- Por Josías Enciso Romero
No contento con las ridiculeces de bulto que todos los días pone en escena desde la tarima del Gobierno, el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, ha decidido internacionalizar el papel que mejor representa: el del asno. En la tierra de Cervantes, de García Lorca, de Miguel Hernández, de Unamuno, de Ortega y Gasset, de Dolores Ibárruri, de Buñuel, de Almodóvar, de Saura, de Antonio Bandera(s) y de Penélope Cruz ha demostrado hasta su ignorancia protocolar. El jefe del ceremonial de la Casa Real se volvió loco tratando de ubicar a la pareja presidencial paraguaya para la foto oficial con el rey Felipe VI y la reina consorte Letizia. El blooper adquirió categoría mundial. Al mediodía, durante el almuerzo, el monarca español le devolvió la gentileza, y al empezar su discurso se dirigió a “su excelencia, Mario Abdo Rodríguez”. Tan intrascendente es nuestro dignatario mayor que ni de su apellido se acordaron. Después de la rutilante presencia de Augusto Roa Bastos por aquellas tierras, volvimos a quedarnos perdidos en el más oscuro y profundo anonimato. Por lo visto que en la península ibérica no trascendió que nuestro presidente fue el que “mejor manejó la pandemia en toda la región”. Ni que es el que más kilómetros de rutas asfaltó en toda la historia. Y eso que la madre patria está llena de paraguayos y paraguayas. No sabemos con quién “Rodríguez” le habrá confundido. Porque a Zapatero no le parece ni mu. Ni física ni ideológicamente.
Mi cáustico vecino, don Cecilio, ayer temprano ya me anunció que Marito solo estaba honrando la tradición familiar. Porque cuando su padre visitó Madrid durante las dos dictaduras –la de Alfredo Stroessner y la del generalísimo Francisco Franco–, al ser recibido en el aeropuerto por quien sería su ataché, fue saludado con un “el mayor de los placeres”, a lo que don Mario respondió: “El menor de los Benítez”. Cuando en una charla coloquial le preguntaron si había leído a algún autor español, respondió: “Sí, a Ortega y, también, a Gasset, lastimosamente ambos ya difuntos”. Desde aquella memorable época, al parecer, el apellido Benítez pasó a la clandestinidad para evitar que algún pariente perpetrara anécdotas similares en el futuro. De ahí que prefirió un premeditado lapsus confundiendo Benítez con Rodríguez, para desechar cualquier mufa. Otros alegan que fue en represalia a la burla que la diputada Celeste Amarilla realizó al chaleco de su majestad Letizia Ortiz cuando estuvo por Asunción en una misión humanitaria. De igual manera, nunca tuvimos tanta repercusión mediática desde que otro mandatario, Nicanor Duarte Frutos, ofreciera a una de sus ministras para que sea “apatukada” por algunos de los presentes.
Mario Abdo Benítez consiguió en cuatro años lo que a su progenitor le llevó casi tres décadas y media. Su definición académica de los “cargos de confianza” es todo un tratado en la materia: “Los cargos de confianza son cargos de confianza del Ejecutivo y quienes están al frente de la gestión y cuando uno tiene una gestión delega su gestión a través de una delegatura que genera confianza. Y esos cargos de confianza, evidentemente, tienen que ser cargos de confianza del presidente”. En términos bien benignos fue una verdadera cantinfleada. En donde definitivamente fracasó fue en uno de sus “grandes objetivos míos” de poder “visibilizar a Paraguay ante el mundo, un país que mucha gente no conoce”. Y no logró que el mundo nos reconociera, a pesar de su esfuerzo por pronunciar correctamente “su ponte, su puente, ponte, su posch, a la pucha, su potencial…”. Esa disertación en la Universidad Internacional de Florida, en Miami, tuvo efecto contrario, según vemos, pues el rey de España decidió puntear su apellido.
Admitimos, sin embargo –y con justicia–, los ingentes esfuerzos de Marito para figurar en la órbita internacional. Como cuando aseguró que “Paraguay es el único país en la región que disminuyó la pobreza extrema en plena pandemia… La pobreza aumentó, pero la pobreza extrema…”. Semana atrás, el Instituto Nacional de Estadística (INE) le demostró lo contrario. Claro que ninguna de sus participaciones pudo igualar la escenificación digna de los mejores guiones de George A. Romero: “Esa vivencia trágica de ver los muertos en las calles, caminando, o los hospitales saturados”.
Y están las frases clásicas que ya forman parte de nuestro repertorio popular: “¡Uyyyy, qué miedo!” y “¿moópio che aikuaáta?”, que hoy ya no precisan de su anterior contexto para su utilización cotidiana. Lo único que se rescata es que son “Made in Marito”. Dejamos para el final –lo que no implica que sea lo último– su afirmación que algunas ciudades del interior, por las “obras por mí inauguradas, ya se parecen a Miami”. Quiso ser original para no emular al famoso “París, Londres, Roma ningo omimbipa”. Pero, en el fondo, sabemos que a él no le interesan los grandes centros culturales. No. A él le gusta Miami. Para que su señora se vaya de shopping y él pueda pegarse una escapadita hacia Disney, Universal, Bush Garden o Magic Kingdom. Con anteojos oscuros, bermuda a cuadros, camisa floreada y un helado en la mano.
El jefe del ceremonial de la Casa Real se volvió loco tratando de ubicar a la pareja presidencial paraguaya para la foto oficial con el rey Felipe VI y la reina consorte, Letizia.
Después de la rutilante presencia de Augusto Roa Bastos por aquellas tierras, volvimos a quedarnos perdidos en el más oscuro y profundo anonimato.