• Por Josías Enciso Romero

Sobrevalorado como político y enfermo incurable de lo que su correligionario Pedro Pablo Peña (médico) había diagnosticado como el mal fatal del principiante escolar: el pedantismo dogmático, después de su innegable aporte para enviar de una patada a su propio partido, el Colorado, a la llanura, incursionó, y lo sigue haciendo, en el campo de la agorería. Y cual pitia del oráculo de Delfos, se puso a adivinar el futuro y presagiar catástrofes para sus adversarios. Pero, por extraño sortilegio, sus ondas electromagnéticas para conocer aquello por venir se anulan totalmente ante el canto secular del pitogüé. Ahí hace la de Shakira: ciego, sordo y mudo. Todo arúspice, quiromántico, vidente o hechicero tiene su talón de Ulises (¿o era Aquiles?). Sin embargo, a nuestro pronosticador criollo no le fue muy bien en sus predicciones. Hace seis años exactamente, el 1 de noviembre del 2016, Nicanor Duarte Frutos proclamaba a la ciudad y al mundo que “el cartismo ya no tiene futuro como proyecto político” (5 Días, páginas 8 y 9). En el mismo material expuso su deseo de “disputar y derrotar a Cartes (Horacio) en el terreno electoral, pero derrotarlo de manera estrepitosa en el campo político”. Y tuvo la oportunidad. Y arrugó. El oficialismo le planteó ser el candidato a presidente de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana, mas dio varios pasos atrás con la excusa de que el “candidato ideal” es el jefe de Estado, Mario Abdo Benítez. La lectura rápida en el propio entorno presidencial es que el “mariscal” temió una “catastrófica derrota”.

Fiel a su estilo de anteponer sus delirantes ambiciones a la realidad, su deseo destruyendo la posibilidad del análisis, ya desde su cargo de director de la Entidad Binacional Yacyretá (EBY), aseguró con la precisión de los dioses del Olimpo que el líder del movimiento Honor Colorado “no se va a animar a candidatarse –haciendo alusión a la titularidad de la Junta de Gobierno–, porque no tiene los cimientos para la lucha partidaria”. Y resopló con ínfulas de predicciones infalibles: “No creo en su candidatura, él está enamorado del fútbol ahora. Él nunca debió haber abandonado el club Libertad”. Sin embargo, se animó y ahí está. Mientras, con el poco tiempo que le queda en su actual cargo, el “mariscal” sigue haciendo estragos, tanto en nombramientos y ascensos arbitrarios, como en la repartija de víveres. Yo sé por qué les digo. En realidad, muchos ya lo saben. En su acostumbrada mitomanía, Duarte Frutos ya había anticipado a su “círculo político” que él sería el candidato de consenso. Por eso lanzó el anzuelo en esa edición del diario Última Hora, del 9 de enero del 2019: “Toda candidatura a cargo electivo debe tener alguna posibilidad de éxito, debe ser producto del consenso, de un amplio acuerdo. No depende de que a alguien se le antoja ser candidato y se lanza”. Y bue. Así le está yendo.

La postulación de Cartes tiró al tacho todas sus divagaciones esotéricas. Y le sacó de quicio. Ya lo había publicado el pasado 8 de octubre de este año; no obstante, siempre es recomendable el remojo constante de la memoria. Así nadie nos toma del pelo. Decía, por entonces, Duarte Frutos: “Los cartistas están desesperados. Se llamaron a silencio (…) Es un proyecto que vive sus peores horas de desprestigio. El cartismo vive las horas más oscuras de su existencia política”. Estas expresiones fueron vertidas (no confundir con vertedero) en el cumpleaños de una dirigente de la ciudad de Guarambaré. En la primera fila hubo frenéticos aplausos. Es que en esa primera fila estaba el hijo de la cumpleañera, el hermano de la cumpleañera y la cuñada de la cumpleañera (esposa de su hermano). Todos ellos conchabados en Yacyretá. Así, cualquiera. Aunque sean los aplausos más caros del mundo.

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Nicanor Duarte Frutos descubrió su anticartismo el 4 de enero del 2016, según los certeros recuerdos de mi octogenario vecino, siempre lúcido, don Cecilio, cuyas “confesiones” están en su punto de ebullición, haciéndome cómplice de su prodigiosa memoria. Ese día fue hasta Mburuvicha Róga para entregar su renuncia como embajador de nuestro país ante la República Argentina, con sede en la acogedora Buenos Aires. Pensó que, como “hombre con militancia política”, Cartes le iba a ofrecer el cargo vacante en el Consejo de Administración de Itaipú. Pero solo le dio las gracias y una palmadita en la espalda. Y se despidió de él. Al salir nomás ya vomitó que “los personalismos no son saludables”, declarándose independiente de cualquier ismo. Se acordó, de repente, que era “colorado por principios”. Dos años y medio disfrutó de la fresca viruta en la capital porteña, de donde vino con gustos un poco más refinados, aunque siguió manteniendo sus viejos vicios. Nombrado, claro está, por Horacio Cartes. Ni hacen falta explicaciones. Que cada lector saque sus conclusiones.

Hace seis años que viene anunciando el “fin del cartismo”. De paso aclaró que nadie les hará arrodillar con el dinero. Y tiene razón. Este gobierno no necesita que nadie les haga arrodillar ante el dinero. Sus capitostes lo hacen solitos. El dinero es su dios, su oráculo, su tótem, su todo, y en la calle, codo a codo, ya apenas suman dos.

Y arrugó. El oficialismo le planteó ser el candidato a presidente de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana, mas dio varios pasos atrás.

Dos años y medio disfrutó de la fresca viruta en la capital porteña, de donde vino con gustos un poco más refinados, aunque siguió manteniendo sus viejos vicios.

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