Una buena gestión gubernamental puede contribuir a la victoria del candidato del partido político en el poder. Y, al revés, una mala gerencia tendría incidencias en su posible derrota. Si estas reglas fueran de fatal cumplimiento, el aspirante de la Asociación Nacional Republicana (ANR) tendría que escalar la montaña desde el pie de la ladera, mientras sus adversarios ya estarían a medio camino de alcanzar la cima. Porque el gobierno de Mario Abdo Benítez fue pesado, medido y etiquetado como “desastre” por el juicio inapelable de la calle. Y a pocos meses de asumir nomás. Rápidamente empezó a mostrar las hilachas de su natural incompetencia. Es comprensible que un mandatario no abarque todas las esferas del conocimiento. Para ello están los asesores, ministros y directores de entes. Su función es liderar. Y ni eso. Su círculo fue una convención de mediocres. Con sus respectivos apellidos: zalameros, aduladores, serviles y lisonjeros. No faltaba nadie. Estaba toda la fauna del viejo maestro griego Esopo y sus dignos continuadores, Iriarte y Samaniego. Para la eficiencia estaba la tortuga; para el latrocinio, la liebre.
El mandatario, convertido en jefe de campaña de su vicepresidente, Hugo Velázquez –”por ahora”, diría el ilustre don Blá–, ya se ofreció, por si acaso, en el mismo rubro al ingeniero Luis Pettengill. Y para lastrar aún más su caótica gestión quiere ser presidente de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, en abierta contravención al artículo 237 de la Constitución Nacional. Así lo sostienen constitucionalistas de la oposición. Independientemente de que el principal movimiento interno de la ANR, Honor Colorado, decida o no atacar de inconstitucional la candidatura de Marito, la violación de nuestra Ley Fundamental sería un hecho consumado. Así como lo hizo otro presidente en ejercicio en el 2006, Nicanor Duarte Frutos. No en vano la máxima popular: “Los males ejemplos se multiplican más fácilmente que los buenos”.
Marito sabe perfectamente que su (pre)candidato Hugo Velázquez no tiene la más remota posibilidad de ganar las internas del próximo 18 de diciembre de este año. De ahí su desliz freudiano, también conocido como lapsus o actos fallidos, de semanas atrás en Filadelfia, cuando promocionó la figura del ingeniero Pettengill (su candidato ideal), olvidándose de su candidato real. En términos menos complejos –y siguiendo las explicaciones del inconsciente, según don Sigmund Freud–, diríamos que se le “escapó” lo que a él le gustaría que fuera por encima de lo que pasa en la realidad. Aquí tenemos dos lecciones que denotan el egocentrismo patológico y la soberbia enfermiza del señor Abdo Benítez. Cuando se trata de Velázquez, la opción de ganar o perder se ajusta a las lógicas del ejercicio democrático (por eso aventuró que al ingeniero podría irle bien en las internas); cuando se trata de su aspiración de ser titular de la Junta de Gobierno de la ANR, habla con la certeza de una profecía inexorable: “Yo voy a ser presidente del Partido Colorado”. O sea, no tuvo esa misma convicción cuando se refirió al precandidato apadrinado –hasta el momento– por el Poder Ejecutivo, por lo que es fácil deducir que siempre fue un apadrinamiento forzado. Que Velázquez nunca fue una ficha plenamente aceptada. A cualquiera incordiaría, y con razón, que un aliado se comportara de esa manera.
El lenguaje ordinario agraviante y despectivo que está empleando últimamente el hijo del “padre espiritual de la juventú estronista” es el mismo que utilizó Duarte Frutos para tratar de desacreditar y menospreciar a Luis Alberto Castiglioni en el 2007/2008. Y así le fue. Castiglioni le pagó con la traición. Y Nicanor mordió el polvo de la amarga derrota. Y se tragó su petulante arrogancia. Quedó enganchado de por vida en los cuadros de honor del mariscalato. Para ser más exactos, como “Mariscal de la derrota”. Ahora, los de afuera y los de adentro tienen la impresión de que Marito, en su engrosada fatuidad, mira con cariño ese mismo camino. Preferiría el estigma de “Mariscal de la derrota” a que el candidato del movimiento Honor Colorado, Santiago Peña, sea el próximo presidente de la República. Marito siempre fue un mal jugador. Pichado y resentido. Cuando perdió la presidencia de la Junta de Gobierno en el 2015 ante su actual titular, Pedro “Mangui” Alliana, no asistió a la ceremonia de proclamación de los candidatos ganadores. Sin embargo, todos los dirigentes del movimiento Honor Colorado, liderados por Horacio Cartes, acudieron al local de la Junta de Gobierno cuando Abdo Benítez fue “ungido” candidato del Partido Colorado para las elecciones generales del 2018, recibiendo la comitiva escupitajos y botellas de agua arrojados por la turba abdista.
El Presidente, por desgracia y para desgracia del pueblo, siempre miró al pueblo republicano desde la terraza de su arrogancia de niño malcriado por la riqueza sin origen y la prepotencia. Por tanto, desconoce las raíces más íntimas del coloradismo y de los colorados. Los afiliados al partido fundado por el general Bernardino Caballero ya tocaron el carbón ardiente en el 2008. Sufrieron las persecuciones más infames en todas las esferas de la administración pública. Y el gato solo una vez toca el fuego.
Según todos los sondeos de opinión, el poder discrecional que hoy tiene el oficialismo no incidirá en las internas simultáneas de diciembre. Ganaría Santiago Peña por una apreciable diferencia. Tampoco pesaría la mala gestión del actual gobierno para las nacionales de abril del año próximo. Las reglas siempre contemplan justificadas excepciones. Así las cosas, Marito quedaría con las ganas de su máxima “estrella” política que seguirá ostentando en solitario Nicanor: el mariscalato.
Marito sabe perfectamente que su (pre)candidato Hugo Velázquez no tiene la más remota posibilidad de ganar las internas del próximo 18 de diciembre de este año.
Los afiliados al partido fundado por el general Bernardino Caballero ya tocaron el carbón ardiente en el 2008. Sufrieron las persecuciones más infames en todas las esferas de la administración pública.