- Por Josías Enciso Romero
Las lágrimas de algunos periodistas ya alcanzaron niveles escatológicos. Han rebosado de llanto sus respectivos medios peor que excusado de campaña. Mazorca incluida. Revolotean como mberu letrina sobre sus propias heces y miserias. Sus mentes infectadas de las bacterias del resentimiento expurgan mediocridad y odio. Creyeron que la cantidad de seguidores en las redes sociales era un indicador de sus eventuales influencias políticas. Y pusieron todas sus cartas al asador, según la libre interpretación de Arnaldo Giuzzio, cuando fue al Congreso de la Nación a demostrar sus dotes de profesor del PowerPoint. Copy paste en mano, armó un rompe sin cabezas.
Y asumiendo poses de Júpiter Tonante lanzó sus rayos de fuego sobre sus enemigos. Pero el bumerán, ese maldito instrumento que te escupe en la cara, le retornó su vuelto y hoy está en líos judiciales a causa de su relación con un peso pesado del crimen internacional. Luego continuaron con la comparsa quienes entonces eran bufones de Marito: Carlos Arregui y René Fernández. El humo era ventilado por las cadenas mediáticas de Natalia Zuccolillo y Antonio J. Vierci, con sus rostros visibles de Abc Color y su consorte Última Hora, en ese orden.
Hombres y mujeres de la prensa amiga que apañó durante cinco años la corrupción del presidente de la República que acaba de irse se desgañitaron las 24 horas del día “y también de noche”, en célebre expresión de Mario Abdo Benítez, padre. Creyéndose directores de la opinión pública, pensaron que podían sentarse en el trono de los dictadores de la voluntad popular. Y ahora están como esas muñecas que lloran cuando se les saca el benigno chupete. Sus escritos no tienen ninguna trascendencia, al punto que desaparecen más rápidamente que estelas de avión a chorro. Ni el alma mater de los premios Nobel egresados de Harvard pudo contener su lloriqueo. Y lo hacen en público. Como si la gente no anotara sus apocalípticas cuan fracasadas predicciones. Y por ahí anda otra mediática, aunque no trabaja en ningún medio, apuntando como ametrallada con el índice acusador, olvidándose de que cuelga de su cuello un prontuario más pesado que una tonelada de piedra bruta. Pero ella, como si nada.
Todos estos berrinches tienen un objetivo bien claro. Diáfano como el sol del mediodía. De fácil comprensión aun para quienes no están acostumbrados al ejercicio de la reflexión. Son tan evidentes que hasta ya duele tanta pelotudez. Tomaron al pie de la letra, y fuera de contexto, las expresiones de Cecilio Báez. Patrañas en ristre intentan desesperadamente tirar cualquier secreción propia de los lloriqueos al actual presidente de la República y su equipo. El propósito ya pilló la ciudadanía. Desviar la mirada de las camionadas de bleque que embardunaron la administración de Mario Abdo Benítez, hijo. Un empeño totalmente inútil porque la corrupción es la marca registrada de su gobierno. Ni hace falta profundizar demasiado. Un simple rasguño será suficiente para que el agua empiece a reventar todos los calafates con que las cadenas siamesas remendaron el bergantín que llenó sus bodegas con dinero del Estado. Es como camisa Slim Fit en cuerpo extra large. “No hay caso”, he’i Gamarra.
El pánico cunde después de la reunión de los representantes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, junto con el fiscal general del Estado y el contralor general de la República, para declarar una “guerra frontal a la corrupción”, conforme con las declaraciones del mandatario Santiago Peña. Ya lo escribió un compañero en este mismo diario: las binacionales Itaipú y Yacyretá deben ser las primeras en ser investigadas. Los golpes de grandes bultos saltarán de esos lugares con insospechadas ramificaciones. De nuestra parte hemos proporcionado suficientes documentos, a través de innumerables denuncias, que podrían ser de utilidad para quienes tienen la responsabilidad de no dejar impunes estos vergonzosos y escandalosos robos al Tesoro. Algunos que, está visto, repitieron algunos folletos de Derecho, pero jamás leyeron tratados de política, corcovearon porque de la reunión participaron el contralor y el fiscal, ambos generales, quienes son los vigilantes públicos constitucionales encargados de controlar a los tres poderes del Estado. Ahora viene la pregunta clave: ¿Quién vigila a los vigilantes? La respuesta es una obviedad manifiesta: para ello es fundamental el mutuo control, en un proceso en el cual la ciudadanía tiene un papel trascendental. Precisamente, son los compartimentos estancos los que propiciaron una desenfrenada corrupción. Hay sobradas razones para que los ladrones del erario pongan todo el cuero en remojo. ¡Se viene brava la cuestión!
El pánico cunde después de la reunión de los representantes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, junto con el fiscal general del Estado y el contralor general de la República, para declarar una “guerra frontal a la corrupción”.
Un simple rasguño será suficiente para que el agua empiece a reventar todos los calafates con que las cadenas siamesas remendaron el bergantín que llenó sus bodegas con dinero del Estado.