Por Josías Enciso Romero

(Especial para Nestor (sin acento) Martínez, quien siempre me lee, aunque no le gusta como escribo).

La cleptocracia es un régimen en que el poder está en manos de los ladrones. Es un sistema –aclara la Real Academia de la Lengua Española– en que prima el interés por el enriquecimiento propio a costa de los bienes públicos. Una realista, cruda y dolorosa definición de cuanto hoy estamos viviendo en el Paraguay. Este es el gobierno más corrupto de toda la transición democrática. Robaron “a toda máquina”. En cinco años, las autoridades tenían que juntar para los siguientes cincuenta. Al revés de la proclama o plan de metas que hizo famoso Juscelino Kubitschek, ex presidente brasileño (1956-1961).

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Es la única sección de la Biblia que estos fariseos se aprendieron de memoria: prepararse para los tiempos de las vacas flacas. Aquí no se compadecieron ni de la pandemia. El covid-19 fue un aliado para picotear con la avidez de los buitres sobre los préstamos internacionales que tenían el propósito de ordenar una estrategia de contingencia ante el galope desbocado con que nos amenazaba el corcel bayo de la muerte. Pero no hubo voluntad ni capacidad, solo la oportunidad de aumentar sus ilícitas fortunas. Desidia y codicia que trajeron el luto a los familiares de los 19.478 fallecidos (últimos datos oficiales) por este virus letal. Sobre estas tumbas se paró el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, para jactarse de que fue el mandatario que mejor manejó la crisis sanitaria en la región. Una imperdonable caradurez, imposible de someter a tratamiento ni curación, sino al escrache y el repudio público.

El mal llamado, en este caso, jefe de Estado, el nombre correcto debiera ser el jefe de la gavilla, tuvo dos puntas de lanza. Uno de ellos es el director de Yacyretá, Nicanor Duarte Frutos, quien, sin piedad ni pudor, abusó y abusa de las contrataciones directas (sobre todo, para sus amigos), de los concursos de precios simulados, de alquiler de vehículos y aviones (especialmente los solicitados por el Ceremonial de Estado de la Presidencia de la República), de los gastos sociales que se resiste a transparentar para evitar que se sepa que habría negociado hasta con los kits de alimentos para sectores populares. Así como el “comisionamiento” de sus operadores políticos, con función de planilleros, a sus respectivas municipalidades o departamentos. La miserabilidad de este aventurero de la política y del propio Gobierno no tiene límites. Así como tampoco tiene límites la profundidad de sus angurrientos bolsillos.

La otra punta está representada por Arnoldo Wiens, un hombre que apostató de su fe evangélica a cambio de las cuatro “P”: política, poder, plata y placer. La fortuna malversada en el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones es incalculable. Solo en el futuro gobierno podría conocerse mediante una profunda doble auditoría: interna y externa. En esa secretaría de Estado, el ex pastor protestante era ministro hasta hace tres semanas. Con una sola obra inscribió su nombre para la posteridad: el adefesio a la corrupción, también conocido como la “pasarela de oro” o la “pasarela Wiens, el tejedor de ñandutíes”. Un legado imborrable que le condena de por vida. Si quería un lugar en la historia, ya lo tiene, pero entre sus páginas más oscuras y siniestras. Mas tiene un gran mérito: enriqueció aún más a su jefe, Marito Abdo. Esa es la razón, según algunos mensajeros, por la que el insípido “té de naranjo” pasó a ocupar el lugar que siempre le tenía reservado la pareja presidencial: la precandidatura a la Presidencia de la República, en reemplazo del otro aspirante, el vicepresidente Hugo Velázquez, el “Toro”, quien, a raíz de una acusación del Departamento de Estado de los Estados Unidos, quedó más desmechado que nunca.

Hace unos días, a razón de los actos de cleptomanía de un militar de alto rango, nuestro colega (en el periodismo, no en la medicina), el neurocirujano Miguel Ángel Velázquez, mundialmente famoso como “Doctor Mime”, y profesional de los hilos (no solo para suturas) en Twitter, tuvo la paciencia de ilustrarnos en qué consiste este trastorno que impide controlar los impulsos al “hurto compulsivo de cosas”. Quienes padecen de este tipo de “trastorno obsesivo compulsivo (TOC)” se apoderan de cosas, casi siempre, sin mucho valor; sin embargo, genera un grave deterioro personal, familiar y laboral. Por estas consideraciones, nuestro compañero le dio un trato condescendiente a ese comportamiento irrefrenable de aliviar la ansiedad con la posesión del objeto deseado. Esa es la diferencia –y esto ya va por nuestra cuenta– con el ladrón meticuloso, observador, premeditado y alevoso, que se apodera de lo ajeno de manera planificada. Como este gobierno. No actúa por efecto de un impulso o acto súbito, irreflexivo, sino por ansia de obtener riquezas materiales, acumulación económica y figuración social. Estamos bajo el dominio de los saqueadores del Tesoro Público. O sea, la cleptocracia. O gobierno de la corrupción institucionalizada, como explican los especialistas, del nepotismo, el clientelismo, la coima y el soborno.

La nave de la corrupción tiene como capitán al propio Abdo Benítez Jr., como timonel a su “Wiens” derecho recaudador y como mascarón de proa al “mariscal de la derrota”, también conocido como “Nicadrón” Duarte “Bruto”. Después vienen los demás integrantes de la comparsa que completan la “kakistocracia”; es decir, el gobierno de los peores. Cartón lleno.

La fortuna malversada en el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones es incalculable. Solo en el futuro gobierno podría conocerse mediante una profunda doble auditoría: interna y externa.

Con una sola obra inscribió su nombre para la posteridad: el adefesio a la corrupción, también conocido como la “pasarela de oro” o la “pasarela Wiens, el tejedor de ñandutíes”.

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