• Por Josías Enciso Romero

Antes que imitar al mendigo Pelele, uno de los personajes de Miguel Ángel Asturias, en “El señor presidente”, quien, en un pasaje de la novela, repite incesante ¡erre, erre, erre, erre, erre…!, Efraín Alegre, candidato presidencial por la Concertación Nacional opositora, en un rebuscado arranque que denota su inseguridad, pretende menoscabar la figura de uno de sus adversarios, Santiago Peña, distribuyendo él mismo (Alegre) un video en que supuestamente el aspirante del Partido Colorado rechaza alzarse sobre sus hombros una bandera con los colores patrios. En realidad, Efraín es lo más parecido posible al “presidente de la República, benemérito de la Patria, jefe del gran Partido Liberal y protector de la juventud estudiosa”, quien solía vomitar “en una palangana, que en el fondo tenía esmaltado el escudo de la República”. Lo de “presidente” forma parte de la ficción del premio Nobel guatemalteco. Pero la similitud se agranda y se vuelve real cuando el titular del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA) utiliza como “sudadera”, “toalla” o “absorbente de la excreción de las glándulas sudoríparas” una enseña tricolor –rojo, blanco y azul–, aunque no sabemos si tiene sus distintivos escudos nacionales. Lo cual ya no sería un chauvinismo proselitista, sino un deleznable sacrilegio de lesa patria. Pero, en fin. Aunque soy un cuarentón que todavía no acepta la sentencia infalible de las redes (lo que me ha ocasionado infinitas batallas galácticas con mis hermanos menores), los internautas, navegantes de las autopistas de la información y la comunicación, ya le dieron su teté. ¡Y cómo!

Según el médico Lucas, quien relata el Evangelio, posiblemente de la boca de Pedro, en los Huertos de Los Olivos, en la noche de Jueves Santo, Jesús, quien es Dios, “sudó como gotas de sangre que caían hasta el suelo”. Sin ni siquiera una remota posibilidad de paralelismo, porque la blasfemia es un pecado imperdonable, todos los paraguayos y paraguayas nos preguntábamos si Efraín Alegre sudaba. Al menos, en público. No teníamos vestigios de algún residuo salobre que se desprendiera de su humanidad. Es que el agua acumulada en el cuerpo requiere de esfuerzo para salir afuera. Ese esfuerzo se llama trabajo. Y en el largo prontuario de quien sueña, por tercera vez, convertirse en presidente de la República del Paraguay y comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación, no registra en su diccionario la palabra trabajo. No sabemos cómo se ganaba el pan sin que le sudara la frente. ¡Cosas de mandinga!, diría yo. Porque de Dios no es. La Biblia, en ese sentido, no admite debates.

Y Efraín Alegre empezó a sudar. Era normal, con más de cuarenta grados, detrás de los votos. Sin que se le conociera oficio alguno, empezó a ordeñar vacas (ni siquiera tiene originalidad), a picar piedras (que le podría serle útil en el futuro a la luz de las denuncias de sus propios correligionarios), a levantar, a duras penas, una canasta con chipas y a manejar una carretilla con lo que parecía estiércol de vaca para la producción de ladrillos artesanales. Y si era lodo, me disculpo. Lo concreto es que, en todos esos casos, Efraín utilizó “alegremente” el estandarte tricolor para secarse el sudor. Ando muy de rimas últimamente. Sudor proveniente de la frente, de los cuellos, de las manos y, eso no presenciamos, de las axilas. Pero él es “patrrrriota”, y la “ciudadanía puede estar seguro (sic) de eso”, porque va a “acabar con los privilegios de todos los funcionarios públicos”. Esos funcionarios públicos elegidos, ya lo saben, son todos colorados. Cuando fue ministro de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC) durante el gobierno de Fernando Lugo tiró a la calle a trabajadores del Estado con estabilidad laboral y mujeres en situación de embarazo, sin ningún tipo de consideraciones, ni legales ni humanitarias. ¿La razón? Todos ellos estaban inscriptos en los registros de la Asociación Nacional Republicana. ¿Fue por cuestiones de austeridad? ¡Noooo! Ingresaron en su reemplazo afiliados del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). De yapa, utilizaba su cargo para hacer proselitismo. Naturalmente, tratando de apuntalar sus ambiciones presidenciales para el 2013. Ahí mismo, nomás, Fernando Lugo le puso de patitas en la calle. Y comenzó la rabieta de Efraín, que amenazaba y amenazaba con un juicio político. Que, finalmente, cumplió el 22 de junio de 2012. Y, Lugo, con el voto de Efraín, del Palacio de López fue a parar a la calle.

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Aunque todavía no pensaba en garabatear en un diario, instintivamente guardé aquel video –y los medios impresos– con la voz rencorosa de Alegre: “Voto por la condena”. Lo que implicaba la destitución de Fernando Lugo. Un Lugo al que ahora declara como aliado, “porque el cambio ya llega”. Y remata con la hipocresía de los fariseos: “¡Fuerza, Lugo!”. Y, bueno, si se limpia el sudor con una bandera que tiene los colores de la patria, no se puede esperar mucho de él. Si hasta se declaró de “centroizquierda”, siendo un liberal manchesteriano. Los medios son lo de menos, si el fin es algo bueno. Bueno para él. Y para nadie más. Al sonar de los tambores, sus corifeos mediáticos cantan como muñequitas y declaman ditirambos como poetas con las tendencias de la antigua Grecia. Es lo que hay.

Sin ni siquiera una remota posibilidad de paralelismo, porque la blasfemia es un pecado imperdonable, todos los paraguayos y paraguayas nos preguntábamos si Efraín Alegre sudaba.

Aunque todavía no pensaba en garabatear en un diario, instintivamente guardé aquel video –y los medios impresos– con la voz rencorosa de Alegre: “Voto por la condena”.

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