemigo está en casa. Lo que en Paraguay conocemos como politiquería.
Uno de los principales elementos son las promesas que se hacen durante una campaña electoral, expresadas en formato de discursos y propuestas. No es la única causa del malestar con la política en tiempos de mutaciones profundas, pero sin duda es uno de los motivos de la bronca hacia la política de parte del electorado.
Cuando un gobierno empieza a cumplir sus promesas de campaña, lo que está haciendo es recuperar la confianza del elector en la política misma. En la gestión gubernamental. Ese es el fondo, incluso más allá que los evidentes beneficios económicos que se logran con la medida anunciada de la importante baja en el precio de los combustibles de Petropar, y en igual medida el precio de la garrafa de gas del mismo emblema. Y si, además, lo hace apenas unos días después de asumir, la acción adquiere relevancias muy difíciles de medir en la actualidad, ni siquiera en el corto plazo.
Además, como elemento colateral y de largo plazo, se consigue restarle el atractivo que podrían llegar a tener las plataformas o candidatos “antisistema”. Se devuelve la confianza en la política, donde la palabra tiene valor. Predecible y a la vez previsible, donde se hace lo que se dice y se dice lo que se hace. Eso es lo que hizo el gobierno de Santiago Peña con el issue combustible, de la mano de Petropar y el gerenciamiento de Eddie Jara.
Cuando un gobierno empieza a cumplir sus promesas de campaña, lo que está haciendo es recuperar la confianza del elector en la política misma.
Y si, además, lo hace apenas unos días después de asumir, la acción adquiere relevancias muy difíciles de medir en la actualidad, ni siquiera en el corto plazo.