• POR JOSÍAS ENCISO ROMERO

Me pareció indi­cado que Mario Abdo Benítez eli­giera Curuguaty, departa­mento de Canindeyú, para recitar su jaculatoria a san Piquicho. Desde hace cuatro años que viene jaculando por cualquier muralla. Esta vez acertó. Es la ciudad donde el pastor José Insfrán, hoy pró­fugo por lavado de dinero y otras bagatelas, se “avivaba” mutuamente con el precan­didato presidencial Hugo Velázquez, el vicepresidente planillero. Nos referimos a la esfera espiritual. En lo terrenal, hace años que vie­nen recorriendo un largo tre­cho de “avivadas”. Aparte del “Toro” desmechado, otro de los meritorios discípulos del falso profeta fue el ahora encarcelado y ex diputado Juan Carlos Ozorio.

Un solo cuerpo los une: el movi­miento Fuerza Republicana. Entonces, era el lugar apro­piado para proclamarse como la reencarnación de la santí­sima trinidad, comparando a su “Lista 3″ con el padre, el hijo y el espíritu santo. Todos en minúsculas, para no caer en el pecado de la blasfemia y el sacrilegio. Sus adversarios políticos –enemigos, dicen ellos– irán directamente al fuego eterno del infierno, sin escala en el purgatorio, por­que algunos simpatizantes de Honor Colorado califica­ron a Horacio Cartes, San­tiago Peña y Pedro “Mangui” Alliana como un tridente de oro. Y ahí nomás saltó el cali­ficado hermeneuta bíblico, “Mauri” Espínola, alias Pinky, para condenar al tri­dente por su simbología satá­nica. Y, en Curuguaty, Marito agarró la posta con “asinus” devoción.

Quienes se preguntaban qué inescrutables misterios de la providencia llevaron a Mau­ricio, menospreciando sus enciclopédicas facultades intelectuales, a convertirse en ministro-asesor político adjunto del presidente de la República, aquí tienen la res­puesta. Como Cerbero custo­diando las puertas del Hades, Espínola cuida las espaldas de su jefe. Se olvida nomás que ellos son la “Lista 3″, la lista de la triada, la trilogía y el trío. Y de la troika: carruaje estirado por tres caballos, representados por Marito, el “Chorro” y el infumable “mariscal de la derrota”. O sea, carruaje estirado por carruajes. Y la “Lista 2″ es la lista del dúo, el “che dúki” y el “Mokõi guyra’i” del que­rido don Quemil. Entramos, nomás, igual que ellos, en la onda “yun-yun”, con abun­dante hielo.

Cuando todos pensaban que esas extravagancias místi­cas terminarían en Curu­guaty, la trinidad volvió a salpicarse de fariseísmo en una seccional colorada de la capital. El mismo discurso. Las mismas comparacio­nes. Algunos afirman que los padres de estas deforma­ciones escatológicas son dos personas que compartían el mismo banco en un templo evangélico: Arnoldo Wiens, quien, de pastor, se degradó a predicador en los peajes del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones (MOPC), y Nicanor Duarte Frutos, quien, después de ser presi­dente de la República, tuvo un imparable descenso lin­güístico hasta las suelas de Marito. O sea, dialoga con los calzados del Presidente. Otros llaman a este arte como la oratoria del betún líquido. Deja la lengua más oscura que vino de baja estofa.

Es, en momentos de cavilaciones eso­téricas, cuando la sabiduría sempiterna de mi vecino, don Cecilio, acude al auxilio de mi escaso talento imaginativo. Es el “santo milagroso” al que invoca Martín Fierro cuando la lengua se le añuda. La de don Cecilio parece una lanzadora de recuerdos, de memorias y de corrosiva acidez que, hasta sospecho, disfruta de sus sutilezas malignas. “Tiene razón este muchacho”, me dice con su rostro impasi­ble y su mirada oculta en un pasado sin retorno. “Él (por Marito) forma parte de una trinidad. Está en su gen, en sus sentimientos de frustra­ción y resentimiento. En su deseo de venganza hacia todo lo que representa la democra­cia, porque cree que su ‘santo’ padre fue víctima de una injusticia. Don Mario fue un secretario ser­vil y cómplice del dic­tador sanguinario (Alfredo Stroessner). Conocía y consentía las más inhumanas tortu­ras en el Departamento de Investigaciones y en La Técnica a cam­bio de mantener sus privilegios. ¿O vos creés, mi hijo, que con su sueldo podía tener una man­sión sobre la avenida Maris­cal López?”, resopló indig­nado. Pensé que le iba a dar un infarto. Después del breve susto, continuó con sus fle­chas con curare.

“¿Y quién es el hijo? Marito. Que repite los mismos pasos de su mentor, el general dic­tador, y de su padre, el pliqui secretario amanuense. Ni la democracia le pudo cambiar. Y, por último, sigue intacto en su corazón el espíritu del dés­pota. Ahí ya tenés: padre, hijo y espíritu”, remató, antes de alejarse raudamente. A pesar de que no soy muy despa­bilado, su relato fue muy claro: el padre, don Mario; el hijo, Marito, y el espíritu del dicta­dor, su adorado Alfredo. ¡Gracias a Dios ya se están yendo! El próximo inquilino de Mburuvi­cha Róga debe exor­cizar la casa presidencial. La cola del “Tiranosaurio” suele hacer mucho ruido en los alrede­dores. ¡Satanás anda suelto! Y sus discípulos están dan­zando el último grito del aquelarre. Marito empezó. Nosotros seguimos nomás.

Aparte del “Toro” desmechado, otro de los meritorios discípulos del falso profeta fue el ahora encarcelado y exdiputado Juan Carlos Ozorio.

¿O vos creés, mi hijo, que con su sueldo podía tener una mansión sobre la avenida Mariscal López?”, resopló indignado.

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