• Por Josías Enciso Romero

Pasó lo que advertíamos que podría ocurrir. Eran nuestros buenos deseos de que no ocurriera. Lo veíamos como una persona opaca, sin brillo, inexpresiva hasta para exteriorizar su estado de ánimo. De formación muy limitada, pero, eso sí, y lo habíamos subrayado aquel 2 de marzo de este año, había demostrado ser verbalmente prudente y comedido. Nuestra observación estaba en consonancia con su designación como precandidato a la Vicepresidencia de la República, para acompañar el proyecto liderado entonces por Hugo Velázquez, a quien habían sugerido un discurso construido exclusivamente desde la agresión, la infamia y la descalificación violenta y grosera del adversario político (tratado como enemigo por el oficialismo). Juan Manuel Brunetti, decíamos, que de él se trata, tendrá su prueba de fuego para permanecer inmune al descontrol emocional de sus compañeros de equipo. Principalmente, el invicto “mariscal de la derrota”, cuya lengua destila (como buen alambiquero) resentimiento, odio, traición y zalamería abyecta. La obsesión por el dinero y el poder es el único motor de su existencia. En ese ambiente, por lo visto, era imposible mantener la cordura. Y se deschavetó nomás, Brunetti. No pudo ser la excepción en el movimiento Fuerza Republicana, donde la irracionalidad neurótica es una de sus mayores marcas, acompañada de la corrupción, la hipocresía y la incoherencia. De mediocridad, ni hablemos. Es de lo que venimos escribiendo en los últimos días: la kakistocracia o gobierno integrado por los más ineptos, incompetentes y cínicos. A pedido de mi vecino, don Cecilio, aclararé en este punto que la palabra es de origen griego y no se debe al infaltable “kakis” que hace todos los días el gobierno de Marito y su gente cercana.

De Juan Manuel Brunetti solo sabíamos que había conseguido que la Municipalidad de Asunción, en la época de AAArnaldo Samaniego, le cediera gratuitamente tres hectáreas en el barrio Bella Vista para uso de la Universidad San Carlos, de la cual el susodicho era fundador y director del Consejo Administrativo. Casualmente, Brunetti era asesor de turismo del “tractor amarillo”. Podríamos utilizar como atenuante que fue un error de primerizo. Sin embargo, detrás de nuestro personaje ya existía una larga experiencia en intrigas, mordeduras de yarará y conspiraciones.

El hombre de la mirada lánguida no era lo que habíamos estado comprando, había sido. Sus discursos de letanía, largos y monótonos, ya lo estaban desnudando. Pero ahora tenemos más hilos para tejer su historia. No en vano era asesor de turismo del jefe comunal de aquel momento. Es el cargo de sus sueños, según nos cuenta Liz Cramer, en su libro “¡Le mienten, presidente!”. Cuando ella fue ministra de la Secretaría Nacional de Turismo (Senatur), durante el gobierno de Federico Franco (nombrada por Fernando Lugo), el chico Brunetti andaba con una motosierra en mano aspirando ese puesto. No era rara su aspiración, pues, según él mismo había confesado a nuestro diario, a los 15 años empezó a trabajar en la empresa familiar “Maral Turismo”. El círculo iba tomando forma. El jaguareato (algo así como mordedura de perro) fue su arma. Emilia Alfaro, diputada y esposa de Franco, y Juan Manuel Marcos, senador, fueron los informantes al entonces presidente de que nuestra autora (del libro) habría estado juntando manifestantes para tratar de impedir la destitución del ex obispo por la vía del juicio político. “Eso solo podría haber surgido –relata–, según mi rápido análisis, de su sobrino Juan Manuel Brunetti Marcos (oh, oh) …antes había conocido a un individuo de baja estofa que buscó desacreditarme durante mi gestión, quien era compañero de logia (masónica) de Brunetti. En más de una ocasión le encaré directamente a Juan Manuel para preguntarle si aquel sujeto era su esbirro y buscaba mi destitución por la vía del desprestigio”. Parece que la señora Cramer, con el libro, le devuelve la gentileza a quien hoy es precandidato a la Vicepresidencia de la República. Y no lo dice cualquier persona, sino quien actualmente es representante del Ministerio de Relaciones Exteriores ante el Consejo de Administración de la Itaipú Binacional. Ladran, Sancho, señal de que el barco se hunde.

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Y ahora la razón de nuestro “oh, oh”. Don Cecilio, entre sus escasas humoradas, solía recordar que un alto funcionario de la Administración Nacional de Electricidad (Ande), durante la dictadura de Alfredo Stroessner, cargaba más tinta sobre su segundo apellido: Montanaro. Después del golpe de Estado de 1989 ya solo añadía M, hasta que, finalmente, desapareció. Ahora vi que, de nuevo, está completo. Con Juan Manuel Brunetti Marcos pasa al revés. Oculta su segundo apellido, Marcos, porque, ¡mirá un poco!, es sobrino de Juan Manuel Marcos, quien fue parlamentario y miembros del directorio del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). Juan Manuel Marcos es hermano de Ofelia Marcos de Brunetti, madre de Juan Manuel Brunetti Marcos. Es absolutamente normal en el país que los parientes pertenezcan a organizaciones políticas diferentes. Pero, lo que no se puede reclamar, en estos casos, es el coloradismo de raíz, cuando tenés sangre híbrida. Y ninguna militancia.

Pero volvamos a lo nuestro. Está corroborado que la falta de cordura es contagiosa. Juan Manuel Brunetti Marcos ya empieza a hablar con el discurso de los demás. Siguiendo el libreto del “mariscal ganzúa”, “Nicadrón” Duarte “Bruto” repite que Horacio Cartes monopoliza la producción de empanadas –lo que es un agravio para las otras empresas– para el lavado de dinero. En medio de tantas estupideces tampoco extrañó que dijera que en las escuelas los niños deben ir con pantalones y las niñas con polleras, cuando que en todas las instituciones del país ambos van con pantalones tipo buzo. ¡Claro! Es la línea de quien dijo que en los sacerdotes no hay que confiar porque “usan pollera”, para luego hacer turismo de pareja en el Vaticano, previa escala en España. Buena yunta hace Brunetti Marcos con otro oportunista, Arnoldo Wiens. Los marandova morotȋ. Ya solo falta la rubia del avión.

Está corroborado que la falta de cordura es contagiosa. Juan Manuel Brunetti Marcos ya empieza a hablar con el discurso de los demás.

El hombre de la mirada lánguida no era lo que habíamos estado comprando, había sido. Sus discursos de letanía, largos y monótonos, ya lo estaban desnudando.

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