Diógenes el Cínico recorría las calles de Atenas como un vagabundo. Con una vasija con aceite de oliva, que pren­día como lámpara a plena luz del día, se pasaba el tiempo buscando al hombre honesto. Aunque el movimiento cínico registra como fundador a Antístenes, rápidamente nuestro filósofo se convir­tió en la figura más repre­sentativa de esta corriente de pensamiento. A diferen­cia del significado que hoy tiene esa palabra, los cíni­cos despreciaban las cosas materiales, criticando los males de la sociedad, como la vida suntuosa, la degrada­ción de la virtud y la acumu­lación de riquezas. Cuentan que cuando Diógenes vio a un niño tomando agua en el cuenco de sus manos arrojó el recipiente de madera que usaba para ese menester. Ya no le hacía falta.

Hoy el cinismo se transformó en una escuela. Pero con un estilo de vida que se encuen­tra en el polo inverso de lo que enseñaba Diógenes. Con maestros de alta graduación dando cátedras sobre mate­rias claves para acumular fortunas y derrocharlas en vicios por el camino más corto y en el menor tiempo posible. Entre ellas, la felo­nía, la doblez, la codicia, la soberbia, la ingratitud y el latrocinio (hurto o fraude contra bienes públicos). Es el campo de la política donde la tierra está mejor abonada para su rápido florecimiento. Pocos militantes son dignos de la coherencia. Algunos fingen amnesia. O demen­cia momentánea con tal de cubrir sus antiguos pasos y traspasar sus responsabili­dades a sus adversarios.

Estamos acostumbrados a los enredos lingüísticos del director de Yacyretá, Nica­nor Duarte Frutos. Tam­bién a su inclinación com­pulsiva a fabular mitos. Pero después de su discurso en su ciudad natal, Coronel Oviedo, ese cuadro de falseamiento irrefrenable de los hechos nos lleva a pensar legítima­mente que está convencido de ese mundo de irrealidad que él mismo ha creado. El ex presidente de la República, descendido a la categoría de adulador del poder de turno, ubicó al actual jefe de Estado, Mario Abdo Benítez, den­tro del marco de los “héroes inmarcesibles de la patria” para ponernos a tono con el empalagoso discurso estro­nista hoy refritado con lison­jera unción. Uno de los líde­res de la resistencia –según Duarte Frutos– “en aquella noche aciaga” para el país, en que “se salvó a la República y el futuro de las generacio­nes fue nuestro compañero y actual presidente”. Hacía alusión a los acontecimien­tos del 31 de marzo del 2017. Siguió muy entusiasmado: “Motivo de celebración es que la sociedad que ama la liber­tad y que quiere un Estado al servicio del interés general apostó por la democracia”. Se refería al proyecto de insta­lar la figura de la reelección por la vía de la enmienda. En una extraviada laguna men­tal se olvidó de que el padre de la reelección por el meca­nismo de la enmienda es pre­cisamente él. Así le recordó, con un acento no muy amis­toso, Alfredo “Goli” Stroess­ner, quien fue senador en el período 2008-2013. Mane­jando la Junta de Gobierno desde el Palacio de López, consiguió que la Comisión Ejecutiva exhortara a los colorados de las cámaras de Senadores y Diputados a apo­yar la reelección mediante el procedimiento citado.

En el 2006, Duarte Frutos, con un dictamen del des­aparecido constituciona­lista Juan Carlos Mendonça, apuesta todo a su continuidad en el poder. Utilizando como lanzador al diputado Benja­mín Maciel Pasotti, ya falle­cido, arremete impetuoso: quiere modificar la Consti­tución Nacional utilizando la figura del referéndum. Cuen­tan sus íntimos que en el año 2017, el día en que la Cámara de Senadores, por mayoría, aprobó que la enmienda era viable para la reelección, el ex presidente de la República, en medio de una abundante cele­bración, declaró a su círculo cercano “nuestra vuelta irre­versible al Palacio de López”.

Fernando Lugo también plan­teó su reelección por igual mecanismo, incluso con la aprobación de quien en ese momento se desempeñaba como ministro de Obras Públicas y Comunicaciones: Efraín Alegre. Apelando a la iniciativa popular, fue Car­los Filizzola el encargado de hacer llegar decenas de car­petas con firmas al Congreso de la Nación para intentar un segundo período consecutivo para el ex obispo. Hasta hubo denuncias de firmas falsifi­cadas. La propuesta, final­mente, no prosperó. Emilio Camacho, igual que Men­donça, mantenía la tesis de que la enmienda es un camino lícito para la reelección. La misma posición sostuvo días atrás el senador del Frente Guasu Jorge Querey, aunque condenó los hechos de “vio­lencia y represión” derivados de aquel proyecto.

Diógenes el Cínico se vol­vería loco en nuestro país. Porque tropezaría a cada rato con quienes condenan la enmienda que ellos mis­mos propiciaron y predican la honestidad y la trasparen­cia mientras se niegan a reve­lar cómo gastan los fondos sociales de la hidroeléctrica Yacyretá. Sin embargo, como dice la Biblia, nada es oculto para siempre.

Estamos acostumbrados a los enredos lingüísticos del director de Yacyretá, Nicanor Duarte Frutos. También a su inclinación compulsiva a fabular mitos.

Fernando Lugo también planteó su reelección por igual mecanismo, incluso con la aprobación de quien en ese momento se desempeñaba como ministro de Obras Públicas y Comunicaciones: Efraín Alegre.

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