• Por Josías Enciso Romero

Nuestro grado de indignación y estupor por los actos de sicariato en el país está en directa relación con el lugar que la víctima ocupa dentro de la sociedad. Son cinco los hechos que conmocionaron al medio local, aunque dos fueron los más impactantes en cuanto a manejo como noticia: los asesinatos de la señora Cristina “Vita” Aranda, el 31 de enero de este año, durante un festival que se realizaba en el anfiteatro José Asunción Flores, de la ciudad de San Bernardino, y del fiscal contra el Crimen Organizado, Marcelo Pecci, en la isla turística de Barú, Colombia, el 10 de mayo del 2022. En el primer caso, la indolencia del presidente de la República fue patética cuando afirmó: “Yo no voy a negar, esto va a seguir, seguramente se van a volver a cobrar facturas”. Expresiones que motivaron la inmediata y enojada (comprensible) reacción de Iván “Tito” Torres, conocido jugador del club Olimpia: “Te queda grande el cargo”, en alusión al jefe de Estado. Torres era esposo de la fallecida, víctima colateral del atentado que también acabó con la vida de un narcotraficante. Y lo de Marcelo Pecci ya fue un verdadero duelo nacional.

Las afirmaciones del señor Abdo Benítez sonaban coherentes con el que fuera su ministro del Interior Arnaldo Giuzzio (“renunciado” por su relación con un alto capo de la mafia internacional), quien había asegurado que “el sicariato en el Paraguay va a continuar”, porque supuestamente es una contraofensiva por “las investigaciones que se hacen desde el Gobierno”. Soltó estas expresiones días después del asesinato de cuatro personas en Pedro Juan Caballero, aquel 9 de octubre del 2021, entre ellas, Haylee Acevedo, la hija del gobernador del Amambay, Ronald Acevedo. El 17 de mayo de este año, en otro atentado fue gravemente herido el hermano del gobernador e intendente municipal, Juan Carlos Acevedo, quien fallecería después de varios días de agonía. A inicios de setiembre murió en un atentado el periodista radial Humberto Coronel, en Pedro Juan Caballero, también con repercusiones internacionales.

La sociedad ya acepta como normal los ajusticiamientos entre delincuentes o la muerte de algunas víctimas inocentes y desconocidas que se encontraban en medio del fuego cruzado. Poniéndose en uso el refrán de “quien mal anda, mal acaba”. Solo forman parte de las estadísticas. Un día esas estadísticas se acercaron a nuestras puertas. Entraron sin golpear a la ciudad capital. Pero para este “Contexto” en particular, dos hechos puntuales y similares me llamaron la atención. Empezaré por lo último, que no mereció mayores destaques en los medios de comunicación. El martes 20 de setiembre, pistoleros acribillaron –refiere la crónica– a un hombre de 37 años (Braulio José Cano Vargas) en la ciudad de Caraguatay, departamento de Cordillera. La víctima, continúan los reportes, fue asistida en un centro local y, ante la gravedad de las heridas, estaba siendo trasladada en una ambulancia hasta Caacupé, la que fue baleada por los sicarios en su propósito de asegurar la muerte de Cano Vargas. Socorristas que acompañaban al herido se refugiaron en la comisaría de Isla Pucú, desde donde fueron acompañados a destino, constatándose el fallecimiento de la víctima a raíz del primer ataque. Las preguntas que se develan solas son las siguientes: ¿Por qué la Policía no escoltó al vehículo que trasportaba al objetivo de los sicarios? ¿No estaba en su interés investigar y resolver la razón del atentado? Porque, repito, no es la primera vez.

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El primer caso es más espeluznante aún. El jueves 10 de marzo de este año, Victoriano Ortellado Villalba, de 54 años, fue atacado por asesinos contratados en Itanará, departamento de Canindeyú. Sobrevivió a los impactos de las balas y fue internado en el hospital local, hasta donde llegaron los asesinos con intenciones de rematarlo. Pero no pudieron conseguir su propósito. Derivado al Hospital Regional de Curuguaty; sin embargo, decidieron trasladarlo en ambulancia hasta Asunción. La similitud con el primer caso, a pesar del doble atentado, es que ninguna patrullera escoltó al herido. ¿Negligencia? ¿Desidia? ¿Complicidad? ¿Dejaron el camino libre y abierto para que los sicarios pudieran cumplir con su cometido? Lo ocurrido fue de terror. Los asesinos estaban informados hasta de los detalles de la ambulancia que estaba llevando a Ortellado Villalba, la que fue alcanzada a la altura de la localidad de Laguna Pakova, a 20 kilómetros de Curuguaty. Dos hombres en moto empezaron a disparar contra la ambulancia. Obligaron al conductor a detener la marcha y abrir la puerta trasera. Ahí volvieron a disparar contra el paciente y sus acompañantes: Telma Rosa Bernal, baleada en la cabeza, y Mirna Aniana Ortellado, impactada con un tiro en el abdomen, quien pudo salir del vehículo y refugiarse en una casa de la zona. Telma Rosa, finalmente, falleció. No tengo conocimiento de que Asuntos Internos de la Policía Nacional se haya interesado en el caso. Si no lo hizo en su momento, sería bueno que lo haga ahora, en ocasión de un segundo “descuido”, calcado al primero. Los últimos “cambios de guardia” solo serán parches, si no se destroncan de raíz los vicios que le robaron su credibilidad a la Policía Nacional.

Los asesinos estaban informados hasta de los detalles de la ambulancia que estaba llevando a Ortellado Villalba.

¿Negligencia? ¿Desidia? ¿Complicidad? ¿Dejaron el camino libre y abierto para que los sicarios pudieran cumplir con su cometido? Lo ocurrido fue de terror.

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