• POR AUGUSTO DOS SANTOS

Lo que están haciendo quienes se escanda­lizan hasta los mocos porque un dirigente de la ANR, como Afara, por citar un apellido (también podría ser Samaniego) votará por otro dirigente de la ANR: Sil­vio Ovelar para presidente del Congreso, es una maniobra de agotamiento prematuro, estúpido y superdescriptivo de un síndrome que se instaló con la transición y solo sucede en Paraguay: esperar que el Partido Colorado subsidie la incapacidad de la oposi­ción de ser mayoría.

Esta maniobra funcionó regu­larmente bien en algunos pro­cesos signados por la polarización extrema entre colorados (momentos de los gobiernos de HC y de MAB). No solo otorgó cuotas de poder a la oposición, sino inclusive en el mismo poder ejecutivo del gobierno que se va. Lo cual no se cuestiona, toda negociación que tenga por objetivo la con­quista del poder por las herra­mientas legales y legítimas es bienvenida.

Lo que no termina de enten­derse es la razón por la cual, tal oposición política y mediá­tica que ve con ojos emociona­dos cuando un colorado apoya a un opositor para construir una mayoría parlamenta­ria, se desgarra las vestidu­ras cuando sucede lo que es normal: que exista unidad entre los colorados.

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Pero no se trata de un pro­blema de criterio, o una estupidez a secas como parece, sino un asunto de matriz cultural que bien analizado podría ser uno de los hilos que conduce a las razo­nes de la sequía de poder de la oposición y el largo reinado de los colorados. Plantear sin cierta vergüenza propia que es un escándalo que un senador colorado le vote a otro sena­dor colorado, en resumen, es la persistencia de una matriz fracasada por la que la suerte del país depende que los colo­rados estén unidos o fractu­rados; traducido en fútbol, es como que tu única estrategia para el domingo sea que tu adversario tenga a la mitad de su plantilla lesionada.

Puede ser impresentable que la situación interna de la ANR subsidie eternamente a la opo­sición en sus buenos momen­tos, pero es aún más impre­sentable que se enojen con los colorados porque de tanto en tanto deciden conformarse en unidad.

Si la cultura opositora seguirá siendo la misma, dependiente y subsdiaria de la situación de la ANR, ¿para qué remover a Efraín Alegre?, habría que pregun­tarse.

Hay que ahorrar energía o al menos no gastarla en estupi­deces; necesitamos una opo­sición fuerte e inteligente en este quinquenio y de la ANR necesitamos lo mismo.

Esta maniobra funcionó regularmente bien en algunos procesos signados por la polarización extrema entre colorados (momentos de los gobiernos de HC y de MAB).

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