• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Este artículo ya fue publicado el 19 de junio del 2020. De ahí su nombre. “Refrito” era la palabra que utilizábamos en el periodismo, en el remoto pasado, cuando recalentá­bamos una información o un artículo viejo. En térmi­nos gastronómicos, tiene el mismo significado: alimento que se vuelve a freír agregán­dole nuevos ingredientes. En la narrativa, es una obra rees­crita a partir de otras ante­riores. En este caso particu­lar, es la transcripción literal de algo que ya fue impreso en papel diario en la fecha mencionada y en mi espacio habitual de los viernes. Como ideológicamente adscripto al Partido Nacional Repu­blicano, es coherente con su línea programática. Cohe­rente con la posición soste­nida, en su momento, por quien fuera el canciller más joven del Paraguay, el doctor Antolín Irala, y ratificada, ya como presidente de la Asocia­ción Nacional Republicana, en la convención del 25 de noviembre de 1916. Es cohe­rente con el Programa del Partido Colorado y la Decla­ración de Principios aprobados el 23 de febrero de 1947. Fue un artículo escrito sin las controversias que hoy se debaten. Por eso me pareció pertinente “refritarlo”. Por­que no responde a circuns­tancias, sino a principios y doctrinas. He aquí el texto:

LA IDEOLOGÍA DE DOBLE FILO

Noam Chomsky (semiólogo, filósofo y politólogo) es uno de los intelectuales nortea­mericanos que describe con precisión quirúrgica y pro­fundidad crítica las políti­cas aplicadas y orientadas por su propio país. Las rea­les, las que confrontan radi­calmente con el relato oficial. Y del que tratan de conven­cernos y concientizarnos sus embajadas en todo el mundo y sus aliados locales. Cuestiona lo que denomina la ideología del “mercado libre” de doble filo: protección estatal y sub­sidio público para los ricos y disciplina de mercado para los pobres (La sociedad glo­bal, 1999).

Parafraseando a Chomsky, en su observación interna, las acciones económicas de los Estados Unidos se resumen en este desigual intercambio: libre mercado para afuera; proteccionismo, restriccio­nes a las importaciones, hacia adentro, de enorme expan­sión durante el gobierno de Ronald Reagan.

En lo político, esa distorsión perversa es idéntica. En Amé­rica Latina, en la década de los ochenta, la “cruzada democrá­tica” de los Estados Unidos se encargó de instalar dictadu­ras para “custodiar” la liber­tad. Sus servicios de inteli­gencia ayudaron a derrocar gobiernos democráticos, pero “con ideologías extrañas”, para perpetuar una hegemo­nía continental que dejó un lúgubre legado de horrores, torturas y desapariciones. La libre determinación de los pueblos está sujeta a los inte­reses estadounidenses. Es la historia repetida del futuro.

Paraguay no fue ajeno a la Doctrina de Seguridad Nacio­nal y su democracia sin comu­nismo. El enigmático “coro­nel Thierry” desembarcó en nuestro país allá por 1957 con su rótulo de experto antico­munista y especialista en tor­turas que transmitió todo su “conocimiento” a quienes serían aplicados alumnos en el Departamento de Inves­tigaciones, extendiéndose, luego, a la Dirección Nacio­nal de Asuntos Técnicos (más conocida como La Téc­nica), dependiente del tétrico Ministerio del Miedo (Epifa­nio Méndez Fleitas. Lo histó­rico y lo antihistórico en el Paraguay, 1976).

La política intervencio­nista de los Estados Unidos es anterior a la Guerra Fría. En 1915 invadió Haití “des­mantelando el sistema par­lamentario porque se negó a adoptar una constitución ‘progresista’ que permi­tiera a los norteamericanos apropiarse de las tierras” de aquel país que, posterior­mente, quedó en manos de un “ejército terrorista como plantación estadounidense” (Chomsky). El saldo fue la matanza de miles de campe­sinos y una condición de vida miserable, rayando la esclavitud. Lo mismo pasó con la ocupación de República Dominicana en 1916, hasta la retirada de las tropas de Estados Unidos en 1924 bajo imposiciones indignantes para el pueblo caribeño.

Las intervenciones verbales de los embajadores nortea­mericanos ya son asumidas como normales en nuestro medio, con el elogio y la com­placencia de sectores políti­cos y periodísticos, con una mentalidad anclada en el vasallaje colonial.

Pero debe cumplir la misión que su cargo le encomienda. Por eso sus mensajes en las redes sugieren el sentido de las decisiones que sería del agrado de su gobierno. En los últimos días coincidimos con sus apreciaciones, pero la acción política local debe ser ejercida por los ciudadanos paraguayos, y por nadie más.

Aplaudimos, sinceramente, su preocupación por “la jus­ticia independiente y libre de influencia política”, por­que a nosotros también nos preocupa, aunque nadie nos escuche, la injusticia racista que sufren los negros y lati­nos que viven en su país.

Nos estimula su alegría cuando felicita al “Gobierno, al Poder Judicial y a la ciu­dadanía por los pasos vita­les hacia la transparencia en el acceso a la informa­ción pública” y porque esos “avances son indispensa­bles para la democracia”. Nos estimula, repito, porque abrigamos la utopía de que los Estados Unidos descla­sifiquen completamente, de una vez por todas, sus archi­vos, especialmente los que guardan secretos de esta parte del continente, para cerrar heridas y reescribir la historia. Y para que el cono­cimiento de sus propias ver­dades, hasta hoy ocultas, permita al ciudadano nor­teamericano construir una nación más justa, lejos de las propagandas que consumie­ron y nos vendieron durante décadas.

El actual jefe de la diplomacia de los Estados Unidos en nuestro país, Lee McClenny, mirando su foto de perfil en Twitter, parece un hombre sin malicia, casi bonachón, quien, antes de venir aquí, ni se habrá enterado de que existimos.


En 1915 invadió Haití “desmantelando el sistema parlamentario porque se negó a adoptar una constitución ‘progresista’ que permitiera a los norteamericanos apropiarse de las tierras” de aquel país.

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