Según el relato de un testigo al portal de noticias colombiano RCN, los hombres que alquilaron el jet-ski para cometer el atentado contra el fiscal antidrogas Marcelo Pecci recibieron una llamada con palabras en clave muy específicas, de forma previa a cometer el crimen. Fue ahí cuando abordaron el vehículo acuático y se dirigieron a la playa privada en donde se encontraba el fiscal con su esposa, disfrutando del último día de su luna de miel.
Según otra testigo de las cercanías, quien compartió de forma breve ese mismo día la compañía del fiscal y su esposa sacándose fotos, momentos antes del trágico hecho, ellos “estaban tranquilos, relajados, muy sonrientes y él le decía mi amor. Era una pareja muy compatible, una pareja feliz sin preocupaciones y angustias”.
Según las declaraciones de Claudia Aguilera, esposa del fiscal Marcelo Pecci, uno de los lugares en los cuales estuvo con su esposo por última vez fue frente a la catedral Santa Catalina de Alejandría, para tomarse una fotografía. Según informaciones que luego se dieron a conocer, por la misma calle habrían pasado los matones a medida que seguían los pasos de la pareja.
Según fuentes cercanas a la investigación que conversaron con la cadena de Noticias RCN, los videos de las cámaras de seguridad de la zona e incluso los que se encontraron en el teléfono de la esposa de Pecci serán factores clave y determinantes en las pesquisas, debido a que en varios de ellos coinciden al menos tres personas que hoy están consideradas como sospechosas.
En un recorrido por la zona de la playa, la cadena colombiana de Noticias RCN pudo entrevistar al operario del jet-ski que fue alquilado por 240.000 pesos colombianos (unos 60 dólares o G. 400.000) para 30 minutos de uso, sin saber que sería utilizado para cometer el crimen. “No tenemos nada que ver con lo ocurrido, nosotros alquilamos un aparato sin saber qué iban a hacer con él”, declaró el arrendatario del vehículo acuático.
Testigos clave
Según continúa relatando el portal, un turista de Playa Blanca fue testigo del momento en el que los sicarios abordaron el jet-ski con destino a la playa privada del hotel donde se alojaban el fiscal y su esposa, y según este testigo, las palabras en clave que recibieron fue “ya está lista la comida”.
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Según declaró el turista, “[...] Los tipos recibieron una llamada de que ‘ya está lista la comida’, hablaban ahí como en clave. Ellos se montaron en la moto y se fueron y ahí fue donde hicieron la vaina, dispararon y se devolvieron para acá. Ellos venían relajados, entregaron la moto antes de tiempo y, es más, le regalaron 20 mil pesos más (unos 5 dólares o G. 35.000) a los muchachos que habían alquilado la moto”.
Mientras tanto, una trabajadora del lugar relató lo que había sucedido durante el atentado: “El señor se paró a caminar en la playa, pero el de buzo negro y las gafas fue directo a él y le disparó. Luego comenzaron a gritar para que lo agarraran, pero todo fue muy rápido”.
Los detalles relatados por todos estos testigos parecen dar a entender que el homicidio del fiscal Pecci no se trató de un simple acuerdo con asesinos a sueldo, sino de una compleja operación criminal multinacional. Dos libaneses, dos colombianos, un brasileño y hasta un pastor cristiano están en la larga lista del rompecabezas que intentan armar las autoridades colombianas y paraguayas, en colaboración con autoridades de Estados Unidos.