- Por Felipe Goroso
La política puede ser muchas cosas, muchísimas. Puede ser casi de todo, algunas justificadas y hechas a la luz del sol, otras injustificables y realizadas en la penumbra y discreción. Puede ser lo mejor o lo peor, según el cristal (o el medio de comunicación) que se mire.
La política puede ser mensajes, una contienda sangrienta o una reunión de amigos con intereses mutuos. Se trata de dar batallas y a veces de fir-mar humillantes armisticios. En la política se pueden hacer acuerdos programáticos y también conspiraciones entre actores que no tienen otra coincidencia más que el de sacar del camino a un ene-migo común. La lista de todo aquello que se etiqueta como política o que en esencia es, realmente, puede ser extensísima. Casi interminable.
Pero ante todo y por sobre todo, la política precisa de una condición que marca la vida o muerte de quienes se dedican a ella de manera profesional: debe ser útil. ¿Para quién? Para la población, podría decir uno de manera casi inocente. Y en algún punto podría decirse que sí, pero en otro, la realidad política nos dice que gobernar es decidir y que cuando quienes son electos o directamente designados para algún cargo de responsabilidad, desde el más alto hasta el más humilde debe, por la naturaleza misma, tomar decisiones y cuando eso sucede (que sucede a cada rato, todos los días) puede beneficiar a unos y perjudicar a otros, la mayo-ría de las veces incluso sin intención.
Así como el electorado hace política eligiendo el día de las elecciones, sus mandatarios o funcionarios deben elegir. Eso es gobernar. Eso sí, para las decisiones a la hora de gobernar se necesita tener el conocimiento, la capacidad de gestionar, de articular consensos y de llevar a la práctica los mensajes que se emitieron en campaña. Y de vuelta, los mismos deben ser percibidos como temas útiles por el elector.
De ahí el peligro de seleccionar temas exclusivamente con base en mecanismos de medición como las encuestas. También deben estar conectados con la identidad misma del partido que los proponga; ser temas que empaticen con las fortalezas del candidato, de manera a generar credibilidad entre el tema y el candidato.
Algo que el elector sienta que el candidato realmente va a hacer, que va a cumplir. Y por último, pero en el mismo nivel de importancia que los anteriores, deben ser temas que despierten el interés real de los electores, esto sí puede ser medido y obtenido por la vía de las encuestas. Los factores de decisión de voto del electorado son emotivos y a la vez pragmáticos. Al final del día nadie puede reclamar al otro por votar por un mensaje o propuesta que le parezca útil. Ante todo y por sobre todo.
Así como el electorado hace política eligiendo el día de las elecciones, sus mandatarios o funcionarios deben elegir. Eso es gobernar.
La lista de todo aquello que se etiqueta como política o que en esencia es, realmente, puede ser extensísima. Casi interminable.