- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
Sin una dialéctica discursiva perpetuaríamos una sociedad adormecida y liderazgos carentes de autonomía y creatividad. El choque de posiciones sostenidas por ideas no solo debería constituir un ejercicio normal en una democracia, sino imprescindible para empezar a desprendernos de la rutina, la mediocridad y el conformismo oportunista. De un régimen autoritario pasamos a un modelo prebendario, con claras intenciones de silenciar las críticas sobornando conciencias y alquilando lealtades. Pero aun así lograron sobrevivir las voces discordantes para cuestionar, desde una línea bien definida, las debilidades estructurales, los errores conceptuales y el desviacionismo ideológico (principalmente en el Partido Nacional Republicano) –esto último heredado de la dictadura de Alfredo Stroessner–, para abonar el camino del debate desde el método del razonamiento en la búsqueda de una fecunda síntesis conciliadora. Apartados, obviamente, de los sesgos engendrados por la mala fe y las cegueras ocasionadas por el fanatismo cerril.
El pensamiento único es el peor lastre para el desarrollo de las facultades intelectuales. La imposición de criterios uniformes, cualquiera sea el mecanismo, generalmente a cuento de formar parte de un mismo equipo, más que contribuir a conseguir una circunstancial gobernabilidad, atenta contra el futuro de una ciudadanía madura, exuberante de conocimiento, habilidad reflexiva y cualidades de discernimiento emancipatorio. El carril contrario a estas premisas nos conduce, irremediablemente, a una alienación que impide el avance de los pueblos hacia su destino de progreso moral, material e intelectual. Hecha la introducción, vamos al quid de la cuestión.
Algunas actitudes y opiniones del senador Gustavo Leite, que contrastan con determinados proyectos y visiones del Poder Ejecutivo, han llevado a ciertos medios de comunicación a remarcar que esas discrepancias se dan “pese a que ambos (el legislador y el mandatario Santiago Peña) son del mismo movimiento político”, es decir, Honor Colorado, liderado por Horacio Cartes, quien también es presidente de la Junta de Gobierno de la Asociación Nacional Republicana. Quieren convertir en una desentonada grieta lo que debería constituir una regla de oro dentro de cualquier agrupación democrática, sin que ello implique una ruptura que confluya en un río ensangrentado. Las críticas o sugerencias deben ser formuladas con sensatez y sobriedad y respondidas con idéntico tono. Los exabruptos reflejan impotencia argumentativa y ausencia de equilibrio emocional (y, a veces, exceso de autoritarismo). No es el caso que nos atañe. Estos contrapuntos no deben ser distorsionados ni ocultados porque enriquecen los puntos de vista y el debate, pulmones naturales de la democracia.
Al cumplirse un año de la asunción al cargo de Peña, el senador Leite apuntó su primera preocupación, según publica La Nación en su edición del 16 de agosto de 2024: “Nos hubiera gustado que el Gobierno exponga a los paraguayos de entrada el robo que hizo la administración anterior (la de Mario Abdo Benítez) y la situación en que se encontró el Estado”. Una deuda con la ciudadanía –agrego yo– todavía pendiente. Y añadió sobre la marcha: “Sigue siendo un déficit que la población no sienta en sus bolsillos la mejoría mínima, pero se está trabajando” para que ello ocurra. Inmediatamente destacó los programas emblemáticos de esta administración, como Hambre Cero y Che Róga Porã. En noviembre de ese mismo año, en su calidad de presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado y miembro de la Junta de Calificaciones, expresó sus protestas al canciller nacional, Rubén Ramírez Lezcano, por no estar suficientemente informado de los nombramientos y rotaciones que se realizan en el Ministerio de Relaciones Exteriores. En enero, recibió una respuesta del jefe de Estado: “Me encanta que me desafíen”, explicando que entre ambos “no hay ninguna fricción. Con el ministro de Economía (Carlos Fernández Valdovinos) lo hemos sufrido, por así decirlo, al entonces ministro de Industria (gobierno Cartes) Gustavo Leite. Él tiene una forma incisiva de expresarse y es tal cual, sin muchas vueltas”. Semanas después, Leite amplió su foco de análisis hacia el sector económico.
Hoy, el punto de la discusión se concentra en el largamente postergado Ministerio de la Familia (que aglutinaría a los de la Niñez, de la Mujer y de la Juventud), así como ocurre en varios países latinoamericanos. Tampoco es un invento nuestro. Santiago Peña se adelantó a confirmar que, de sancionarse, el proyecto será vetado por el Ejecutivo. El propio presidente del Congreso de la Nación, Basilio Núñez, se ratificó en que “más tarde que temprano va a aprobarse esta iniciativa (…). Dentro del equipo político que tenemos (Honor Colorado) va a haber diálogo; nadie tiene la última palabra”. Leite fue más contundente aún: “De ninguna manera, yo no voy a retirar el proyecto, quedará ahí y se tratará cuando se pueda. La guerra de los 100 años duró 116 años”. Esta situación no encierra nada extraño a una democracia que es, fundamentalmente, un régimen de opinión. No es para alarmarse ni para cortarse las venas. Lo opuesto, una exasperante pasividad, sí debería preocuparnos. Buen provecho.