“Esta persona tiene todo lo que detesto” y cita a continuación que detesta a los colorados y luego agrega que el diputado “Bachi” Núñez “es un campesinito diputado”. La persona que se expresa de esta forma no es un dirigente que milita en una facción del neofascismo o el neonazismo europeo, ni en ultras de izquierda o de derecha de la región.
Se trata de una diputada del Partido Liberal Radical Auténtico, el mismo en el que milita Eusebio Ramón Ayala o Domingo Laíno, y de última es el mismo partido al que renunció Gonzalo Quintana, por citar solo tres referentes destacados.
En primer lugar, “detestar a alguien” por su denominación política es lo que produjo la muerte de miles de ciudadanos bajo las botas de las dictaduras en América Latina. Hitler detestaba a los judíos, por citar un ejemplo clásico. El odio mata y lo hace en cualquier lugar, y para llegar a eso solo basta que se conjuguen elementos y situaciones; el poder, por ejemplo, sumado al odio, se transforma en muerte. Por el odio se mataron en nuestro país colorados y liberales en el ‘47, solo por recordar.
Celeste Amarilla también menciona que Núñez es un “diputadito campesino”, que puede entenderse con mucha candidez como una mala idea de dibujar el histórico clivaje campo-ciudad, pero no nos engañemos, es odio, odio expresado de la peor manera: disminuyendo a la persona en su significación comparativa: campesinito, paraguayito o cabecita negra, en Argentina.
Nada de esto es raro a esta altura en la diputada Amarilla. Lo curioso pasa por otro lado: el grave problema oftálmico que tienen los observadores de las buenas prácticas políticas, los custodios de la moral y la ética nacional, los analistas que dispensan los créditos del bien y los debe del mal, los siempre puntillosos vigilantes de la calidad de nuestra convivencia. ¿Cómo es que ven a unos y no a otros?¿Quizás sea porque tienen también el mismo odio?