- POR JOSÍAS ENCISO ROMERO
Como pescador aficionado que es, Marito es un mentiroso compulsivo. Cada vez que habla del mismo pescado aumenta su tamaño. Desearía tener los brazos del conocido héroe de cómics “Elongated man”. Para quienes en la secundaria no tuvieron como profesora a la “teacher” Norma, quien nos agujereaba la cabeza con la punta de su lápiz ante cada mala pronunciación, significa “Hombre elástico”. Eso sí, a la hora de mentir es un profesional inigualable. Ni siquiera pestañea. Y lo hace con tal naturalidad que solo la experiencia de los años te puede enseñar. En su “informe” ante el Congreso de la Nación, a medida que hablaba, su nariz iba tocando los bordes de la bahía. Pintó un país de ensueño y maravillas. Con un mensaje en forma de ladrillo, pesado y tedioso, enumeró las obras ejecutadas durante su gobierno, de las reales y las supuestas, sin mencionar que la deuda pública, al 30 de abril de este año, asciende a 14.123,86 millones de dólares. Esta es la onerosa herencia que recibirá el próximo presidente de la República del Paraguay. La mayor en toda la historia de nuestro país. Una carga que amenaza con estrangular nuestro futuro y el futuro de miles de niños y jóvenes, y que podría, incluso, llevarnos al estado de “cesación de pagos” o, en su defecto, “al pago selectivo de las deudas”, y todo por la irresponsabilidad de un mandatario que fue cómplice de la mala utilización de esos recursos, aprovechando el ambiente de pánico, confusión y desesperación que había provocado en la sociedad el covid-19. Inescrupulosos y desvergonzados hasta los tuétanos, ellos aumentaron su patrimonio personal sobre el dolor, el llanto y el luto de nuestro sufrido pueblo.
La deuda que dejará Mario Abdo Benítez, y que seguirán pagando los hijos de nuestros hijos, no se compadece de las pocas inversiones palpables. Sin embargo, él se pavonea de que su gobierno triplicó el número de camas para terapia intensiva –algo natural, por cierto, teniendo en cuenta el avance de la pandemia entonces–, cuando con el dinero recibido en concepto de préstamos internacionales y la emisión de bonos podría haber construido cuatro o cinco hospitales de alta complejidad en las ciudades más alejadas de la capital. Otros países lo hicieron. La imprevisión, la mediocridad y la corrupción en el área de la salud pública se cobraron –hasta el momento– el saldo trágico de casi 19.000 muertos, de los cuales, miles de estas vidas se habrían salvado si este gobierno hubiera sido más competente y menos voraz y ladrón para apoderarse de los bienes del Estado, privando a tantos pacientes de camas, medicamentos, insumos y, hasta, oxígeno. Y en los tiempos más duros y tristes de la pandemia, el mandatario se escondió debajo de la cama.
Con la paciencia de Job seguimos aguardando que el ministro de Obras Públicas y Comunicaciones, Arnoldo Wiens, deje de lado la estadística pirotécnica y nos muestre con datos concretos dónde están los 3.182 kilómetros de nuevas rutas asfaltadas, de las que se jactó el Presidente en su soporífero informe. Mientras no cumpla con su obligación de rendición detallada de sus rimbombantes anuncios, nuestro derecho a la duda seguirá intacto. Nos gustaría, saber, por ejemplo, si en esos kilometrajes no están incorporadas las obras de la administración anterior a punto de concluir y para cuyas inauguraciones Marito solo tuvo que realizar el “enorme” esfuerzo de desatar la cinta. Un pastor que abdica de su misión para dedicarse a las cosas del mundo, así como lo hizo Fernando Lugo, no nos merece confianza.
En cuanto a “Yodito” Abdo, cada vez se parece más al “presidente Schwarzenegger” de la película “Los Simpson”. Cuando su principal asesor le exhibe cinco propuestas para sortear una crisis de la contaminación en Springfield, elige la opción tres. “¿No va a leer?”, le pregunta el colaborador de alto rango. Y sin dejar de sonreír, le responde: “Yo fui electo para dirigir, no para leer”. Lastimosamente para nosotros, como país, Abdo Benítez no dirige ni lee. Y si lee, no entiende lo que lee. De lo contrario, no habría expuesto tantas borricadas, como el “mejoramiento del nivel de la educación” y el “proceso de transformación” en marcha. Pasó por alto informes internacionales y hasta el análisis de respetados especialistas, como Jesús Montero Tirado, sobre el paupérrimo estado en que se encuentra el sistema educativo nacional. Pero como el estudio nunca fue una prioridad para el Presidente, jamás importó.
Lo más chistoso estuvo hacia el final, cuando afirmó que no sacrificó “las formas para llevar adelante sus fines”. Es más, se cree dueño y propietario de la voluntad popular, legado que le viene de la vieja escuela dictatorial del estronismo. Criticó “proyectos que pretenden sostenerse sin la voluntad popular y por fuera de las reglas del Estado de derecho”. Y lo dice justamente él, quien está violando la Constitución Nacional desde que decidió candidatarse para disputar la presidencia de la Junta de Gobierno del Partido Colorado. Esto ya me supera ampliamente. La voluntad popular del coloradismo –y no Marito– hablará en las urnas el 18 de diciembre de este año. Y la de todos los paraguayos el 30 de abril del 2023. Mientras, lo que diga Marito es solamente de Marito. Sin ninguna credibilidad. Sin ningún soporte ético. Carente de cualquier crédito de honestidad, igual que sus más cercanos colaboradores. Y para seguir siendo Marito, concluye que entregará el poder a “la siguiente persona que el pueblo paraguayo designe democráticamente como presidente”. Es una posibilidad real de que el elegido sea Santiago Peña, proyecto al que critica –aunque sin decirlo, como todo cobarde– que “pretende sostenerse sin la voluntad popular”.
El Presidente ha perdido todo contacto con la realidad. Tampoco es para sorprendernos, con la yunta de adulones y calcetineros que tiene alrededor. Debería sacar un poco más su nariz de la pecera. Saber lo que piensan los perros y los gatos. Hoy mismo, a poco más de un año de entregar el poder, ya es un cadáver político ambulante. Igual que el “mariscal de la derrota”, Nicanor Duarte Frutos. Nadie compra el mismo burro dos veces. “Yodito” Abdo, como pescador mentiroso, sigue alargando el brazo para contar el cuento del pez más grande. También habría que proceder como en el cuento de Landriscina: atarles las manos para que no siga agrandando el pescado en cada reunión. Si fuera con esposas, mejor.
Se cree dueño y propietario de la voluntad popular, legado que le viene de la vieja escuela dictatorial del estronismo.
Él se pavonea de que su gobierno triplicó el número de camas para terapia intensiva; algo natural, por cierto, teniendo en cuenta el avance de la pandemia.