Desde la perspectiva simplificada del público, los medios de comunicación deben ser el exacto reflejo de los hechos protagonizados por los múltiples actores sociales, políticos, culturales y económicos. De ahí su permanente reclamo por la objetividad casi pura. Sabemos, no obstante, que tal cosa es imposible. Por ello se eligió el principio de la veracidad, con exigencia de apostolado para no alterar o adulterar los acontecimientos bajo ningún pretexto o circunstancia.
En contrapartida, los medios también tienen la irrenunciable misión de imprimir su versión crítica sobre los sucesos en sus páginas de opinión: sean editoriales o artículos firmados por sus periodistas o colaboradores externos. O en espacios debidamente aclarados para restringir cualquier posibilidad de confusión. Tampoco puede evadir su responsabilidad de crear conciencia sobre determinados asuntos, con el insorteable requisito de una pulcra honestidad intelectual. Mas debemos lamentar, penosamente, que en los últimos años las noticias y las opiniones fueron incluidas dentro de un mismo círculo, siendo corrompidas las primeras por la sesgada y particular visión de las segundas. El lector, oyente o telespectador quedan enredados en ese campo de nadie, de enmarañado caos aviesamente construido para atrapar incautos, ingenuos y desprevenidos. Algunos caen, pero la mayoría logra superar las trampas del engaño. La ambición de dominar a las masas desde la mentira siempre concluye en descalabro. Tarde o temprano, el fracaso es su irreversible destino.
Estos mensajes son tolerados, aceptados y difundidos como verdades –aun sabiendo perfectamente que son sus polos contrarios– por los grupos que responden a los mismos intereses. O defienden las mismas creencias. Los demás sectores, por su lado, mediante los mismos recursos de la comunicación –ampliada a su concepción más extensa– tratan de extirpar de raíz tales falsedades. Aprisionado en esa disputa, el público va articulando su propia opinión.
Los medios con pretensiones de hegemonía evidentemente conocen de los estudios de la sociología de la información estructurados varias décadas atrás y que no fueron refutados hasta el presente. Desde aquellos tiempos quedó desechada la ilusión de que los mensajes son transmitidos directamente al público. El investigador Paul Lazarsfeld había demostrado que entre el emisor y el receptor se sitúan los líderes de opinión. Por tanto, añade otro de sus colegas, la acción de los medios sobre el público no es directa, sino indirecta. A partir de estas explicaciones podremos ir comprendiendo lo que ocurre en estos días en nuestro medio político en particular y el país, en general.
Algunas corporaciones mediáticas que, con sospechosa desesperación, intentan llevar adelante el juicio político a la fiscala general del Estado, Sandra Quiñónez, han instalado el juego de la correa del mismo cuero, aunque los jugadores procuren distanciarse como independientes unos de otros. El ejercicio es muy sencillo: estos medios imponen su agenda a los políticos –varones y mujeres– y los políticos repiten el libreto para que tengan grandes espacios en dichos medios. Cada uno cree que le está utilizando al otro.
Los primeros legisladores –entre ellos, la senadora Desirée Masi, del Partido Democrático Progresista–, que iniciaron el proceso (del juicio político) pasaron a segundo lugar en la preferencia de estos medios, especialmente de uno de ellos, el del nombre encriptado en el abecedario. El estrellato fue cedido a la diputada Kattya González. Fue la elegida como la líder de opinión para intentar influenciar al público. Con algunos actores secundarios. Es la vocera y primera actriz de este diario y sus agentes reproductores. La representante del Partido Encuentro Nacional (PEN) insistió en que “se tienen los votos” –casi seguro que se precisarán de 53–, pero su medio de promoción le contradice en su edición de la víspera: “Libero-cartistas tienen en sus manos definir el juicio”. La batalla relámpago que se inició dentro del Partido Liberal Radical Auténtico en la convención del domingo 13 de marzo tiene proyección de guerra sin alto el fuego. Esta mañana esa disputa se trasladará a la Cámara Baja. La diputada González ya anticipó su amenaza: que los parlamentarios que votan en contra serán repudiados en las tapas de los diarios. Ya sabemos en qué diario.
El diario y la diputada, correas del mismo cuero, han olvidado definitivamente la misión y los valores que les encomiendan sus respectivas funciones. La verdad, con exclusividad, les pertenece. Así como el patrimonio de la honestidad. Al menos, es lo que creen. Aunque gran parte de la sociedad no lo vea así.
El lector, oyente o telespectador quedan enredados en ese campo de nadie, de enmarañado caos aviesamente construido para atrapar incautos, ingenuos y desprevenidos.
El estrellato fue cedido a la diputada Kattya González. Fue la elegida como la líder de opinión para intentar influenciar al público. Con algunos actores secundarios.