En estos tiempos de rauda inmersión al adictivo mundo de la tecnología, las nuevas generaciones nos mirarán incrédulas –hasta con una desconfiada sonrisa– si les contáramos que, en nues­tro país, y en varios otros de la región, el voto era can­tado. El ciudadano habilitado (las mujeres no gozaban de ese derecho) se acercaban a las mesas electorales, con sus boletas de inscripción en mano, para declarar en público, a viva voz, por quién depositará su voto. Caudillos y terratenientes tenían a sus “veedores” espías obser­vando y anotando para la posterior represión o pre­mio. Los libros sobre his­toria política del Paraguay relatan que fueron los líderes del Partido Nacional Repu­blicano (hoy Partido Colo­rado) quienes más lucharon desde la hostil llanura para convertir en leyes el voto secreto, el voto de la mujer y el voto de los paraguayos que vivían en ciudades fron­terizas de Argentina y Bra­sil. El más grande intento por modificar la Ley Elec­toral mediante una comi­sión integrada por radicales y republicanos tuvo lugar en 1926, bajo la presidencia del liberal Eligio Ayala. El equipo del oficialismo estaba lide­rado por José P. Guggiari y la oposición por Juan León Mallorquín. Al final, todo quedó igual, salvo algunos cambios insustanciales.

Años después, las organiza­ciones políticas incorporaron una suerte de democracia con voto indirecto, voto transfe­rido a delegados o convencio­nales. Estos últimos, reuni­dos en asamblea, elegían a sus autoridades partidarias, que­dando a cargo de las respec­tivas comisiones directivas elegir de su seno a sus autori­dades: presidente, vicepresi­dentes, secretarios, tesoreros, vocales, etcétera. El proceso avanzó con la elección por lis­tas completas. Y, por último, después de la caída de la dicta­dura el Congreso de la Nación aprobó el “voto directo” y el sistema proporcional para la integración de los cuerpos colegiados.

En el afán del perfecciona­miento de nuestro proceso electoral para garantizar una mejor calidad en los cargos de representación se experimentó con las urnas electró­nicas o voto electrónico. En esa marcha hacia un modelo político que refleje la volun­tad de la mayor cantidad posi­ble de ciudadanos y ciudada­nas, aparecieron los atajos de la modernidad y un grave retroceso: apelar a las encues­tas para evitar las internas partidarias. El más extrava­gante de estos ensayos fueron las urnas delivery y a padrón abierto (la expresión correcta es “padrón nacional”) que uti­lizaron los radicales auténti­cos el 1 de abril del 2012 bajo el manto de una “consulta popular”. Podían votar aque­llas personas cuyas viviendas fueron previamente sortea­das, sin importar que ellas estén habitadas solamente por colorados. Ganó Efraín Alegre, pero, no van a creer, Blas Llano no reconoció su derrota argumentando que hubo fraude. Hoy, Fernando Lugo y el Frente Guasu, más los partidos adherentes al proyecto Ñemongeta por una Patria Nueva, recurrieron a la antigua usanza: la convoca­toria de delegados (unos 260 aproximadamente) para ele­gir al precandidato a la Pre­sidencia de la República. Como argumento podrían esgrimir que “si hasta en los Estados Unidos proceden de esta manera”. Pero no lo van a decir porque sería promo­cionar al imperialismo yan­qui. Se dio la victoria lógica de la senadora Esperanza Mar­tínez sobre el senador Sixto Pereira. Al final, todo quedó en familia. El 2 de enero de un año cualquiera después de leer las noticias (gue­rras, desastres y hambru­nas), Mafalda (la de Quino) exclamó algo así como: “Ape­nas se inauguró (el año) y ya lo rompieron”.

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Es una descripción perfecta de lo que está pasando den­tro de la concertación oposi­tora 2023 –no confundir con la concertación liderada por Lugo– sustentada sobre la Mesa de Presidentes de Par­tidos Opositores. Todavía no se secó la tinta del preacuerdo firmado el viernes 22 de abril y ya se evidencia que no habrá papel secante que pueda absorber las profun­das discrepancias internas. Unas discrepancias absolu­tamente legítimas, pero que no tienen, por el momento, punto de concurrencia: todos quieren sentarse en el sillón de López. Y el asiento es uno solo. La primera en reivindi­car ese derecho fue la dipu­tada por el Partido Encuentro Nacional (PEN) Kattya Gon­zález a través del presidente de su partido, Fernando Camacho. Pese que al prin­cipio declaró que “se hará una encuesta sobre individuali­dades, (y) el mejor posicio­nado debe liderar la chapa”, inmediatamente después remató: “Entendemos que Kattya González debe liderar la chapa, puede sumar toda la simpatía de la juventud, del tercer espacio”. Entre “se hará una encuesta” y “Kattya debe liderar” hay un mar de vacíos e inconsistencias que denotan el grado de descon­cierto dentro de la concerta­ción. Dicen algunos oídos lar­gos que, sobre la marcha, una seguidora del presidente del PLRA le retrucó: “Si es por simpatía nomás, Efraín le gana por lejos”. Para el mismo concurso ya se inscribieron, además, Soledad Núñez, independiente, y Hugo Esti­garribia Gutiérrez, colorado renegado de su partido.

Efraín quiere ir a elecciones el próximo 18 de diciembre dentro de la concertación. No quiere saber nada de encues­tas para decidir quién liderará la chapa. Solo las acepta para definir a su acompañante. La vicepresidenta de su partido, Alba Talavera, aseguró que su dupla, varón o mujer, será la persona mejor posicionada en los sondeos de opinión. Sin embargo, no se atrevió a suge­rir nombres. Antes de que la moneda llegue al suelo, el Frente Guasu ya hizo su devo­lución por medio del senador Hugo Richer: “No vamos a ser furgón de cola de nadie”. Y redobló la apuesta: “Espe­ranza Martínez disputará la Presidencia de la República”. Por de pronto, pasen a ocu­par los primeros lugares. La diversión recién empieza. Y está garantizada.

Efraín quiere ir a elecciones el próximo 18 de diciembre dentro de la concertación. No quiere saber nada de encuestas para decidir quién liderará la chapa.

En el afán del perfeccionamiento de nuestro proceso electoral para garantizar una mejor calidad en los cargos de representación se experimentó con las urnas electrónicas o voto electrónico.

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