Algunos ministros dependientes del Poder Ejecutivo se hicieron practicantes políticos a la carrera. Se avivaron sobre la marcha. Otros prefieren mantener su investidura de técnicos y retornar al sector privado apenas concluyan sus funciones. Y están los profesionales del viento, los que siempre encuentran un lugar mullido para aterrizar. No precisan comentarios, ellos se definen por sí solos. Los primeros aspiran a convertirse en diputados o senadores, comprando así un tiempo extra que les permita continuar soñando con el poder. Por esas mismas razones, el presidente de la República se compra la lealtad de sus hombres y mujeres de confianza hasta prácticamente el final de su mandato. Los segundos –los técnicos– ya marchan por inercia, a ritmo de descanso, anhelando solamente que terminen sus días de funcionario público. Si el Gobierno ya venía con las piezas engranadas, ahora está chirriando con olor a humo. Situación empeorada porque los que pretenden cargos electorales desde sus poltronas de ministros o ministras dejan sus instituciones a la deriva. Lo mismo ocurre con los directores o presidentes de entes que se dedican más a campañas proselitistas que al celoso cumplimiento de sus deberes específicos. Las ceremonias oficiales se convierten en tarimas para promover candidaturas. Todo a cuenta y a costa del Estado. Un Estado sometido a las ambiciones particulares y que ignora las urgencias de la gente.
En los cargos de líneas intermedias, por el contrario, las fugas son continuas y de proporciones. La migración a otras carpas partidarias tiene similitudes con el éxodo bíblico. He ahí uno de los motivos por los cuales el proyecto presidencialista del vicepresidente Hugo Velázquez no termina de consolidarse. Los generales se quedaron sin capitanes y sin tropa. La preocupación en el círculo áulico es tremenda. La sonrisa sarcástica con que el jefe de Estado comunicó que en “marzo vamos a divertirnos”, expresión que encerraba tácitamente la aceptación de su candidatura para la presidencia de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, se ha transformado en un rictus que refleja irritación y contrariedad. Dos armas letales para la soberbia.
El ministro de Justicia, Édgar Olmedo, anda con paradero desconocido. Es casi seguro que hasta sus funcionarios ya se habrán olvidado de su rostro. Lo último que recuerdan de él es que se atrincheró en su Coronel Oviedo natal buscando ocupar un banca en la Cámara de Diputados en representación del departamento de Caaguazú. Y como aventajado alumno de la escuela clásica de hacer política llenó las penitenciarías con funcionarios leales a “su causa”. Ahora hay equiparación en las cárceles: superpoblación de presos y superpoblación de contratados. El ministro de Desarrollo Social, Mario Varela, casualmente también de Oviedo, no se anda con chiquitas. Se propone dar un salto a la Cámara de Senadores desde su asiento de diputado con permiso.
Aferrada a su cargo hasta con uñas postizas, la ministra de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, Carla Bacigalupo, utiliza su oficina como trampolín para caer en el Congreso de la Nación, específicamente en la Cámara Baja. Una secretaría de Estado reclama dedicación a tiempo completo, muchas veces, incluso, sacrificando el tiempo destinado a la familia. Si apunta al Congreso tiene la obligación moral de renunciar a su puesto para dedicarse con exclusividad a su campaña política. Estas observaciones van para todos los que se encuentran en su misma situación. Pero, obvio, renunciar implica, al mismo tiempo, renunciar a realizar proselitismo con recursos y vehículos del Estado. Ese paso de integridad casi nadie en este gobierno está en condiciones de dar.
Petróleos Paraguayos (Petropar) es una institución crucial en estos tiempos de conflictos por el aumento del precio de los combustibles. Su presidente, Denis Lichi, es precandidato a gobernador por el departamento de Cordillera, donde pasa la mayor parte de su tiempo. Renuncia es una página arrancada de su vetusto diccionario. El canciller nacional, Euclides Acevedo, aseguró que dejará el ministerio a finales de este mes. Quiere ser presidente de la República por una concertación o alianza opositora. Mientras se aguarda su renuncia, las autoridades brasileñas hacen lo que se les da la gana en Itaipú.
Y, por supuesto, está el vicepresidente de la República que ansía ser presidente, ya lo dijimos. No se registran grandes aportes en su función de nexo con el Congreso de la Nación, salvo cuando se involucró directamente en las negociaciones con la oposición para desplazar de la titularidad de la Cámara de Diputados a su correligionario (aunque de otro movimiento) Pedro Alliana. Su mayor apuesta fue embanderarse con el intento de juicio político a la fiscal general del Estado, Sandra Quiñónez. Su fracaso fue del tamaño de su deseo.
El presidente de la República, Mario Abdo Benítez, medita bajo la lluvia mansa. Ni siquiera en el tramo final de su gobierno se acuerda de su misión de gobernar. Cada uno de sus ministros hace lo que quiere. En la luna de Valencia los problemas viven en las nubes.
Quiere ser presidente de la República por una concertación o alianza opositora. Mientras se aguarda su renuncia, las autoridades brasileñas hacen lo que se les da la gana en Itaipú.
El ministro de Desarrollo Social, Mario Varela, casualmente también de Oviedo, no se anda con chiquitas. Se propone dar un salto a la Cámara de Senadores desde su asiento de diputado con permiso.