- Por Josías Enciso Romero.
Cualquier cátedra elemental de economía nos señala cuál es el concepto exacto de monopolio: “Es un tipo de mercado caracterizado por la existencia de una única empresa que ofrece un bien que no tiene sustitutos cercanos”. Pongamos este asunto “En Contexto” para que todos entendamos. Por ejemplo, si tenemos una sola fábrica que produce panificados (felipe, francesito, rosquita, palito, coquito, galleta cuartel, etcétera) y nadie hace lo mismo estamos ante un monopolio. La palabra está formada por dos vocablos griegos: monos (uno o único) y poleo (vender). Un único vendedor. Y nadie más. En una sociedad abierta como la nuestra, de libre competencia privada, es imposible que ello ocurra.
De ahí los descabellados exabruptos del precandidato presidencial Arnoldo Wiens, pronunciados en la ciudad de Hohenau, que “el Grupo Cartes quiere monopolizar el mercado de la yerba”, haciendo alusión a la nueva marca lanzada recientemente. Fue con la intención de congraciarse con el auditorio integrado por yerbateros al que se estaba dirigiendo. Es capaz que haya estado hablando el inconsciente del ex pastor apóstata de una iglesia menonita, pues, durante su periodo de ministro de Obras Públicas y Comunicaciones consiguió prácticamente monopolizar la venta de asfalto de la empresa Aldia SA, propiedad de su jefe Marito, a las demás empresas contratadas por el Estado para la construcción de rutas. Un monopolio forzado, presionado, traficando influencias.
Cuando asegurábamos que en una sociedad abierta es imposible el monopolio, nos apresurábamos a aclarar que nos referíamos a las reglas del sector privado. Wiens lo consiguió desde el poder público, mediante una alegre repartija con las empresas mimadas por este gobierno. No es la primera toromboleada de Wiens. No hace mucho, cuando se anunció que el ex presidente de la República Horacio Cartes, juntamente con Marys Llorens, iban a inaugurar un frigorífico, el padre espiritual de la sobrefacturada “pasarela de oro” dijo que este emprendimiento “iba a afectar el mercado local de la carne y fundir unos cuántos frigoríficos, incluyendo los del Chaco”. Y, sí, acertaron. Fue ante un público del sector cárnico. Así, al menos, lo transcribió literalmente el periódico digital El Trueno, dirigido por uno de los hijos del “mariscal”. Desesperado no solo busca conseguir aliados, sino crear enemigos para sus oponentes. Un rebusque miserable.
Como la campaña del agravio sistemático, ruin y roñoso no funcionó, pasaron a la etapa de la estrategia del delirio. El delirio es definido como “despropósito, disparate”. En el ámbito de la sicología y la siquiatría es entendido como “confusión mental caracterizada por alucinaciones, reiteración de pensamientos absurdos e incoherencias”. En el territorio de la política, el que delira pretende que sus desvaríos, sus disparatados discursos, enemigos de la razón y hasta del sentido común, se instalen en la conciencia colectiva. Que la gente comparta sus fantasías, desconciertos y divagaciones. Que asuman como verdad sus frenéticas mentiras. Sus ideas fijas hacia el adversario, oponente o contendor. Estas dos manifestaciones de la personalidad, la agresión y el delirio, se evidencian en el escenario. Para sus promotores, la tarima es como el sillón de Freud: liberan sus odios, frustraciones, resentimientos, obsesiones y sus creencias de superioridad moral, intelectual y política. Se autoasignan calificaciones que contrastan violentamente con la realidad. En su descontrolada imaginación se creen lo que no son. Ni nunca fueron.
El cultor número uno de los discursos enfermizamente agresivos y alucinantes es el “mariscal de la derrota”, Nicanor Duarte Frutos, director de la Entidad Binacional Yacyretá y comandante de plaza de la campaña proselitista de Arnoldo Wiens, precandidato de Fuerza Republicana. Ya desnudaba algunos síntomas presentando como “verdad irrefutable” lo que publicaban “los medios” en contra del líder de Honor Colorado, cuando que lo publicado eran informaciones proporcionadas por el mismo Gobierno. Pero el corcel de la cordura se desbocó totalmente en la ciudad de Roque Alonso, donde anunció apocalípticamente que el “Grupo Cartes va a monopolizar la producción y venta de empanadas”. Se refería a la incorporación a dicho grupo de una conocida cadena que hace años se dedica al rubro. “¿Qué va a pasar de esas pobres madres que venden pastelitos?”, continuó en el paroxismo de un histrionismo de pésimo gusto, mientras el público trataba de esquivar sus salivazos. El primer contagiado por el rebautizado “mariscal pastelito” fue el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, quien empezó a caminar sobre esa misma línea discursiva. Sin frenos y sin caja de cambio.
Como, al parecer, ya se les agotan los argumentos, de buena fe, queríamos darles algunas ideas más creativas, pero ya nos anticiparon nuestras fuentes ligadas al movimiento Fuerza Republicana que próximamente “Termoldo”, el hombre que rapiñó Obras Públicas, estará advirtiendo, a la ciudad y al mundo, que “Cartes pretende monopolizar la venta del pororó, del algodón de azúcar, helados y el dulce de maní”. Una vez más se confirma que la estupidez humana y la locura de los que se dicen cuerdos no tienen fin. Los tres chiflados siguen tan campantes, me gritó ayer mi vecino, don Cecilio. Y tiene razón. Aunque, a veces, son cuatro y cinco. Habría que aumentar la dosis recomendada por el doctor Ciprian.
El primer contagiado por el rebautizado “mariscal pastelito” fue el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, quien empezó a caminar sobre esa misma línea discursiva.
Se autoasignan calificaciones que contrastan violentamente con la realidad. En su descontrolada imaginación se creen lo que no son. Ni nunca fueron.