Mencionar a Dios, recurrir a parábolas, citar textualmente o parafrasear versículos de la Biblia. Recurrir a otros símbolos del cristianismo. Estos y otros elementos se utilizan porque algunos políticos saben que el público al que se apunta la línea discursiva, se sentirá identificado como cristiano. En este sentido, recurrir al lenguaje religioso forma parte de una estrategia política. Se busca, en el fondo, generar empatía. Conectar.
A la par, estos simbolismos son válidos al momento de encuadrar una crisis. Ese momento en el cual es más que necesario generar un enemigo, una narrativa con un nudo y un desenlace positivo a favor del último eslabón, pero el más importante: el héroe o “mesías”, que salve a los que él considera sus fieles.
Desde el inicio de su mandato, en el Gobierno han intentado hacer uso de esta estrategia de Comunicación Política. El detalle está en que este recurso no debe ser el único, eso lo vuelve excesivamente predecible. Tan reactivo que termina gastado, como esas raspaditas donde vanamente se buscaba ganar un premio y siempre se obtenía la misma respuesta, vuelva a participar. Ante la ausencia de una línea estratégica clara y mucho menos un relato que logre penetrar en la población, se la usa hasta el cansancio. Se lo volvió a usar en la jornada de gobierno que se dio hace un par de días en el departamento de Paraguarí. Ahora bien, lo que además le falta es un factor absolutamente vital, la coherencia.
Cuando se trata de enmarcar el debate de un tema en cuestión, lo que se recomienda es que no deje dudas, de manera que la línea discursiva expuesta tenga altos niveles de verosimilitud, requisito indispensable para que el público objetivo se apropie del mismo. Por ejemplo, no se debería estar hablando de que el crimen organizado está en la vereda del frente cuando todos los afectados están sentados al lado del Ejecutivo, en el escenario en cada acto oficial y de la campaña electoral interna.
A estas alturas, pretender que el Gobierno tenga una línea discursiva ya estaría bien, que tenga una estrategia comunicacional oportuna y conveniente ya es avaricia.
Ese momento en el cual es más que necesario generar un enemigo, una narrativa con un nudo y un desenlace positivo a favor del último eslabón.
Cuando se trata de enmarcar el debate de un tema en cuestión, lo que se recomienda es que no deje dudas, de manera que la línea discursiva expuesta tenga altos niveles de verosimilitud.